“El beisbol es un deporte exacto”: Pedro Mago Septién
1.
Tengo en mis manos una copia fotostática del
artículo “An Eye on the Records” (un ojo en los registros), de Michael Lenehan,
aparecido en la revista Atlantic en septiembre de 1983. Se trata de un análisis
de las estadísticas del beisbol y de un perfil de Bill James, un apasionado de
los números, que publica cada año un Abstract
dedicado al aficionado al beisbol que es también fan de la estadística.
Dos cosas me llamaron la atención al leer ese artículo.
Una es que Bill James estudió economía en la Universidad de Kansas y ahí
aprendió acerca de modelos matemáticos que más tarde aplicó al beisbol. La
otra, que hay una novela llamada The Universal Baseball Association, en la que
el héroe creaba juegos imaginarios y, con el tiempo, sus jugadores inventados
acumulaban registros estadísticos, empezaban a tener virtudes y defectos, se volvían personas.
La economía y el beisbol son dos actividades humanas
en las que las estadísticas juegan un papel de primordial importancia. Los
paralelismos son evidentes. Ahora bien, ¿hasta qué punto las estadísticas nos
permiten entender mejor el beisbol (la economía)? ¿Qué tanto pierde la economía
real, que se vive cotidianamente (el beisbol real, que se juega en el diamante)
al pasar por el filtro de las estadísticas? ¿Qué tanto se parecen los modelos
econométricos a los partidos de la Universal Baseball Association? ¿Son acaso
invenciones de mentes febriles, con variables que cobran vida?
2.
Hagamos una primera aproximación al mundo de las
estadísticas. Sabemos que se usan para entender mejor el mundo en cuestión.
Gracias a ellas sabemos que hay más probabilidad de hit cuando batea Ken
Landreaux (.281) que cuando lo hace Greg Brock (.226) -y es por ellas que el
manager coloca a Landreaux de tercer bat y a Brock de sexto-. Gracias a ellas
sabemos que la inflación en 1983 fue menor a la de 1982.
Sin embargo, las estadísticas son una traducción de la realidad, no pueden
reflejarla sino de una manera imperfecta. Pueden exagerar las diferencias y
pueden también minimizarlas. Veamos el ejemplo beisbolero: la diferencia de
bateo entre Landreaux y Brock fue de 32 hits en toda la temporada:
aproximadamente un hit a la semana. Difícilmente la percibiríamos si no fuera
por la estadística. Y si no fuera por la estadística, nadie creería que el
embate inflacionario amaina levemente.
Un problema adicional es el de la capacidad del
modelo estadístico utilizado para reflejar –así sea de manera mediada- la
realidad. Esto depende de los parámetros que se usen. Bill James señala que las
estadísticas de fildeo se basan en un error de inicio, porque la finalidad del
fildeador no es “atrapar todas las bolas que llegan lo suficientemente cerca
como para no quedar mal”, sino “atrapar todas las bolas posibles”.
Análogamente, podemos decir que el problema del
desempleo no se reduce sólo a los que han buscado activamente contratarse
durante la última semana, sino que abarca gran cantidad de demandantes de
empleo que se declaran estudiantes, amas de casa, campesinos, vendedores
ambulantes, pensionados pobres, así como aquellos desempleados desesperados que
estuvieron en sus casas, jalándose los pelos, la semana anterior a la encuesta.
Tercer elemento, las estadísticas son a menudo una opinión disfrazada tras los números. Velenzuela
puede atestiguarlo con aquel triple en los juegos de post-temporada que el
anotador marcó como error del jardinero central. Esto también lo podemos
encontrar en los encuestadores, que a menudo introducen sus propias opiniones
(calculando ingresos, olvidando preguntas o asumiendo respuestas) y –con más
frecuencia de la deseada- con los diseñadores de muestras estadísticas.
