Soy profesor, con un grupo de jóvenes que podrían ser de
preparatoria o primeros años de universidad. Junto a mí hay otro maestro.
Descubro que un grupo de muchachos se levanta, va a una esquina del aula y
suelta una carcajada. Les pregunto qué hicieron.
-Consultamos entre nosotros y resultó que todos tenemos
sueños. De eso nos reímos –responde uno, de manera bastante inverosímil.
El otro profesor reacciona de manera violenta y empieza a
golpear con una cachiporra las rodillas del muchacho, que nada más se enconcha.
Yo protesto vivamente pero, a pesar de que grito cada vez más alto, mi voz se
hunde entre el alboroto general.
Decido ir a presentar una queja a la dirección. Es entonces
cuando descubro que la escuela está en Estados Unidos, porque todo está en
inglés. ¿Cómo se dice prefecto en inglés? ¿Dean?
No, ese es el rector. ¿Principal? Cuando
llego a las oficinas, resulta que las secretarias están en el cambio de turno.
Sigo pensando en mis argumentos para denunciar al profesor. ¿Cómo se
apellidaba? ¿Era un tal Míster Dring o Míster Ding o Míster Drink? Decido que voy a checar en los horarios para
tener bien claro su nombre.
Cuando estoy revisando la lista de horarios y profesores –se
ve borrosa, como en cualquier sueño que se respete-, una de las secretarias
lanza un grito. Se está quemando su coche, un vocho. Hay varios autos
incendiados en el estacionamiento.
Me dirijo hacia la salida –empieza a oler a quemado- y me
doy cuenta de que hay fuegos en varias partes del campus. Un grupo de
saboteadores ha taponado con basura (la palabra del sueño es taponado) y quemado diversas entradas e
instalaciones. El olor es cada vez más penetrante y molesto. Llega con enorme
rapidez un eficiente equipo de bomberos, que pone al edificio sobre unos rieles
y lo recorre, para airearlo (estoy en el umbral, siento como el aire fresco
penetra mis pulmones).
Voy recorriendo el campus al frente del edificio sobre
rieles. Es una sensación agradable. Alguien toma una foto. Saldré en el
anuario.
Como voy al frente, lo dirijo con mis movimientos. De
repente tengo (o desarrollo) en los
pies una suerte de patines de hielo, con una cuchilla amplia, como la de los
patinadores de velocidad, con la que voy dirigiendo mi camino (ya no sé si
cargo o dirijo el edificio), en el que voy cruzando por pasillos, un auditorio,
un gimnasio semidestrozado… no hubo víctimas fatales, pero sí dejaron la
escuela hecha un asco. Todavía percibo algo de olor a quemado. En eso, me doy
cuenta de que estoy dormido. ¿Se estará quemando algo en la casa? Despierto,
olisqueo un rato y nada. Toda la peste a chamusquina era onírica.
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