miércoles, marzo 09, 2011

Biopics: Despedida de Sinaloa

A finales de noviembre de 1979 visitó la UAS un grupo de profesores de la Facultad de Economía de la UNAM encabezado por su directora, Elena Sandoval. Junto con ella venían Fallo Cordera y Hugo Andrés Araujo. Después de un par de largas pláticas con ellos, Fallo y Elena me propusieron dejar Sinaloa e incorporarme como profesor de tiempo completo en la UNAM. Acepté gustoso. Quedamos en que llegaría al principio del siguiente semestre, en febrero, y pedí un permiso indefinido sin goce de sueldo en la Escuela de Economía.  
De hecho uno de mis primeros propósitos al regresar de Italia había sido dar clases en la Universidad Nacional, y ya me había percatado en una de las reuniones de la ACHIS (Mi René decía que estaban construyendo “La Casa del Imposible”; es decir, la Casa de la Cultura Sinaloense), que si criticábamos tanto a los sinaloenses, quienes estábamos mal éramos nosotros, porque a fin de cuentas éramos los fuereños y ellos no. Era hora de regresar.
Antes de mi partida, se dio el proceso de sucesión en la Escuela de Economía. Los del PMT decidimos lanzarnos por la reelección del Wally, con base en el excelente trabajo que había realizado: más profesores con posgrado, tino e imparcialidad en la contratación de los nuevos docentes, diálogo con profesores y estudiantes, cursos de actualización, conferencias y una liga más estrecha con la UNAM y el CIDE. Coordiné la campaña, jugando con la letra “W”, y derrotamos, tanto entre profesores como entre los estudiantes, a Rubén Burgos, el Shorty, un buen tipo, que era el candidato propuesto por el PC. Ese fue el prolegómeno de la posterior campaña del Wally en pos de la rectoría de la UAS, en la que se enfrentó a nuestro aliado universitario del PC, Jorge Medina Viedas, y perdió.
Pasamos la navidad en Guadalajara, donde estaban –de paso, como era su costumbre un poco nómada- los papás de Patricia. Al enterarse de que nos mudaríamos a México, mi suegro don Manuel me preguntó, con total inocencia, por qué no mejor nos cambiábamos a Hermosillo y yo daba clases ahí.  Le contesté lo que para mí era obvio, que la UNAM era mejor universidad y que yo quería avanzar (ya no agregué que no quería ir como los cangrejos, porque la mitad del corazón de don Manuel era sonorense). Pero lo sorprendente de aquel momento fue la cara de Patricia: ella también esperaba conocer mi respuesta, como si no fuera elemental y evidente. (Patricia había dado clases un semestre en la recién fundada Escuela de Odontología de la UAS, como profesora de medio tiempo; no le gustaba la materia que le tocó dar, Materiales Dentales, y no duró mucho antes de pelearse con la directora; tampoco aceptó la propuesta de Renato de canalizar esas diferencias presentándose como candidata a la dirección de la escuela; así que cuando me propusieron regresar al DF había estado muy de acuerdo pero, viendo las cosas al tamiz de los años, tal vez más por el enojo laboral que por verdadero entusiasmo… más tarde descubrí un patrón en ella: siempre acababa peleada con sus compañeros de trabajo y se iba, en huida hacia adelante).

La despedida

El día anterior a mi partida –ya había vendido el auto y habíamos contratado una mudanza para los muebles- los compañeros de la Escuela de Economía me hicieron una despedida como se debe, en el Bar Safari de Culiacán, donde estuvimos varias horas cheleando.
De regreso a casa, íbamos el Wally Meza y yo en el auto de Sigifredo Valdés, un profesor que llegó a la UAS poco después que yo y que, aunque guasavense, tenía un Mustang con placas chilangas. Y que se nos cierra una troca, nomás de mala onda.
Cuando tiene unas cervezas encima, todo sinaloense que se respete no tiene más que una reacción ante esa provocación, así que nos pusimos a perseguir, a toda velocidad, a la maldita camiona, que se fue internando en las calles empedradas de la colonia Chapultepec.
-¿Y si trae una fusca? –se preguntó el Wally, cuando el vehículo rival se metió en unas calles poco iluminadas.
-Vale madres, vamos a partírsela –respondió Sigifredo.
Yo iba atrás, esperando que el empedrado ayudara a la camioneta a huir. Pero Sigi apretaba el acelerador.
Llegó el momento en que lo acorramos, Entonces se vio que el tipo del cerrón tenía miedo, porque empezó a huir en reversa y en subida. Nos bajamos del carro –yo atrás-, los otros profesores recogieron piedras y las aventaron en dirección a la troca, corriendo y tiraron piedras –yo atrás- hasta que desapareció de nuestra vista.
-Esta fue tu verdadera despedida de Sinaloa –sentenció el Wally.

El maestro Meza había tocado un nervio social muy importante. La cultura de la violencia era el sello distintivo de Sinaloa, capaz de atrapar en un momento dado –ayudado por ese otro elemento esencial de la vida local que es la cerveza- incluso a profesores universitarios. Incluso a quienes, con su actividad cotidiana, estaban entre quienes más contribuían a generar una convivencia basada en el intercambio de ideas y no en el agandalle y aplastamiento.
Había sido esta cultura –ligada, a su vez, al común origen plebeyo, timbre de orgullo de todos los habitantes de la localidad- la que había generado fenómenos como Los Enfermos, para quienes ejercer la violencia contra el enemigo político era más importante que cualquier otro logro, una muestra de fuerza y como la proliferación, con cierta aceptación social, de los narcos, que serán hijos de puta, pero se expresan a chingazos y, con ello, respetan el canon social.  
Al dejarme frente al edificio, el Wally profetizó: “No volverás, Pancho, que te vaya bien”.
Efectivamente, habia sido una despedida con significado… y en vez de pedir un permiso indefinido, debí haber renunciado.  

1 comentario:

Aledato dijo...

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