En otras palabras, toda estadística tiene una carga
subjetiva escondida en la formulación de los métodos para la extracción de
datos. En ocasiones esta carga subjetiva es consciente y pretende que los
encuestados respondan de manera suficiente; en otras, la carga subjetiva está
escondida también para quien elabora la estadística, quien se vuelve, así,
presa de una ilusión.
Existe otra opción: la de la estadística usada para
esconder una realidad, para deformar la percepción de la realidad. Ejemplo de
ello son, por una parte, los malabares que hacen algunos comentaristas de la
televisión para demostrar(nos) que la economía va bien a través (por ejemplo)
de una gráfica que mide las variaciones de la tasa mensual de inflación y no el
Índice de Precios al Consumidor (el resultado es de estabilidad, pero no se
dice que nos hemos estabilizado en la hiperinflación); por otra, las formas
mismas de designar ciertos agregados estadísticos (“errores y omisiones”, que
en la balanza de pagos es eufemismo para designar contrabando y fugas de
capital) o de hacer hincapié en ciertas variables en desmedro de otras más
relevantes (como la absurda pretensión del Banco de México de que nos fijemos
en el superávit de la balanza comercial, frente a la caída drástica en el
Producto Interno Bruto). Es como convencer a un fanático del beis de que los
Mets fueron mejores que los Orioles porque hicieron más triple-plays.
En resumen, las estadísticas son una ayuda valiosa
para elaborar una estrategia vencedora. Ningún manejador puede operar
eficientemente sin hacerles caso: son un punto de contacto con una realidad a
veces invisible. Y sin embargo, resultan engañosas si no se acompañan de
análisis que eliminen la mediación: ni la economía de una nación ni un equipo
de beisbol se pueden manejar con los puros números. Si el manager se hubiera
fijado nada más en las estadísticas, Babe Ruth hubiera sido lanzador toda su
vida, y no el más grande bateador de todos los tiempos. Aunque, claro, no
sabríamos que Ruth fue el más grande bateador sin la ayuda de las estadísticas.
3.
El beisbol y la economía tratan con seres humanos,
pero tienen en común que, a diferencia de otras actividades, el resultado del
accionar humano en ellas no es inmediatamente aprehensible. Un ingeniero o un
dentista encuentran concreción inmediata para sus actividades: un edificio, una
amalgama dental. El economista, en cambio, no se enfrenta a una realidad
concreta tangible, sino a un entorno social muy móvil y complejo, en donde lo
único con apariencia de exactitud son las estadísticas. Muchos caen, por la
necesidad de encontrar puntos de anclaje, en la tentación vana de usar sólo las
estadísticas para sus análisis. Un box-score nunca será igual a un juego de
pelota y, en la economía como en el beisbol, hay movimiento constante bajo la
apariencia estática.
La teoría económica ha tomado muchas veces el papel
de la estadística en lo que se refiere a la necesidad de puntos de apoyo para
el economista. La construcción teórica toma el lugar de una construcción real:
es el mecanismo que sirve para hacer accesible lo inabarcable (la realidad
económico-social) para darle un sentido a
la labor del economista. Con la crisis económica internacional también han
entrado en crisis las diversas teorías económicas y el resultado –comprensible,
aunque paradójico- es una tendencia a refugiarse en las estadísticas y en los
modelos econométricos (que no resuelven el problema, pero dan la necesitada
sensación de seguridad: hay todavía algo a lo que uno se puede asir).
La economía es una disciplina que se acerca a la
realidad a través de instrumentos, de categorías que ha creado, pero que no se
puede fusionar con la realidad misma. Existe entonces la tendencia a cambiar
por real lo que tan sólo es sombra de la verdadera realidad, a vivir en la
Gruta de Platón.
