El 19
de febrero de 1985 fui a dar mis clases como de costumbre, aunque Patricia ya
había sentido una o dos contracciones durante la madrugada. Sabíamos que la
criatura en camino, cuya fecha probable de nacimiento era el 5 de marzo, se
adelantaría, pero no imaginábamos qué tanto. De hecho, ella había citado a un
paciente –Miguel Ángel Velasco, el Ratón,
el conocido luchador social- para las once de la mañana.
Precisamente
a esa hora terminé mis clases y, exactamente cuando llegaba a la oficina recibí
una llamada telefónica. Las contracciones se habían hecho regulares. De
inmediato tomé el auto para la casa; allí me esperaba Patricia, que había sido
capaz de sacar al Rayito del kínder para que lo lleváramos a pasar unos días
con sus tíos y primos. Tomamos ruta hacia la colonia Roma.
Era una
tarde muy contaminada y con harto tráfico. Pensaba yo que el nuevo hijito
nacería en una ciudad llena de smog, de cielo gris (quizá también llovería,
pero no llovió). Dejamos rapidísimo a Raymundo con mi cuñada María Cristina y
nos dirigimos al hospital Dalinde, que estaba a unas cuadras.
A
diferencia de lo sucedido cuatro años atrás, ese día las cosas se sucedieron
con mucha rapidez. Patricia estuvo sólo media hora en trabajo de parto y el
doctor llegó apenas a tiempo para el alumbramiento (la experta del parto psicoprofiláctico
ni siquiera pudo arribar, pero esta vez tampoco era necesaria).
Asistí
a la maravillosa escena. El bebé –que fue otro varoncito- nació con facilidad, a
las 3:05 de esa tarde. Aunque a la madre le dieron tremores y un frío intenso,
pronto se le pasó. El pequeñito estaba todo cubierto de secreciones, además de
la normal capa blanquecina, así que los doctores se encargaron de aspirarlas,
ante mi maravillada mirada. Era precioso y saludable. Ya sabíamos que se
llamaría Camilo, nombre que escogimos por el puro gusto sonoro (varios amigos y
compañeros me preguntaron si era por los guerrilleros Camilo Torres o Camilo
Cienfuegos; me complacía en responderles de manera políticamente incorrecta:
que era por Don Camillo, el sacerdote
anticomunista personaje de las novelas de Guareschi).
Esa vez
llevé como compañía de lectura al hospital la novela Ciudades Desiertas, de José Agustín. Mi mamá estaba de visita en
Cuba, así que el único que fue al Dalinde a conocer a su nieto fue mi orgulloso
padre, quien me felicitaba una y otra vez. Ya a su regreso, y en casa, mi mamá
vio al nietecito.
En la
casa, no me cansaba de admirar al pequeño recién nacido en su bambineto. Llegó
Raymundo y se le quedó mirando largo rato. Pensé: “ha de estar tan maravillado
como yo”. No era tan así, porque el hermano mayor llegó a una conclusión
decepcionada:
-Mmm,
ni juega.
Luego
jugaría, y mucho. Pero por lo pronto, Camilo, el Milosc, (a quien vemos en la foto unos añitos después) era sólo uno de los humanos más jóvenes
del planeta, uno que me llenaba el alma de gozo.
1 comentario:
Es sensacional el ser padre por segunda vez. Pero me resulta fascinante y digna de un profundo análisis, la frase de Raymundo “mmm, ni juega”. ¿Qué pasará por la mente de un pequeño de cuatro años, ante la llegada de su hermano? ¿Celos? ¿Indiferencia? O es que de verdad esperaba un ser desarrollado y con habilidades suficientes, no mayores a las de él, para jugar.
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