Pemex y el cuento zen de la vaca
16 de enero de 2007
Hace unos años un amigo me contó un cuento zen.
Este era un maestro zen, que recorría India acompañado por
su alumno. Llegaron a una casa pobre, en donde los alojó una buena familia. Le
preguntaron a la familia de qué vivía, y contestaron que de una vaca.
-La vaca nos da leche, a veces nos alcanzar para vender un
poco, o para hacer queso; está flaca de tanto que la usamos, pero somos pobres
-dijeron.
Los monjes salieron y, apenas habían caminado unos cientos
de metros, el maestro dijo a su alumno:
-Pequeño saltamontes, quiero que esta noche regreses a la
granja donde nos acogieron tan amablemente, encuentres la vaca y la eches por
un barranco.
El maestro no escuchó las razones de su alumno. Tampoco las
súplicas. Así que el discípulo obedeció y en la noche desbarrancó la vaca.
Pasaron los años, el sabio maestro murió y su antiguo
discípulo, ahora convertido, él mismo, en maestro zen, recaló por casualidad en
la misma zona. Se alojó con la misma familia, que ahora vivía con más
comunidades. “¿De qué viven?”, les preguntó. Y contestaron:
-Antes teníamos una vaca, pero se desbarrancó y tuvimos que
arreglárnoslas. Mi mujer empezó a vender sus hermosos tejidos, yo me dediqué a
otras artesanías, mi hija trabajó, con sus ahorros compró unas gallinas y ahora
vendemos huevos a todo el pueblo; mi hijo es constructor.
En México tenemos una vaca. Nos la dio Tata Lázaro. Se llama
Petróleos Mexicanos. La queremos mucho.
Hubo una época en que era muy gorda, y nos preparamos para
administrar la abundancia. Pero ésta nunca llegó: el dinero que obtuvimos por
la venta de su producto se escurrió entre especulación, corruptelas e
importaciones.
Decidimos que teníamos que apretarnos el cinturón, y que ya
no íbamos a depender de la vaca, pero igual seguíamos dependiendo de ella. Los
que la ordeñan directamente le dijeron al entonces Presidente: “Si se muere la
vaca, se muere México, y se muere usted”. Ese Presidente decidió mejor no
meterse.
Una de las primeras cosas que hizo su sucesor fue atacar a
quienes controlaban la ordeña de la vaca. Puso a otros. Hizo muchos cambios. La
economía ya no dependía de la vaca, pero las finanzas públicas sí. O sea, que
la dinámica económica todavía dependía de la vaca.
El siguiente Presidente cambió la organización de la
explotación de la vaca. Diferentes empresas se dedicaban a la ordeña, la
pasteurización y la venta de la leche negra. Como el precio estaba muy bajo,
fueron años de vacas flacas. Por fortuna, no toda la economía dependía de ella,
pero las finanzas públicas sí.
Las vacas flacas –y en especial, la del 95- influyeron en
que cambiara el color político del Presidente en turno. Éste, que se las daba
de gente del campo, dijo que ya era hora de que dejáramos de depender tanto de
la vaca. Propuso una reforma fiscal. Lo hizo de manera atrabancada, y no se
veían beneficios evidentes para los miembros más pobres de la familia. Como el
precio de la leche negra estaba al alza, los legisladores consideraron que lo
mejor era que las finanzas públicas siguieran dependiendo de la vaca. Poco
importó que su ubre mayor, también conocida como Cantarell, diera muestras de agotamiento.
En ese tiempo, las cabezas de las familias nucleares (porque
la que vive de la vaca es una gran familia patriarcal) pidieron y obtuvieron
que se les diera a ellos los remanentes por venta de leche a alto precio.
Cuando el más reciente Presidente puso a consideración del
Congreso su ley de ingresos y presupuesto de egresos, calculó el precio de la
leche negra con base en una función matemática muy complicada que habían hecho
los sabios de las familias con vacas. Resultaba que, para hacer los gastos
públicos necesarios, era menester elevar algunos impuestos. Pero se opusieron
unos miembros de la familia –no necesariamente los más pobres-, y se llegó a
una solución salomónica: asumir que el precio de la leche negra iba a ser
superior al que decía la función matemática. Qué tanto es tantito. Y además,
quitaron del presupuesto el forraje de calidad que le íbamos a dar a la vaca,
para cubrir otras necesidades.
Ahora, el precio de los productos de nuestra vaca ha caído
por debajo del que se tuvo como referencia en el presupuesto. Ya les
advirtieron a las cabezas de las familias nucleares que no va a haber
remanentes este año. Vamos a utilizar un guardadito para seguir gastando lo
mismo, al menos durante el primer semestre del año. Si los precios siguen a la
baja, a ver qué tal nos va en la segunda mitad.
Seguimos siendo una familia pobre, pero nos las arreglamos.
De comer no falta, al menos para la mayoría de nosotros. Queremos mucho a la
vaca. De verdad. No la vamos a desbarrancar (aunque la tenemos hambreada y
trabajada en exceso). Pero tal vez los precios internacionales del petróleo se
encarguen de algo parecido.
En todo caso, bien haríamos en dejar de depender de ella,
aunque para eso se requiera una dolorosa reforma fiscal. Sería un gran aprendizaje
que nos ayudaría a ver, entre otras cosas, que no se puede chiflar y tragar
pinole al mismo tiempo (y esa es otra enseñanza zen: al tiempo).