La economía que vivimos
los economistas no puede ser sino una pequeña parte de la economía real: vivimos
la economía de nuestro entorno cotidiano, sumada a una casuística más o menos
limitada: fenómenos específicos de los que nos enteramos. La economía que
debemos manejar como material de trabajo es, por regla general, mucho más
amplia, y sólo podemos hacerlo auxiliados por categorías teóricas que se mueven
en un contexto abstracto y a menudo se sustentan en afirmaciones estadísticas
que obedecen a un determinado instrumental matemático. Como se ve, las
mediaciones pueden ser múltiples.
4.
Entonces, la teoría y la estadística son las
herramientas del economista. Si no queremos un desarrollo enajenado de la
disciplina económica, tienen que permanecer como tales, no transformarse de
objetos en sujetos y tampoco pasar de instrumentos a fines. Por desgracia, los
economistas de hoy en día siguen empeñados en lo contrario, suprimiendo
potencialidades a su labor y a la economía misma.
En otras palabras, si no entendemos que las
categorías teóricas y las estadísticas son creaciones
humanas hechas para comprender mejor la realidad, si les negamos su calidad
de sombras, desarrollaremos un trabajo enajenado y enajenante. Nos sucederá el
proceso típico de enajenación descrito por Marx: edificamos entes ficticios,
salidos de nuestras cabezas, los consideramos después entes autónomos y
acabamos por someternos a ellos como sus esclavos. Terminaremos por asemejarnos
al personaje que daba vida a sus inventados registros beisboleros.
Marx señaló, asimismo, que los economistas son los
teólogos modernos. La inaferrabilidad de su materia es la misma, así como la
pretensión de tener la verdad.
Economistas y teólogos tienen su corte de seguidores dogmáticos. Ambos manejan
mediaciones de la realidad, y no pueden sino hacerlo. Pero un economista con
pretensiones científicas y humanas debe buscar caminos para hacer transparentes
los velos y avanzar en su eliminación.
La primera manera de hacer transparentes los velos
es explicitar su existencia misma, evitando caer en el fetiche. El siguiente
paso consiste en comprender que la economía real, esa realidad que hay que
transformar, se mueve en el mundo de lo fenoménico. O, en otras palabras, que
–aunque tenga valores tras de sí- la economía se maneja en precios y, si
queremos cambiarla (para cambiar la vida) esto quiere decir que debemos asumir ese carácter que le es esencial y
movernos con soltura también en lo cuantificable, en las unidades homogéneas
que hoy en día se utilizan.
Por supuesto, esto no quiere decir que tengamos que
detenernos ahí. Para una crítica y una transformación verdaderas de nuestra
sociedad (de nuestra vida) tenemos que pasar a un tercer escalón, recordando
que la finalidad de la economía es la satisfacción creciente de las necesidades
humanas (es por eso que resulta indisociable de la política). La economía no
puede dar respuesta a muchas de las necesidades del hombre moderno si se
mantiene exclusivamente como economía de los valores de cambio sin ocuparse de
lo que más importa: los valores de uso. Si no reencuentra, por tanto, sus
puntos de contacto, por una parte, con la vida diaria de la población (y, por
ende, con la política) y por otra, con otras disciplinas afines como la
historia, la filosofía, la sociología.
Valgan, de inicio, dos ejemplos. No se puede pensar
solamente en la inflación cuantitativa; existe también en la calidad de los
productos, en su valor de uso concreto y en la relación temporalmente enajenada
del consumidor con los bienes y servicios (expresable en la frase “la verdad es
que no necesitaba tanto el pitufo de porcelana”). El segundo es igualmente
dramático: el tiempo de vida se ve
reducido a harapos: ¿de qué sirve un ingreso monetario si no hay capacidad real
de disfrute del mismo?
En fin, ¿contra qué variables macroeconómicas se
puede medir la angustia de un obrero que no tiene tiempo para disfrutar su
magro salario, que compra caro y vende barato? ¿Y la desesperación del
subempleado cuya vida misma depende de la venta callejera de un “superglobo”,
contra qué índice se mide?
