En el principio era una palabra, que sonó melodiosa y potente en los oídos del joven miembro del São Paulo Futebol Clube, un estudiante de escultura y bellas artes. La palabra era “atleta”. Era un vocablo tan bonito, que Adhemar Ferreira da Silva decidió convertirse en él. Sería un atleta. El más grande en la historia de Brasil.
Adhemar se decantó por una disciplina extraña: el
salto triple. Fue lo suficientemente bueno como para ir a los Juegos Olímpicos
de Londres 1948, pero no para ganar medalla. En Helsinki 1952 las cosas serían
diferentes. Rompió el récord del mundo en su primer salto. En el segundo,
quebró el que había establecido minutos antes. Repitió la hazaña otras dos
veces y se llevó, por supuesto, el oro. El público estaba extasiado y Da Silva
fue el primer medallista en la historia en dar la vuelta olímpica al estadio.
Para la cita de Melbourne 1956, Adhemar da Silva
volvió a llevarse al oro, tras superar en gran duelo al islandés Einarsson,
aunque no rompió el récord mundial que él mismo había impuesto en México, el
año anterior. Meses antes de los Juegos Olímpicos, Adhemar había actuado en una
obra de teatro de Vinicius de Moraes, un musical titulado Orfeu da Conceição, al son de un ritmo nuevo, bossa nova. Cuando
en 1959 el musical se convirtió en la película Orfeo Negro, Da Silva volvió a actuar (el suyo era un papel
importante, La Muerte, y la obra recreaba el mito de Orfeo y Eurídice en medio
del carnaval de Río de Janeiro). Ese filme ganó el Óscar a la mejor película en
lengua extranjera, el Globo de Oro y la Palma de Oro del festival de Cannes. Nada
mal para un campeón olímpico (y panamericano, porque se dio tiempo para ganar
ese año su tercer título continental).
La cuarta y última cita
olímpica para Da Silva fue en Roma. El atleta ya no tenía la resistencia
pulmonar de antes para los entrenamientos, y no calificó a la final. Desde los
16 años había fumado una cajetilla diaria, y el tabaco le pasó factura. En cualquier caso, ya se había convertido en
el “héroe del oro negro” de su país y en la inspiración para varias generaciones
exitosas de atletas brasileños
especialistas en salto triple.
Los equipos de futbol suelen poner estrellas en sus
uniformes por los campeonatos ganados. No es el caso del Sao Paulo brasileño.
Sus dos estrellas corresponden a los récords mundiales impuestos por el más
importante miembro del club: Adhemar Ferreira da Silva, atleta.
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