martes, agosto 30, 2011

Sueño 60. Chamusquina onírica (30-VIII-11)


Soy profesor, con un grupo de jóvenes que podrían ser de preparatoria o primeros años de universidad. Junto a mí hay otro maestro. Descubro que un grupo de muchachos se levanta, va a una esquina del aula y suelta una carcajada. Les pregunto qué hicieron.
-Consultamos entre nosotros y resultó que todos tenemos sueños. De eso nos reímos –responde uno, de manera bastante inverosímil.
El otro profesor reacciona de manera violenta y empieza a golpear con una cachiporra las rodillas del muchacho, que nada más se enconcha. Yo protesto vivamente pero, a pesar de que grito cada vez más alto, mi voz se hunde entre el alboroto general.
Decido ir a presentar una queja a la dirección. Es entonces cuando descubro que la escuela está en Estados Unidos, porque todo está en inglés. ¿Cómo se dice prefecto en inglés? ¿Dean? No, ese es el rector. ¿Principal? Cuando llego a las oficinas, resulta que las secretarias están en el cambio de turno. Sigo pensando en mis argumentos para denunciar al profesor. ¿Cómo se apellidaba? ¿Era un tal Míster Dring o Míster Ding o Míster Drink?  Decido que voy a checar en los horarios para tener bien claro su nombre.
Cuando estoy revisando la lista de horarios y profesores –se ve borrosa, como en cualquier sueño que se respete-, una de las secretarias lanza un grito. Se está quemando su coche, un vocho. Hay varios autos incendiados en el estacionamiento.
Me dirijo hacia la salida –empieza a oler a quemado- y me doy cuenta de que hay fuegos en varias partes del campus. Un grupo de saboteadores ha taponado con basura (la palabra del sueño es taponado) y quemado diversas entradas e instalaciones. El olor es cada vez más penetrante y molesto. Llega con enorme rapidez un eficiente equipo de bomberos, que pone al edificio sobre unos rieles y lo recorre, para airearlo (estoy en el umbral, siento como el aire fresco penetra mis pulmones).
Voy recorriendo el campus al frente del edificio sobre rieles. Es una sensación agradable. Alguien toma una foto. Saldré en el anuario.
Como voy al frente, lo dirijo con mis movimientos. De repente tengo (o desarrollo) en los pies una suerte de patines de hielo, con una cuchilla amplia, como la de los patinadores de velocidad, con la que voy dirigiendo mi camino (ya no sé si cargo o dirijo el edificio), en el que voy cruzando por pasillos, un auditorio, un gimnasio semidestrozado… no hubo víctimas fatales, pero sí dejaron la escuela hecha un asco. Todavía percibo algo de olor a quemado. En eso, me doy cuenta de que estoy dormido. ¿Se estará quemando algo en la casa? Despierto, olisqueo un rato y nada. Toda la peste a chamusquina era onírica.  