Estos retos que se presentan a los economistas de
hoy son tan importantes (o más) como los que representa la capacidad para
recrear y utilizar nuevas tecnologías, por ejemplo los definidos por la
necesidad de dominar la estadística, los modelos cuantitativos y el cambiante
universo técnico y tecnológico del quehacer de los economistas.
No se trata, entiéndase bien, de echar por la borda
los conocimientos y las técnicas instrumentales. Antes bien, habría que
reforzar su dominio, pues sin ellos la economía queda como un banal ejercicio
de voluntades idealistas, encerradas en un restringido mundillo cotidiano o en
inútiles juegos de la imaginación. Los valores de uso no se transforman si no
cambian también los valores de cambio.
5.
Dada la situación presente de la disciplina
económica, estamos obligados a actuar con modelos. El desarrollo de las
matemáticas nos permite trabajar con modelos cada vez más complejos, en los que
interviene un número creciente de variables. Estos modelos, sin embargo, nunca
serán suficientes: carecen de intuición y de capacidad para comprender la vida de
los pueblos, la cambiante política. Por esa razón buena parte de la econometría
ha evolucionado hacia la teoría de los juegos: la economía se convierte en un
ajedrez multidimensional imposible de domesticar.
Un modelo econométrico toma parecido con un partido
de la Universal Baseball Association en
la medida en que desestima parámetros relevantes y el hecho mismo de que la
economía, como la vida real, se mueve constantemente, pero sobre todo en la
medida en que toma el lugar de la realidad económica, en que se vuelve un fin
en sí mismo.
Si el modelo, en cambio, es esclavo de una voluntad
humana, política, colectiva, puede resultar muy útil, tanto –quizá- como las
estadísticas beisboleras para el desarrollo de ese deporte.
6.
Grave es la cosa cuando el modelo, cuando el
registro se convierte en amo. Un caso extremo de enajenación económica lo
podemos encontrar en aquellos que otorgan mayor importancia a las estadísticas
que a la realidad en que éstas se sustentan. Son los adoradores del fetiche,
inmersos en un mundo en el que los datos toman vida propia y los instrumentos
se vuelven fines; un mundo maravilloso que no tiene nada que ver con el que se
encuentra fuera del cuadro, la gráfica o el bit de computadora. Son economistas
que no están al servicio de la vida, sino al servicio de la imagen,
representación muerta de la vida.
Estos economistas niegan la realidad, afirma que la
realidad está en los números, que un equilibrio estadístico cuenta más que la
vida de quienes lo forman. Pretenden que la realidad es ficción y la imagen es
realidad. Pretenden también que todos estemos de acuerdo con ellos, que nos
encadenemos a su lado, frente a las sombras de la Gruta de Platón.
Así, resulta que el bienestar real de la población
carece de importancia si en el mundo de las imágenes no hay equilibrio
(estaremos en la “economía ficción”). Lo “realista”, según esta visión, es
sacrificar el presente en aras de un futuro –siempre diferido- en el cual
reinará la armonía entre los agregados económicos que registra la estadística.
Ilustremos, de una manera simplificada, esta
“lógica”, con el llamado “enfoque absorción” de la balanza de pagos. Se inicia
con definir el ingreso (Y) como la suma del gasto total (Gr) y las
exportaciones (X) menos las importaciones (M). El gasto total, a su vez, es la
suma del consumo (C), la inversión (I) y el gasto público (G).
De esta forma, Y = C + I + G + X – M, y el
desequilibrio externo aparece cuando el ingreso es menor al gasto total. Para
restaurar el equilibrio, se necesitará reducir C y G, el consumo y el gasto
público. Si el desequilibrio es grande, probablemente se encontrará el
equilibrio en medio del hambre generalizada.
Yo, la verdad -y a pesar de mi gusto por las
estadísticas-, prefiero ver un buen partido con el Toro Valenzuela que leer la tirilla al día siguiente.
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