Ni masiosares ni suicidas
6 de agosto de 2013
Ya inició la discusión de la reforma energética. El PAN
presentó su propuesta. El Ejecutivo y el Pacto presentarán muy pronto la suya.
En el PRD se decantan posiciones. En Morena siguen con su cantaleta de la
supuesta privatización y la defensa del status quo. Vale la pena, de entrada y
con la esperanza de que el debate sea digno del nombre, poner la situación en
contexto.
En primer lugar, hay que decir que el futuro del petróleo
crudo como fuente de energía en el mediano plazo no es tan promisorio como se
suponía hace pocos años. Por una parte, está siendo sustituido por el gas, y en
particular por el que proviene del querógeno (la materia orgánica contenida
dentro de las rocas). Por otra, los
desarrollos en tecnologías limpias (o menos intensivas en el uso de
hidrocarburos) así como la menor tasa de crecimiento económico mundial, limitan
la expansión de la demanda del crudo.
Ambos procesos han sido paulatinos. El primero, porque ha
requerido procesos tecnológicos para irse abaratando. El segundo, porque ha
estado relativamente mediado por el dinamismo de las economías de países
emergentes. Pero ambos convergerán, y no
es dable esperar que el precio del crudo siga la tendencia alcista de la última
década.
Estados Unidos es el principal importador del crudo
mexicano. Su economía es la principal productora de gas de querógeno, ha
aumentado su producción de crudo (a través de la tecnología en aguas profundas)
y se ha convertido en exportador neto de productos refinados. Si nuestro país
piensa volver a ser una potencia exportadora, más le vale diversificar mucho
más sus mercados.
La producción petrolera en México ha caído de manera
vertical durante la última década. Los campos maduros están declinando. Por
otra parte, las redes de ductos están en malas condiciones (cuando no son
ordeñadas). En el sector hay una
evidente subinversión, que se hace más evidente en la imposibilidad técnica y
financiera para explotar los yacimientos en aguas profundas.
Sobre todo esto, Pemex no se ha manejado como una empresa,
sino como un organismo público. Lo más que ha habido es un cambio en la
organización de la explotación de la vaca que nos dio Tata Lázaro. Diferentes
empresas se dedican a la ordeña, la pasteurización y la venta de la leche
negra, pero ninguna con un manejo corporativo moderno, y todas con la lógica
burocrática. En el fondo, nadie se mete con los manejos de Pemex (y de su
sindicato). Es un peso sin contrapesos de verdad.
¿Qué respuestas van a dar las fuerzas políticas a esta red
de problemas?
La del PAN apunta a quitarle el monopolio a Pemex, que se
vería obligado a competir sin tener los dientes legales ni los recursos
financieros ni, sobre todo, el entrenamiento para ello. Equivale, a mi juicio,
a condenarla a una progresiva desarticulación y a la muerte por inanición. Se
puede decir que es una propuesta valiente. Pero en el sentido en que se puede
decir que un suicida es valiente.
La propuesta de no hacer nada –de Morena- o de reducir la
reforma energética a una maquilladita –de la mayor parte del PRD- tiene la
característica de la miopía extrema. Dejar las cosas como están es condenar a
Pemex a seguir perdiendo competitividad, a no poder explotar los yacimientos en
aguas profundas, a no poder desarrollar petroquímica secundaria. Es condenar al
país a convertirse en un importador neto de hidrocarburos, en un exportador
cada vez más marginal y emproblemado. Es apostar contra las evidencias -¿a qué
le tiras cuando sueñas, mexicano?- a que el precio del crudo seguirá al alza en
el mediano y largo plazos, y a que todavía tendremos excedentes para
distribución. Todo en aras de una ideología masiosare sobre el petróleo, que no
estableció el Tata, sino los (despreciados por la izquierda) ex presidentes
Echeverría y López Portillo.
¿Qué hacer? De entrada, cuando menos lo mismo que hace la
otra nación con monopolio estatal absoluto: Arabia Saudita. En ese país, Saudi
Aramco (el Pemex de por allá) se asocia en refinación y petroquímica con otras
empresas, para proyectos específicos, aunque mantiene el monopolio total en
extracción y exploración.
En México convendría, además, que hubiera asociaciones,
también para proyectos específicos en el caso de la extracción y exploración en
aguas profundas. Allí la opción es asociarse o dejar que la tecnología se
desarrolle para poder hacerlo solos (y mal y caro) dentro de algunas décadas
(si es que persiste la demanda de petróleo a los niveles actuales).
En estos casos, podríamos hacer como Cuba, a través de
asociaciones con empresas petroleras, reguladas por contratos de mediación
(creo que podríamos dar mucho menos del 50 por ciento de la producción, que es
lo que el revolucionario gobierno cubano da a los pérfidos capitalistas) y con
una importante aportación fiscal de parte del socio.
También podríamos seguir el ejemplo brasileño: contratos de
producción compartida, con especificaciones de contenido nacional y con Pemex
(como allá Petrobras) como brazo controlador de todo el proceso.
En cualquiera de los casos, Pemex debería convertirse en una
empresa que opere en función de resultados, y no en una dependencia dedicada
más a generar impuestos que a explorar, explotar y comercializar energéticos.
Y, cualquiera que sea el resultado final de la reforma, mal
haríamos en esperar consecuencias inmediatas, más allá de un eventual repunte
en la inversión. Si es exitosa, sus efectos se verán, si acaso, a finales de
sexenio.
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