jueves, agosto 25, 2011

Biopics: Nace el Rayo


El 15 de febrero de 1981, el torero hidalguense Jorge Gutiérrez debutó en la Plaza México. ¿Que por qué me sé este dato trivial? Porque el torero era pariente del doctor Santos, el ginecólogo que atendía a Patricia y al mediodía de ese domingo ella notó que las contracciones se hacían cada vez más frecuentes. Llamé al doctor (desde la cabina telefónica de la esquina) y, a partir de la información que le dí, me dijo que no nos preocupáramos, que todavía había tiempo, que él iba a ir a los toros y que le dejara mensajes por radio.
Patricia había llevado, con mucha disciplina, un curso para tener un parto psicoprofiláctico. Es decir, según entiendo, tener el niño sin anestesia alguna y con el dolor controlado a partir de la respiración.
El 15 de febrero de 1981, mi cuate Jorge Carreto cumplía 28 años, y habíamos quedado de ir a casa de su mamá, que preparaba en esa fecha especial un buen pozole guerrerense. No pudimos ir. Nos quedamos viendo tele (ella, haciendo sus respiraciones y yo, saliendo a cada rato a dejarle recados al radio al doctor).
Ya entrada la tarde, llegaron a la casa Carreto y Susana Duprat. Traían una cazuela abundante de pozole, que Patricia devoró como pelona de hospicio. Nos quedamos cotorreando. Las contracciones se hacían cada vez más frecuentes, y la corrida no tenía para cuando terminar. Cuando por fin pude comunicarme con el doctor, me dijo que nos fuéramos ya al hospital, que él llegaría en un par de horas.
Jorge y Susana nos dieron aventón. Llegamos como a las ocho y media de la noche al hospital Dalinde, y Patricia pasó de inmediato a la sala de labor. Tras los trámites, me puse a leer un libro de Mandel sobre la crisis económica de los setenta (quería llevarme El Tambor de Hojalata, la magnífica novela de Günther Grass que estaba leyendo, pero Patricia, en uno de sus arranques de pensamiento mágico, me dijo que no, porque qué tal si el niño nacía enano). Llegó la instructora del psicoprofiláctico, con lo que pasé a la sala de labor y, poco tiempo después, el doctor Santos.
La labor de parto duró más de lo esperado, así que cerca de la medianoche salí a la tortería Biarritz a echarme una de bacalao y a meditar –es un decir- acerca de que ya muy pronto sería padre. De regreso, un par de problemas: el primero, que habían descubierto que el bebé traía el cordón umbilical enredado al cuello, que solucionó el doctor con una maniobra; el segundo, la propuesta de usar fórceps, que rechacé de inmediato y de manera tajante (hay un trauma en la familia, por el tío Frank, al que los fórceps hicieron hemipléjico aunque eso, claro, fue en 1919).
Finalmente, hubo un momento en el que pudo vislumbrar la cabecita del bebé, que ya salía. Cerca de las dos de la mañana, pasamos a la sala de parto (yo, por supuesto, nomás de mirón “psicoprofiláctico”). A las 2 y 20 de la mañana del lunes 16 de febrero nació Raymundo (en ese instante descubrimos que era niño). Lo primero que hizo fue orinar al doctor. Y mis primeras palabras al verlo fueron: “Doctor ¿son normales esos güevotes?”. Salió muy sano, le pusieron nueves y dieces. Yo sentía una emoción profunda e indescriptible.
-Sí tiene cara de Raymundo –dijo Patricia, aliviada tras tantas horas, mientras le contaba sus deditos (veinte).
Han de haber sido las cuatro de la mañana cuando –el niño en el cunero y Patricia en el cuarto- salí al balcón en la noche helada. Lancé un grito enorme de felicidad y alcé el puño derecho al cielo. Raymundo. Rayito. El Rayo.
Mi mamá, en el hospital, con el nieto recién nacido

miércoles, agosto 17, 2011

Fenomenología de El Compayito


Cuando se supo de la existencia de una banda delictiva denominada “La Mano con Ojos”, que se atribuía ejecuciones en el Valle de México, algunos pensamos que expresaba la combinación de ojos que miran y mano que ejecuta (o bien, una mano que ejecuta mientras mira). Otros se fueron más lejos y pensaron en asociaciones masónicas, recordando el ojo en la cima de la pirámide. Y no faltó quien lo asociara con el monstruo come-niños de El Laberinto del Fauno. Todos estábamos equivocados, por finolis.

“La Mano con Ojos”, nos enteramos poco antes de la detención de su líder, deriva del apodo del capo criminal: El Compayito, inspirado en un personaje supuestamente cómico que utiliza Televisa Deportes para capturar audiencia en eventos importantes cuyos derechos comparte con Televisión Azteca.

El Compayito, lo sabemos todos los mexicanos, es una mano con ojos.  

Parece algo más que coincidental que un sicópata que confiesa sin remordimiento sus asesinatos y torturas haya escogido, no sólo como apodo personal, sino como nombre-símbolo de su organización, al personaje televisivo.

El Compayito de Televisa, al igual que el Compayito narco, tiene los valores trastocados. Los intereses del de la tele son, en orden descendente, el alcohol, las mujeres (mejor, si están buenas y son putas), la agresión (mejor si son albures), el cotorreo, ganar lana sin trabajar y los deportes, en los que cambia de equipo favorito según lo demanden las circunstancias. Al parecer, los del delincuente son los mismos, sólo que en otro orden.

Por poco que hayamos visto al Compayito televisivo, habremos presenciado que se embriaga a la menor provocación, que cubre de insultos a panelistas e invitados (salvo a su jefe, Javier Alarcón, que recibe pocos), que solicita “damas de compañía”, que es homófobo y racista, y que su vulgaridad es simple y procaz: “Ahora si te hicieron como doña Nacha, te dieron por delante y por detrás al mismo tiempo”. Cada uno de sus actos es obligatoriamente celebrado por los comentaristas (aunque algunos, se ve, lo hacen de manera forzada) y el monigote no deja de ser invitado a los programas especiales.

