Pocos
días antes de las elecciones intermedias de 1985 un grupo guerrillero,
denominado Partido de los Pobres, secuestró a Arnoldo Martínez Verdugo, quien
había conducido al PCM a la fusión con otras fuerzas de izquierda y había sido
nuestro candidato presidencial tres años atrás. Meses antes, habían secuestrado
a otro militante, llamado Félix Bautista.
Lo que
salió de ese secuestro fue bastante traumático. Sucede que en 1974, el PDLP
(porque tenía siglas hasta en el artículo) había secuestrado al cacique
político de Guerrero, el ex gobernador Rubén Figueroa, junto con un sobrino
suyo (que de casualidad era profesor en Economía). Ambos fueron liberados tras
el pago de un rescate y, ante la persecución implacable del gobierno, los
guerrilleros entregaron parte del dinero a Félix Bautista, que a la sazón era
militante del Partido Comunista. Èste, lleno de miedo, habría dado el dinero al
Partido, que se lo quedó. Ahora los guerrilleros se cobraban de la manera que
sabían hacerlo: ejerciendo la violencia.
El
problema político es que había transcurrido una década. El PC ya no era una
organización minúscula y semiclandestina. De hecho ya no existía, porque el
PSUM era otra cosa: una organización plural de izquierda, que se decantaba
claramente por la vía legal y electoral. Pero los fantasmas del pasado regresaban
en forma de pesadilla. Los fantasmas de la relación entre un partido legal y
una agrupación que se movía en la ilegalidad; entre una organización que
propugnaba el cambio pacífico y otra, que apostaba por la lucha armada y la violencia.
Nos
quedó claro que el partido no había hecho nada –o muy poco- y había callado
respecto al plagio de Bautista, y que los guerrilleros, en el delirio de
recuperar “su” dinero –que en sentido estricto pertenecía a quienes pagaron
aquel rescate- decidieron apostar más
alto y se llevaron a Arnoldo.
La
reacción inicial de Pablo Gómez, a la sazón secretario general del PSUM, fue
decir que el partido era otra cosa y que no negociaba con terroristas. Eso
ayudó a crear más incertidumbre sobre la suerte del dirigente.
A final
de cuentas, hubo un pago del rescate de parte del gobierno federal y Arnoldo y
Bautista fueron liberados, pero aquello nos pegó. Creo que más en el ánimo con
el que los miembros del partido fuimos a la cita electoral que en votos reales.
Nos
pegó, sobre todo, por la sensación de ser, en cierto modo, la continuidad de
una historia política con momentos oscuros. Una historia que a veces
contrastaba con la visión que teníamos de nosotros mismos, como luchadores por
la democracia en todos los sentidos de la palabra.
La
dirección del PSUM, al final de los sucesos, emitió un documento en el que
dejaba clara la indeclinable vocación del partido por el cambio dentro de la
legalidad democrática, las instituciones y la Constitución, así como su rechazo
tajante a la vía armada. Sin embargo, esas declaraciones, aunque ciertas, ya
eran solamente control de daños. Generaron un breve debate en los medios sobre
las cosas que tenía que dirimir la izquierda y hasta ahí.
En
distintos momentos he tenido la impresión de que ese debate debió de haber sido
más riguroso y más tajante. Tal vez así hubieran tenido menos eco otros
delirios que surgieron en años siguientes.
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