Era un niño chiquito, enclenque y enfermizo. Sufría
ataques de reumatismo, que lo obligaban a estar semanas en cama, con
dificultades para caminar. Pero la familia cambió de residencia, dejó Lubaczów
y se fue a Cracovia, y el chamaco mejoró su salud. ¿Quién diría que caminar y
caminar y caminar sería lo que lo convertiría en una gloria del deporte?
Robert Korzeniowski dejó el judo para pasar al
atletismo. Escogió la marcha olímpica. En su primera competencia, a los 14
años, quedó en último lugar. En vez de deprimirse y resignarse, como hace la
mayoría, decidió que eso no le volvería a pasar, y se dedicó a entrenar más
duro. Al año siguiente era campeón juvenil de su país, y siguió en progresión
constante.
En 1991, fue medalla de oro en la Universiada de
Sheffield y en Barcelona 1992 compitió en sus primeros juegos olímpicos.
Abandonó, en medio del calor bochornoso, la competencia de los 20 kilómetros.
En la de 50 kilómetros, se fugó con el soviético Perlov y el mexicano
Mercenario. Iba en segundo lugar, a menos de un kilómetro del estadio, cuando
fue descalificado.
Ya era parte de la elite cuando en 1993 repitió el
oro en los 20 kilómetros de la Universiada, y en 1995 se hizo del bronce en el
Mundial de Atletismo, en Gotemburgo, en la distancia larga.
Sus segundos Juegos fueron los de Atlanta 1996. Otra
vez la marcha se disputó en un clima húmedo y caluroso. Fue octavo en los 20
kilómetros y se colgó el oro en los 50, en una cerrada disputa con el ruso
Schenikov, a quien derrotó por sólo 16 segundos. Repetiría en lo más alto del
podio de la misma prueba en los mundiales de Atenas en 1997.
Su consagración fue en Sydney 2000. En los 20
kilómetros se enfrascó en una cerrada lucha por la punta con dos mexicanos
–“amigos fuera de la competencia, desconocidos dentro de ella”-: Bernardo
Segura y Noé Hernández. Segura cruzó primero la meta, seguido del polaco y de
Hernández. Los tres se abrazaron, felices. A Segura un juez le mostró la
descalificación minutos después, cuando era felicitado por teléfono por el
presidente Zedillo. El oro y la marca olímpica eran de Korzeniowski. En la
distancia larga –de veras, larguísima- el polaco supero con cierta facilidad al
letón Fadejevs y al mexicano Joel Sánchez. Así se convirtió en el primer doble
medallista de oro en la especialidad de marcha. 70 kilómetros marchados y nadie
por encima de él.
A partir de entonces fue invencible. Se llevó el oro
en todas y cada una de las pruebas en las que participó –siempre en los 50
kilómetros-: campeón europeo, dos veces más campeón mundial, en Edmonton 2001 y
París 2003. En París rompió la marca mundial, que le pertenecía. Anunció que se
retiraría en Atenas 2004.
“Cada competencia en mi carrera deportiva era
ganarme a mí mismo, antes que a mis rivales”, decía Korzeniowski. Compitiendo
más contra sí mismo que contra nadie, le llevó más de 4 minutos al medallista
de plata en Atenas. Los laureles de la victoria estaban en la sien, y la
medalla de oro en el pecho en su último día como atleta. Ningún otro marchista
ha obtenido 4 medallas olímpicas de oro (y tres oros en Campeonato
Mundial).
“Cualquier puede correr, pero pocos, sólo los
mejores, podemos caminar”, declaró. Quien haya competido en esas pruebas
extenuantes, dolorosas y poco glamorosas que componen la marcha deportiva, sabe
que Robert Korzeniowski es el mejor de los mejores.
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