En la mitología griega, los gigantes eran hijos de
Gea y surgían de la tierra. Los había de características y personalidades muy
diferentes. Todos acababan luchando: contra los dioses, contra Hércules, contra
enemigos venidos de otras tierras.
A esa estirpe legendaria de gigantes pertenece
Aleksandr Medved. Se afirma que su abuela medía 1.94 metros y que su abuelo era
todavía más alto. Eran el tamaño y la fuerza los que les habían dado el
apellido, porque Medved significa “oso” en ruso. Aleksandr no era tan alto como
sus ancestros: apenas 1.90, en un marco de anchos hombros y poderosas
extremidades.
Nacido en Ucrania, pero de ascendencia rusa, el
joven Medved se dedica al trabajo de leñador en las duras condiciones de la
inmediata postguerra soviética. A los 17 años consiguió un trabajo de obrero.
Dos años después, sería enviado a cumplir el servicio militar a Bielorrusia.
Allí cambiaría su vida.
La división de tanques en la que servía vio de
inmediato que el recluta tenía capacidades deportivas innatas. Lo hizo lanzar
martillo, lo metió al equipo de balonmano… y luego lo probó como luchador. Aún
sin conocer bien las técnicas, ganó los torneos militares tanto en lucha libre
como en grecorromana. Al terminar su servicio, decidió quedarse en Bielorrusia,
estudiar para profesor de educación física y dedicarse al deporte.
Cuatro años después, corría 1961, Medved consiguió
su primer título nacional y una medalla de bronce en el campeonato mundial.
Tenía una rivalidad amistosa con su tocayo Alekandr Ivanitsky, pero lo segundo
pudo más y Medved decidió, para los juegos de Tokio bajar de peso, competir en lucha
libre en la categoría de semicompletos (menos de 97 kilos) mientras Ivanitsky
lo hacía en la de los completos. Ambos regresaron a la URSS con sendas medallas
de oro.
Su momento de leyenda ocurrió en los Juegos
Olímpicos de México 68, ya compitiendo en su categoría natural (su peso
entonces era de 102 kilogramos). Tras cada competencia, solía desvanecerse: en
un principio los soviéticos lo atribuyeron a la altura de la ciudad de México;
la verdad es que Medved sufría de presión alta. En la semifinal contra el
alemán Dietrich, en una toma de manos, el rival le dislocó completamente un dedo,
que colgaba al revés, de manera totalmente antinatural. Medved, temeroso de que
el árbitro pudiera decretar la victoria del teutón, se alejó un segundo y
¡crac!, recolocó el dedo en su lugar, ante la mirada azorada del réferi y del
otro luchador. Continuó el combate y, con fuerza de oso, hizo que Dietrich se
rindiera y pidiera un doctor. Con el
dedo dislocado, igualmente ganó la final. Su segundo oro olímpico.
Se pensaba que los problemas cardiovasculares de
Medved terminarían con su carrera, pero no. Hizo el equipo olímpico de la Unión
Soviética para Munich 1972. Allí tuvo un enfrentamiento memorable –también en
la semifinal- ante otro gigante, el estadunidense Chris Taylor, que pesaba nada
menos que 190 kilos, frente a los 114 del soviético. Fue un combate en el que
Medved logró extenuar a Taylor, y vencerlo por un punto. Tras derrotar al
búlgaro en la final, el Oso besó la lona en el centro del ring, señalando su
retiro definitivo. Fue el primero en ganar tres medallas olímpicas de oro en la
lucha estilo libre.
Regresó a Bielorrusia, donde se dedicó a entrenar a
jóvenes y tras el rompimiento de la Unión Soviética, se convirtió en
vicepresidente del Comité Olímpico Bielorruso y presidente de la federación de
lucha de su país.
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