En su papel de descanso humorístico, El Compayito no analiza, todo lo simplifica al máximo: chingones contra pendejos, ganadores contra perdedores, albureros contra albureados, y las reinitas para besarlas e intentar tentarlas. Se dedica a echar relajo, pero en el sentido de Jorge Portilla y su fenomenología, en la que el hombre se libera de todo valor en su interior y, con ello, de toda tensión interna, un relajo que es la negación pura y simple de los valores, sin salidas, sin movilidad, sin perspectivas al futuro.

Ese es el mensaje real de la mano con ojos, la de la TV. La banda criminal y su líder lo captaron muy bien.

Supongo que El Compayito narco haya mandado, por un rato, a su homónimo televisivo a la congeladora. Supongo también que el rato será breve.

Lo dicho: no tienen el valor. Les vale.

miércoles, agosto 10, 2011

Biopics: El Movimiento de Acción Popular


Los preparativos para el establecimiento de la nueva organización política avanzaban, y en enero de 1981 aproximadamente tres centenares de personas nos reunimos en el edificio anexo de la Facultad de Economía para terminar de darle forma. 

Allí había militantes provenientes de cuatro fuentes principales: los académicos –entre quienes destacaban los que se habían acuerpado alrededor del Consejo Sindical en la UNAM-, los  miembros del Sindicato Único de Trabajadores de la Industria Nuclear (SUTIN), que se habían forjado en las luchas de la Tendencia Democrática, el Movimiento Revolucionario de los Trabajadores (es decir, la tendencia gordillista que cerca de un año antes había abandonado el PMT) y Política Popular, aquel grupo maoísta con trabajo de masas en el norte del país, del que nos había platicado Gordillo a los sinaloenses en la época de la Tendencia dentro del PMT, y del que tanto habíamos desconfiado, pero que no eran tan diferentes a nosotros.

Buena parte de las sesiones estuvieron destinadas a la discusión del diagnóstico sobre la realidad nacional (las Tesis) y sobre el programa de acción. El primero era un documento casi completo, después de sesiones como la que realizada en la Maestría en Docencia Económica (que reseñé aquí), y era cuestión nada más de afinar detalles y hacer algunos agregados. El segundo partía de que la identificación de los distintos grupos que confluían ese día había surgido en el terreno de las organizaciones sociales, pero estaba notablemente menos desarrollado.

Varias cosas nos unían. Una era la idea de que toda acción política debería responder a un programa de transformación nacional sustentado en las organizaciones sociales. Otra, el concepto de soberanía nacional, que sentíamos amenazada ante el imperialismo y el carácter dependiente de la burguesía local. Una más, que el camino para avanzar hacia una sociedad menos desigual es la organización social democrática, en la profundización de las prácticas democráticas en todos los ámbitos de la vida (alcanzar la democracia política era sólo una parte; democratizar la vida social, consolidar el poder de las organizaciones de la sociedad civil, era el complemento necesario). Finalmente, y creo que es lo más importante, nos unía la conciencia de no teníamos la verdad absoluta y que los cambios que ansiábamos para el país vendrían a través de reformas sociales profundas, con participación popular mayoritaria, y no de un movimiento revolucionario vanguardista. En el sentido de esta participación, pretendíamos ligarnos con los movimientos de masas y avanzar en la convergencia de las fuerzas progresistas de México. Además, admitíamos explícitamente que nuestras posiciones podían ser rectificadas por el rumbo de los acontecimientos.

A diferencia de la mayoría de mis colegas, no participé en la discusión del programa económico, que abogaba “por una economía nacional, independiente y popular” y que proponía, además de una serie de reformas de política económica –en particular, de la política de ingresos- una “reorientación, restructuración, planificación y ampliación del sector estatal de la economía”, que implicaba varias nacionalizaciones (tal vez porque varios creían que, como dijo Arnaldo Córdova, el nacionalismo en México no viene del sustantivo nación, sino del verbo nacionalizar).

En cambio, estuve presente y activo en la discusión del programa político, “por una sociedad democrática y popular”, que deseábamos plural, en la que tienen cabida todos los puntos de vista, participativa, con presencia de organizaciones civiles de todo tipo y educada, dentro de una visión laica y soberana. El énfasis del programa, claro está, porque esos eran los tiempos, se centró en la democracia sindical y en la autogestión de las organizaciones campesinas.

