En los últimos días se han acumulado los frentes que tiene
que atender el gobierno de la República, y cada uno es una maraña. Deberá tener
sumo cuidado para que no se le enreden unos con otros, porque entonces tendría
dificultades serias para salir del embrollo, se le haría bolas el engrudo y con
ello sufriría el país.
Por una parte, y presidiendo ominosamente los problemas,
está la cuestión económica. Los datos recientes hablan de un freno más severo
de lo que se pensaba: el “Mexican moment”
todavía no es, y las señales son de evidente estancamiento. Las inversiones
privadas se anuncian, pero aún no se realizan. El gasto público, si acaso no
hay subejercicio, ha sido totalmente insuficiente para detonar el crecimiento
en otros sectores. Se prevé una creación de empleos tan baja como en los
sexenios panistas y no se vislumbra mejora en los ingresos de la población.
Seguimos en el estancamiento estabilizador.
Queda cada vez más claro que, como señaló el vicegobernador
del Banco de México, el modelo guiado por las exportaciones está llegando a su
fin. Lo que no se percibe es qué tipo de modelo va a sustituir al vigente: el
mercado interno no da grandes signos de vida. Sólo con una reforma fiscal a
fondo podemos pensar en volver a crecer a tasas decentes.
En ese contexto, es evidente que la desestabilización
política causada por las movilizaciones de los activistas de la CNTE contribuye
a mantener inversiones potenciales en estado de latencia. Están a la expectativa
de ver qué tanto se respetan, a la hora de la verdad, el estado de derecho y la
propiedad privada.
Nadie puede llamarse a engaño por las actitudes provocadoras
de la Coordinadora. Estaban anunciadas de antemano, como parte de un proyecto
general de desestabilización, en el que convergen diferentes intereses. Hubo
omisión, tanto de los gobiernos federal y capitalino, así como del Congreso,
para salvaguardar de manera pacífica las sedes del Poder Legislativo. Fue
penosa la imagen de legisladores en fuga hacia un centro bancario, convertido a
toda prisa en sede alterna. Algo impensable en un país serio.
Lo que ha seguido parece obedecer a un guión escrito con
alevosía. Lo absurdo de las demandas, la toma total del Zócalo, el alucinante
bloqueo al aeropuerto y los innecesarios plantones frente a las embajadas
tienen el patente objetivo de exasperar a la población del DF. Son cada vez más
quienes exigen mano dura para tratar a los activistas magisteriales y tal vez
de eso se trate, también: desgastar la imagen de autoridad de los gobiernos
federal y local, que son vistos como incapaces de restablecer el orden.
Ese vacío deja espacio para los extremos. Ya hemos visto
reaccionar verbalmente a las alas más radicales del PAN y del PRD. Habrá quien
saque raja de la polarización.
Todo lo que afecte al Pacto por México es visto con gusto
por los de la CNTE y sus compañeros de aventura. Ahora de lo que se trata es de
estirar la soga y ligar la lucha contra la reforma educativa (que tiene apoyo
mínimo en la población) con la resistencia ante la reforma energética (que
cuenta con más simpatías, envueltas en la retórica nacionalista). De hecho,
está por empezar la pelea entre caudillos para ver quien se pone al frente. En
cualquier caso, el resultado político es cimbrar el acuerdo que ha permitido al
gobierno avanzar en las reformas y dar la impresión de que vino a cambiar el
país, y no sólo a administrar su crisis recurrente.
El caso es que el gobierno ha podido cerrar plenamente dos
de las reformas más importantes previstas (la financiera y la de
telecomunicaciones, a la que todavía le falta la definición de los miembros de
las comisiones de competencia e Ifetel); todavía no acaba con la de educación y
ya se le viene encima la energética. Habría que preguntarse si, cerrada la
primera –porque la evaluación a maestros sí pasará-, y en trámite la segunda,
habrá aliento político para lanzar este año la más importante, que es la
fiscal.
Empiezo a pensar que no. Que el desgaste de las reformas
educativa y energética será suficiente para el primer año. También empiezo a
sospechar que, en aras de la paz social, la reforma energética terminará
pareciéndose más al parche propuesto por el ingeniero Cárdenas y el PRD que a
la iniciativa del Ejecutivo. Ojalá me equivoque porque, si se le agregan
ciertos candados que la hagan transparente, la versión de Peña Nieto es mejor,
según mi opinión.
Si eso es así, y no hay reforma fiscal, tendremos otro
presupuesto inercial, que mantendrá la economía en sus mediocres niveles
recientes, e incrementará las demandas sociales. Pero si no se cierra
exitosamente la reforma energética simplemente no habrá condiciones para un
debate hacendario a la altura de las necesidades del país.
Completa el panorama el tema de la inseguridad, que ahora
está tomando un nuevo rostro: el de las guardias comunitarias, que se han
multiplicado como virus en diferentes municipios del país. No deja de ser
significativo que la razón –o el pretexto, en algunos lados- para el
surgimiento de estas organizaciones ha sido precisamente la ausencia o
debilidad de las autoridades del Estado para cumplir con su función básica.
Resulta difícil distinguir entre estas guardias. Algunas
están coludidas con grupos de la delincuencia organizada. Otras responden a
intereses políticos generales de desestabilización (son compañeros de viaje de
los polarizadores profesionales). Otras más, son expresiones auténticas, pero
que –por su propia naturaleza- pronto pueden decantarse hacia alguna de las
primeras opciones. En todos los casos, son un fenómeno a combatir. Una plaga.
Un frente económico complicado, varios frentes políticos que
se agolpan unos con otros y una serie de frentes de seguridad que se
multiplican han sido el pago para un gobierno muy activo en propuestas
destinadas a resolver problemas añejos de la nación, pero que hasta ahora no ha
podido aterrizarlas todas.
Si se mantiene el orden político, habrá posibilidad de
avanzar paulatinamente en las transformaciones legislativas y económicas, así
como en la recuperación de los territorios.
Cuando el engrudo empieza a hacerse bolas, hay que hacer
tres cosas. Agregar agua, apagar el fuego y batir con fuerza para que la mezcla
se mantenga. En otras palabras: mantener la cabeza fría, no atizar las hogueras
y hacer política, mucha política.
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