martes, agosto 06, 2013

Pemex y el cuento zen de la vaca

Lo normal de casi todo texto periodístico es que pierda actualidad con rapidez. Por eso, me sorprendió -al estar preparando un texto sobre la reforma energética- encontrar una columna mía que, a seis años de escrita, casi no había perdido nada. Son cosas que suceden cuando hay inmovilidad en el tema que se discute (es decir, en Pemex). Aquí van los textos de 2007 y 2013 (claro, para el texto reciente, ordeñé una partecita del antiguo, así es esto de las vacas):


Pemex y el cuento zen de la vaca
16 de enero de 2007





Hace unos años un amigo me contó un cuento zen.

Este era un maestro zen, que recorría India acompañado por su alumno. Llegaron a una casa pobre, en donde los alojó una buena familia. Le preguntaron a la familia de qué vivía, y contestaron que de una vaca.

-La vaca nos da leche, a veces nos alcanzar para vender un poco, o para hacer queso; está flaca de tanto que la usamos, pero somos pobres -dijeron.

Los monjes salieron y, apenas habían caminado unos cientos de metros, el maestro dijo a su alumno:

-Pequeño saltamontes, quiero que esta noche regreses a la granja donde nos acogieron tan amablemente, encuentres la vaca y la eches por un barranco.

El maestro no escuchó las razones de su alumno. Tampoco las súplicas. Así que el discípulo obedeció y en la noche desbarrancó la vaca.

Pasaron los años, el sabio maestro murió y su antiguo discípulo, ahora convertido, él mismo, en maestro zen, recaló por casualidad en la misma zona. Se alojó con la misma familia, que ahora vivía con más comunidades. “¿De qué viven?”, les preguntó. Y contestaron:

-Antes teníamos una vaca, pero se desbarrancó y tuvimos que arreglárnoslas. Mi mujer empezó a vender sus hermosos tejidos, yo me dediqué a otras artesanías, mi hija trabajó, con sus ahorros compró unas gallinas y ahora vendemos huevos a todo el pueblo; mi hijo es constructor.

En México tenemos una vaca. Nos la dio Tata Lázaro. Se llama Petróleos Mexicanos. La queremos mucho.

Hubo una época en que era muy gorda, y nos preparamos para administrar la abundancia. Pero ésta nunca llegó: el dinero que obtuvimos por la venta de su producto se escurrió entre especulación, corruptelas e importaciones.

Decidimos que teníamos que apretarnos el cinturón, y que ya no íbamos a depender de la vaca, pero igual seguíamos dependiendo de ella. Los que la ordeñan directamente le dijeron al entonces Presidente: “Si se muere la vaca, se muere México, y se muere usted”. Ese Presidente decidió mejor no meterse.

Una de las primeras cosas que hizo su sucesor fue atacar a quienes controlaban la ordeña de la vaca. Puso a otros. Hizo muchos cambios. La economía ya no dependía de la vaca, pero las finanzas públicas sí. O sea, que la dinámica económica todavía dependía de la vaca.

El siguiente Presidente cambió la organización de la explotación de la vaca. Diferentes empresas se dedicaban a la ordeña, la pasteurización y la venta de la leche negra. Como el precio estaba muy bajo, fueron años de vacas flacas. Por fortuna, no toda la economía dependía de ella, pero las finanzas públicas sí.

Las vacas flacas –y en especial, la del 95- influyeron en que cambiara el color político del Presidente en turno. Éste, que se las daba de gente del campo, dijo que ya era hora de que dejáramos de depender tanto de la vaca. Propuso una reforma fiscal. Lo hizo de manera atrabancada, y no se veían beneficios evidentes para los miembros más pobres de la familia. Como el precio de la leche negra estaba al alza, los legisladores consideraron que lo mejor era que las finanzas públicas siguieran dependiendo de la vaca. Poco importó que su ubre mayor, también conocida como Cantarell, diera muestras de agotamiento.

En ese tiempo, las cabezas de las familias nucleares (porque la que vive de la vaca es una gran familia patriarcal) pidieron y obtuvieron que se les diera a ellos los remanentes por venta de leche a alto precio.

Cuando el más reciente Presidente puso a consideración del Congreso su ley de ingresos y presupuesto de egresos, calculó el precio de la leche negra con base en una función matemática muy complicada que habían hecho los sabios de las familias con vacas. Resultaba que, para hacer los gastos públicos necesarios, era menester elevar algunos impuestos. Pero se opusieron unos miembros de la familia –no necesariamente los más pobres-, y se llegó a una solución salomónica: asumir que el precio de la leche negra iba a ser superior al que decía la función matemática. Qué tanto es tantito. Y además, quitaron del presupuesto el forraje de calidad que le íbamos a dar a la vaca, para cubrir otras necesidades.

Ahora, el precio de los productos de nuestra vaca ha caído por debajo del que se tuvo como referencia en el presupuesto. Ya les advirtieron a las cabezas de las familias nucleares que no va a haber remanentes este año. Vamos a utilizar un guardadito para seguir gastando lo mismo, al menos durante el primer semestre del año. Si los precios siguen a la baja, a ver qué tal nos va en la segunda mitad.

Seguimos siendo una familia pobre, pero nos las arreglamos. De comer no falta, al menos para la mayoría de nosotros. Queremos mucho a la vaca. De verdad. No la vamos a desbarrancar (aunque la tenemos hambreada y trabajada en exceso). Pero tal vez los precios internacionales del petróleo se encarguen de algo parecido.

En todo caso, bien haríamos en dejar de depender de ella, aunque para eso se requiera una dolorosa reforma fiscal. Sería un gran aprendizaje que nos ayudaría a ver, entre otras cosas, que no se puede chiflar y tragar pinole al mismo tiempo (y esa es otra enseñanza zen: al tiempo).
 
Ni masiosares ni suicidas
6 de agosto de 2013



Ya inició la discusión de la reforma energética. El PAN presentó su propuesta. El Ejecutivo y el Pacto presentarán muy pronto la suya. En el PRD se decantan posiciones. En Morena siguen con su cantaleta de la supuesta privatización y la defensa del status quo. Vale la pena, de entrada y con la esperanza de que el debate sea digno del nombre, poner la situación en contexto.

En primer lugar, hay que decir que el futuro del petróleo crudo como fuente de energía en el mediano plazo no es tan promisorio como se suponía hace pocos años. Por una parte, está siendo sustituido por el gas, y en particular por el que proviene del querógeno (la materia orgánica contenida dentro de las rocas).  Por otra, los desarrollos en tecnologías limpias (o menos intensivas en el uso de hidrocarburos) así como la menor tasa de crecimiento económico mundial, limitan la expansión de la demanda del crudo.

Ambos procesos han sido paulatinos. El primero, porque ha requerido procesos tecnológicos para irse abaratando. El segundo, porque ha estado relativamente mediado por el dinamismo de las economías de países emergentes.  Pero ambos convergerán, y no es dable esperar que el precio del crudo siga la tendencia alcista de la última década.

Estados Unidos es el principal importador del crudo mexicano. Su economía es la principal productora de gas de querógeno, ha aumentado su producción de crudo (a través de la tecnología en aguas profundas) y se ha convertido en exportador neto de productos refinados. Si nuestro país piensa volver a ser una potencia exportadora, más le vale diversificar mucho más sus mercados.

La producción petrolera en México ha caído de manera vertical durante la última década. Los campos maduros están declinando. Por otra parte, las redes de ductos están en malas condiciones (cuando no son ordeñadas). En el sector  hay una evidente subinversión, que se hace más evidente en la imposibilidad técnica y financiera para explotar los yacimientos en aguas profundas.

Sobre todo esto, Pemex no se ha manejado como una empresa, sino como un organismo público. Lo más que ha habido es un cambio en la organización de la explotación de la vaca que nos dio Tata Lázaro. Diferentes empresas se dedican a la ordeña, la pasteurización y la venta de la leche negra, pero ninguna con un manejo corporativo moderno, y todas con la lógica burocrática. En el fondo, nadie se mete con los manejos de Pemex (y de su sindicato). Es un peso sin contrapesos de verdad.

¿Qué respuestas van a dar las fuerzas políticas a esta red de problemas?

La del PAN apunta a quitarle el monopolio a Pemex, que se vería obligado a competir sin tener los dientes legales ni los recursos financieros ni, sobre todo, el entrenamiento para ello. Equivale, a mi juicio, a condenarla a una progresiva desarticulación y a la muerte por inanición. Se puede decir que es una propuesta valiente. Pero en el sentido en que se puede decir que un suicida es valiente.

La propuesta de no hacer nada –de Morena- o de reducir la reforma energética a una maquilladita –de la mayor parte del PRD- tiene la característica de la miopía extrema. Dejar las cosas como están es condenar a Pemex a seguir perdiendo competitividad, a no poder explotar los yacimientos en aguas profundas, a no poder desarrollar petroquímica secundaria. Es condenar al país a convertirse en un importador neto de hidrocarburos, en un exportador cada vez más marginal y emproblemado. Es apostar contra las evidencias -¿a qué le tiras cuando sueñas, mexicano?- a que el precio del crudo seguirá al alza en el mediano y largo plazos, y a que todavía tendremos excedentes para distribución. Todo en aras de una ideología masiosare sobre el petróleo, que no estableció el Tata, sino los (despreciados por la izquierda) ex presidentes Echeverría y López Portillo.

¿Qué hacer? De entrada, cuando menos lo mismo que hace la otra nación con monopolio estatal absoluto: Arabia Saudita. En ese país, Saudi Aramco (el Pemex de por allá) se asocia en refinación y petroquímica con otras empresas, para proyectos específicos, aunque mantiene el monopolio total en extracción y exploración.

En México convendría, además, que hubiera asociaciones, también para proyectos específicos en el caso de la extracción y exploración en aguas profundas. Allí la opción es asociarse o dejar que la tecnología se desarrolle para poder hacerlo solos (y mal y caro) dentro de algunas décadas (si es que persiste la demanda de petróleo a los niveles actuales).

En estos casos, podríamos hacer como Cuba, a través de asociaciones con empresas petroleras, reguladas por contratos de mediación (creo que podríamos dar mucho menos del 50 por ciento de la producción, que es lo que el revolucionario gobierno cubano da a los pérfidos capitalistas) y con una importante aportación fiscal de parte del socio.

También podríamos seguir el ejemplo brasileño: contratos de producción compartida, con especificaciones de contenido nacional y con Pemex (como allá Petrobras) como brazo controlador de todo el proceso.

En cualquiera de los casos, Pemex debería convertirse en una empresa que opere en función de resultados, y no en una dependencia dedicada más a generar impuestos que a explorar, explotar y comercializar energéticos.

Y, cualquiera que sea el resultado final de la reforma, mal haríamos en esperar consecuencias inmediatas, más allá de un eventual repunte en la inversión. Si es exitosa, sus efectos se verán, si acaso, a finales de sexenio.   



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