Al segundo día fue la plenaria, en la que se aprobaron versiones resumidas de las Tesis y el programa. Hubo dos discusiones interesantes, que terminaron en votación dividida. Una fue el nombre de la organización. Había dos propuestas. Uno de los nombres, impulsado por Rolando Cordera, era Convergencia Popular y recogía –a mi entender- los objetivos plasmados en el programa. La otra era Movimiento de Acción Popular, y enfatizaba más el carácter de levantamiento social. El argumento ganador fue de Pablo Pascual. Dijo que si éramos Convergencia Popular, seríamos CP, es decir, el PC al revés. Pablo tenía la capacidad de convencer a la gente entre risas. Perdimos la votación y el recién nacido fue bautizado como MAP. “Ahora nos van a decir los mapaches”, profetizó Arturo Whaley.

La otra discusión votada fue el lema. Rolando proponía “Por la liberación nacional y el socialismo democrático”; la otra propuesta era “Por la liberación nacional, la democracia y el socialismo”. Entre quienes votamos por la segunda había, al menos, dos matices: unos lo hicimos porque consideramos que la lucha por la democracia era, en sí, uno de los objetivos torales de la agrupación; otros, porque no querían acotar el sustantivo socialismo con el adjetivo democrático. El caso es que también allí Rolando perdió, con todo y que era, de manera tácita pero evidente, el dirigente principal del grupo.

A diferencia de estas votaciones, tanto el Comité Nacional como su Comisión Política fueron elegidos por aclamación. La Comisión Política estaba constituida por Rolando Cordera, Arturo Whaley, Pablo Pascual, Antonio Gershenson, Hugo Andrés Araujo, Adolfo Sánchez Rebolledo, Eliezer Morales, Arnaldo Córdova y Carlos Juárez (que fungía en esa comisión como alter ego de Gustavo Gordillo, quien vivía en Esperanza, Sonora). Para mi sorpresa, yo estaba en la lista de 46 miembros del Comité Nacional (más tarde, en alguna reunión del propio comité, llegué a la conclusión de que estaba formado por cuotas: aproximadamente la mitad eran del Consejo Sindical y anexas; la cuarta parte, del SUTIN, y la otra cuarta parte, en partes iguales del MRT y Política Popular). Signo de los tiempos, con todo y que en las tesis había un apartado dedicado al movimiento feminista, entre los 46, sólo había tres mujeres: Julia Carabias, Hortensia Santiago y Milagros Camarena.

La ex guerrillera Paquita Calvo tomó la protesta a los integrantes del Comité Nacional. A continuación, entonamos el himno nacional y –algo que todos los presentes recuerdan- Roberto Cabral ondeó la bandera mientras le escurrían ostensiblemente las lágrimas de emoción.

La pertenencia al MAP –o mejor dicho, la coincidencia con unos puntos de vista colectivos sobre la realidad nacional- es uno de los sellos distintivos de mi vida. Con los años, muchos de nosotros recorrimos diferentes rutas políticas y personales, pero en lo esencial, más allá de matices, llevamos la marca de la casa. Somos mapaches.   

martes, agosto 09, 2011

La crisis-metástasis

Vivimos días de vendavales en los mercados financieros mundiales, que presentan una notable inestabilidad, con tendencia a la baja. Son el signo de una nueva crisis económica global, que presenta características muy distintas de las que la han precedido.

Como en toda crisis, hay un exceso de capital que no encuentra acomodo. A diferencia de las más tradicionales —pensemos en la Gran Depresión de 1929-33— y de otras recesiones históricas, en las que este exceso era de capacidad instalada o inventarios, ahora el capital sobrante está en forma de activos financieros, que se mueven cada vez más como hormigas a las que les han tapado el hoyo.

El ritmo de crecimiento económico global, tras el ramalazo de 2008-09, no ha sido rápido. Y ha tenido una peculiaridad adicional: ha sido capaz de crear muy pocos empleos, con lo que podemos hablar, también, de un exceso de oferta de mano de obra.

Recuperación lenta, desempleo persistente y volatilidad financiera hacen una  combinación explosiva. Sin duda lo es en lo económico, pero también en lo social. Para completar el panorama complicado, hay varios países desarrollados que no pueden salir por la puerta tradicional —la del gasto público— debido a su elevado déficit fiscal y a la existencia de una deuda pública muy grande con respecto al producto. En otras palabras, escasearán las locomotoras capaces de jalar al resto de las economías.

