jueves, agosto 22, 2013

Biopics: En la ruta de Lampedusa



En La Journée

Tras aliviarme de la hepatitis, retomé mis clases y mis otras actividades. Entre ellas destacaban las periodísticas. Una vez a la semana iba a las oficinas de Punto, habiendo pergeñado mi artículo y la “sección económica”, que comentaba amablemente con don Benjamín Wong, el director. Otro día iba a La Jornada, igualmente a entregar mi colaboración semanal y a platicar con Payán, que era muy abierto, cuando estaba, con algún subdirector, con los cuates de la Mesa (de redacción) y, sobre todo, con los editores de La Jornada Semanal, el suplemento cultural: Fernando Solana Olivares (ese Fernando), Sergio González Rodríguez y Andrés Hoffmann. La Journée, le decía el Serge.  
Esas eran pláticas de todo y de todos. La mayoría, muy cotorras. Recuerdo una discusión sobre qué bebía Dios. González Rodríguez decía que bebía whisky, Solana insistía en que bebía agua y Hoffmann, el más bíblico, en que bebía vino. Yo decía que Coca-Cola y eso le parecía perverso al Sergeof all people-. En esas pláticas concluimos que Hoffmann era un “pato masoquista” (algo tenían que ver sus obsesiones amorosas con una mujer inalcanzable que yo conocía).
Hablábamos mucho de literatura, de la ajena sobre todo, pero también un poco de la nuestra. Les pasé una colección de cuentos míos. Solana me dijo que él sería mi agente para colocarlos en alguna editorial. Luego agregó: “voy a ser como el agente de Lampedusa, te voy a hacer famoso póstumamente”.
Efectivamente, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de El Gatopardo, murió años antes de que se publicara esa, su única novela.
Pasadas las décadas, veo que Solana tenía boca de profeta. Presiento que nunca publicaré. Por lo pronto utilizo este medio para avisarle que la colección de relatos ha sido actualizada.

Gordito por un ratito

El reposo y la ingesta de caramelos durante mi convalescencia hepática hicieron que aumentara de volumen. Agréguese a ello que, tras desayunar “nutritivo” pero insuficiente cereal, a mediodía me daba un hambre atroz e iba con Maca y con Fernando Calzada a la entonces Facultad de Ciencias a devorar, cada uno, una enorme Torta Pumita, el resultado fue de ensanchamiento progresivo.
En una de esas, Toño Ávila, con la diplomacia jarocha que lo caracteriza, me dice: “Mi buen Panco, estás hecho un cerdo”. Agregó, sentencioso: “Debes correr una milla y hacer cien abdominales al día”.
No recuerdo qué le contesté a Toño. Sí, que al día siguiente me pesé y encontré, con horror, que la báscula marcaba 81 kilos. De ahí me fui al parque cercano a mi casa, medí su perímetro a grandes pasos y concluí que constaba de 400 metros. Me dije: “Qué mamada lo de la milla, correré 1,600 metros”. Sólo pude dar una vuelta y alcancé a hacer diez abdominales. ¡Qué pérdida de condición!
Cada día, aumenté un abdominal (luego fui de cinco en cinco) y cada semana una vuelta más. Pronto estaba haciendo la “milla” y el centenar. Cuando uno es joven, el cuerpo responde con rapidez: bajé velozmente de peso. Para febrero de 1985 andaba por los 76 kilos y todavía bajaría otros más.

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