En La
Journée
Tras
aliviarme de la hepatitis, retomé mis clases y mis otras actividades. Entre
ellas destacaban las periodísticas. Una vez a la semana iba a las oficinas de Punto, habiendo pergeñado mi artículo y
la “sección económica”, que comentaba amablemente con don Benjamín Wong, el
director. Otro día iba a La Jornada,
igualmente a entregar mi colaboración semanal y a platicar con Payán, que era
muy abierto, cuando estaba, con algún subdirector, con los cuates de la Mesa
(de redacción) y, sobre todo, con los editores de La Jornada Semanal, el
suplemento cultural: Fernando Solana Olivares (ese Fernando), Sergio González Rodríguez y Andrés Hoffmann. La Journée, le decía el Serge.
Esas
eran pláticas de todo y de todos. La mayoría, muy cotorras. Recuerdo una
discusión sobre qué bebía Dios. González Rodríguez decía que bebía whisky, Solana
insistía en que bebía agua y Hoffmann, el más bíblico, en que bebía vino. Yo
decía que Coca-Cola y eso le parecía perverso al Serge –of all people-. En
esas pláticas concluimos que Hoffmann era un “pato masoquista” (algo tenían que
ver sus obsesiones amorosas con una mujer inalcanzable que yo conocía).
Hablábamos
mucho de literatura, de la ajena sobre todo, pero también un poco de la
nuestra. Les pasé una colección de cuentos míos. Solana me dijo que él sería mi
agente para colocarlos en alguna editorial. Luego agregó: “voy a ser como el
agente de Lampedusa, te voy a hacer famoso póstumamente”.
Efectivamente,
Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de El
Gatopardo, murió años antes de que se publicara esa, su única novela.
Pasadas
las décadas, veo que Solana tenía boca de profeta. Presiento que nunca publicaré.
Por lo pronto utilizo este medio para avisarle que la colección de relatos ha
sido actualizada.
Gordito
por un ratito
El
reposo y la ingesta de caramelos durante mi convalescencia hepática hicieron
que aumentara de volumen. Agréguese a ello que, tras desayunar “nutritivo” pero
insuficiente cereal, a mediodía me daba un hambre atroz e iba con Maca y con
Fernando Calzada a la entonces Facultad de Ciencias a devorar, cada uno, una
enorme Torta Pumita, el resultado fue de ensanchamiento progresivo.
En una
de esas, Toño Ávila, con la diplomacia jarocha que lo caracteriza, me dice: “Mi
buen Panco, estás hecho un cerdo”. Agregó,
sentencioso: “Debes correr una milla y hacer cien abdominales al día”.
No
recuerdo qué le contesté a Toño. Sí, que al día siguiente me pesé y encontré,
con horror, que la báscula marcaba 81 kilos. De ahí me fui al parque cercano a
mi casa, medí su perímetro a grandes pasos y concluí que constaba de 400
metros. Me dije: “Qué mamada lo de la milla, correré 1,600 metros”. Sólo pude
dar una vuelta y alcancé a hacer diez abdominales. ¡Qué pérdida de condición!
Cada
día, aumenté un abdominal (luego fui de cinco en cinco) y cada semana una
vuelta más. Pronto estaba haciendo la “milla” y el centenar. Cuando uno es joven,
el cuerpo responde con rapidez: bajé velozmente de peso. Para febrero de 1985
andaba por los 76 kilos y todavía bajaría otros más.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario