En el cuento “Si no existiera Benny Cemoli”, el escritor de ciencia ficción Philip K. Dick imagina un invento excepcional: el diario homeostático, autorregulado. Se trata de un periódico sin reporteros, autoimpreso, que captura las noticias, las prioriza, clasifica, cabecea, en función de los principios que están detrás del lema del New York Times: “toda noticia que cabe publicar”. Es un diario que se alimenta de la realidad objetiva y en el que, por definición, no es posible presentar noticias editorializadas. En el diario homeostático, el lector sólo tiene ante sí información; nada de opinión o de interpretación de la realidad.
De hecho, el diario homeostático se parece más a la televisión que a un periódico. La televisión suele dar noticias de manera veloz, sin comentarios, con pocas palabras; difícilmente hay en ella espacio para el análisis, que ha sido reservado, en nuestros días, de manera casi exclusiva a los medios escritos.
A los lectores del diario homeostático no les interesa entender las noticias, lo que quieren es que se les garantice que lo publicado es cierto, es la verdad objetiva (y, por lo tanto, única). Parecen hijos de una sociedad manipuladora que ansían dejar de ser manipulados, pero no tienen ganas de ponerse a pensar y forjarse una opinión propia. La relación del lector del diario homeostático con el medio es suave, no existe en ella el amor-odio que normalmente tiene un lector del siglo XX con su periódico favorito. Su concepción de la realidad no es propia: la garantía de imparcialidad del medio hace que las cosas existan sólo si el diario homeostático (o la TV, para las personas videoactivas) las hace públicas. La realidad es un invento del medio.
El cuento en referencia es una reflexión sobre la imposibilidad de un diario homeostático: en él aparecen noticias sobre una conspiración terrorista en marcha, encabezada por un tal Benny Cemoli. La aparición de la noticia provoca una serie de pesquisas para desactivar el complot que atenta contra la seguridad de la sociedad. Los investigadores son fielmente ayudados por el diario, que informa dónde se llevarán a cabo las reuniones de los agitadores (que son abortadas antes de llevarse a cabo). Hay detenciones y finalmente se instaura la calma. En una primera lectura vemos que el diario homeostático, en su aparente imparcialidad, hace también las funciones de chivato de la policía, capaz de desactivar no sólo una reunión terrorista, sino también –probablemente- una asamblea pacífica que implique cualquier tipo de oposición a lo establecido. Contribuiría, así, a impedir que se desarrolle un clima de pluralidad social. La virtud se vuelve defecto y pesadilla, como la memoria para Funes.
También podemos ver que, de facto, el diario homeostático tiene una línea editorial: la preservación de la paz social en una sociedad de receptores pasivos de información. Esa línea editorial está implícita, pero los lectores no pueden distinguirla, porque supuestamente no hay más línea editorial que las noticias.
Estos elementos no parecen interesarle mayor cosa al autor del cuento. Resulta que Benny Cemoli no existe. Es un personaje inventado por un grupo de conspiradores que, desde el poder, interfiere e interviene el diario homeostático, alimentándolo de noticias falsas destinadas a mantener en la impunidad a los verdaderos conspiradores. En otras palabras, el diario homeostático es, en sí, una contradicción. Toda información proporcionada tiene intencionalidad, toda pretensión de objetividad absoluta es intencionada y lleva al engaño. La verdad no es una, sino que tiene múltiples caras: el intento de presentar una de las caras como la única termina por esconder las demás.
Los lectores del diario homeostático son consumidores inermes y, supone Philip K. Dick, serán perennemente engañados por los conspiradores. La objetividad nunca es absoluta; se puede hacer un Rashomon de todo evento. Y es importante entenderlo, tanto para quienes trabajan en los medios como para quienes hacen uso de ellos. Es, sí, una meta, en la que la imparcialidad es el mejor instrumento, pero hay que tener presenta que la labor informativa es una obra cargada de humanidad, siempre subjetiva, pero por eso mismo variada, plural y rica.
Habría que inscribir al diario homeostático entre las pesadillas más improbables que han poblado la imaginación de los futurólogos. Por fortuna, en la actualidad los periódicos son plurales: en su búsqueda subjetiva de la objetividad son cada vez más diferentes y diferenciables unos de otros. Y son cada vez más los periódicos que tienen la pluralidad dentro de sí, que buscan documentar al lector, dan distintos enfoques sobre un mismo asunto, no tienen un monólogo interno e incluso se contradicen. En la medida en que se parezcan más a los seres humanos a quienes sirven, y menos a la computadora homeostática, serán más capaces de comunicar, de compartir con el lector la capacidad de formarse opinión y de hacer frente a todo tipo de engaños ideológicos.
Y como usuarios de los medios de comunicación, nuestra tarea es saber servirnos de ellos, evitando que ellos sean los que se sirvan de nosotros.
Publicado en El Nacional Dominical 95 15 de marzo de 1992
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