Todo esto sucede mientras no se ha puesto coto al desarreglo provocado por la especulación campante durante 2008. La política de rescate de los sistemas financieros no fue acompañada de una revisión seria de las políticas a seguir, ni de una regulación digna de ese nombre. En lo fundamental, aunque sin tantos bonos chatarra, el desbarajuste ha seguido.

¿En qué se ha traducido esto? En un sistema financiero bloqueado en su tarea esencial —que es servir de intermediario entre decisiones de ahorro y decisiones de inversión—, en la multiplicación de capitales golondrinos, en la lucha desesperada por mantener el financiamiento de parte de esos capitales de corto plazo.

¿Y cuál es el resultado neto? Que el capital financiero carcome al capital productivo. Tal y como está funcionando —las recientes olas especulativas así lo hacen ver— se parece más a un tumor que a un aceite que mejora el desempeño de las economías. En vez de una fusión entre lo financiero y lo productivo, vivimos una fisión, una desintegración.

Al mismo tiempo, la política hace su parte, y la falta de acuerdos en muchos países se traduce en un empeoramiento de las expectativas económicas y en un funcionamiento socialmente poco eficaz de las democracias. En ese terreno, también entran a la lucha los intereses creados.

¿Qué mejor ejemplo para esto último que la degradación de la deuda de Estados Unidos de parte de Standard & Poor’s?

Es sabido y repetido que Estados Unidos ha vivido por décadas por encima de sus ingresos y que tiene una enorme deuda pública y un gigantesco déficit fiscal.  Pero en una deuda y un déficit lo importante no es su tamaño absoluto o relativo, sino la posibilidad de ser financiados.

Estados Unidos tiene un acceso al financiamiento que no goza ninguna otra nación, lo que significa que su gobierno puede sostener niveles de deuda más altos que otros gobiernos. También el papel mundial del dólar genera demanda continua por bonos del Tesoro. Toda nueva emisión es absorbida con rapidez por los mercados mundiales y Estados Unidos no honrará una deuda el día que el infierno se congele. Su deuda es AAA aunque no nos guste.

Pero llega una calificadora, en época de mercados volátiles, y degrada el valor de la deuda norteamericana.  La misma empresa que, pocos días antes de la quiebra de Lehman Brothers todavía aconsejaba invertir en esa financiera. La que fue juez y parte en la crisis de 2008. La que calificaba como AAA la deuda irlandesa y la española hace unos cuantos años. La que aún hoy califica a la deuda del gobierno francés como AAA, a pesar de que el “riesgo país” de Francia es superior al de México (calificado con BB). La deuda externa total (pública y privada) de nuestro país es sólo 20 por ciento del PIB. En EU y varias naciones europeas ronda por el 100 por ciento.

Entonces uno se pregunta cuáles son los factores que analizan Standard & Poor’s y sus hermanas. Sin duda deben contar la relación entre deuda y producto, la tasa de inflación, la dinámica del comportamiento de los déficits, la existencia de instituciones financieras estables y la situación política. Lo que no se sabe es cómo son ponderados estos factores.

En un artículo reciente en el New York Times, Nate Silver hace notar que “los ratings de deuda soberana de S. & P., tienen una correlación extremadamente fuerte con la medición de riesgo político conocida como Índice de Percepción de la Corrupción, que publica anualmente Transparencia Internacional”. Silver no dice que haya una relación de causalidad, pero sí subraya que resulta preocupante que los dos tipos de rating se parezcan tanto. Preocupante, porque indica que estamos viviendo el reino de la subjetividad.

En otras palabras, la deuda de EU no fue degradada porque haya crecido, así sea marginalmente, el riesgo de que el Tesoro no pague. Fue degradada por una razón política: había que mostrar que el pleito bipartidista que trabó la decisión del techo de la deuda tenía un costo. Y, por cierto, qué mejor que lo pague Obama.

Todo esto son malas nuevas para los feligreses del mercado, que deberían ignorar a las calificadoras, al menos hasta que vuelvan a demostrar competencia. Pero las seguirán atendiendo, aunque la Iglesia esté en manos de Lutero.

En tanto, la crisis-metástasis seguirá desarrollándose, a menos de que se tomen medidas radicales para cambiar el sistema, sin liquidarlo. Falta por ver cómo se expresará el hartazgo social ante una situación que ofrece muy pocas salidas. Cuáles serán las reacciones, los nuevos movimientos sociales y reordenamientos políticos. Y cuáles serán las excrecencias políticas, que las habrá.