martes, octubre 22, 2013

El viraje


La discusión acerca de la reforma hacendaria y la votación en la Cámara de Diputados dejan ver claramente dos cosas. La primera es que las ideologías están de regreso. La segunda es que el grupo político que encabeza Andrés Manuel López Obrador ha hecho un viraje significativo, una deriva a la derecha.

Durante muchos años la política del país vivió una suerte de limbo ideológico, que pasaba por un lado por el descafeinado del nacionalismo revolucionario priista; por otro, por la reconversión aparente de Acción Nacional hacia posiciones centristas, en búsqueda del voto mayoritario; por el tercero, por la indefinición del PRD a partir de la incorporación de grupos y personajes de tendencias diversas y de la crisis del socialismo global.

Fueron tiempos de Fukuyama, de “fín de las ideologías”, en el que todos los partidos se peleaban por ocupar un sobrepoblado “centro” político. El PAN era el centro-derecha; el PRD, el centro-izquierda y el PRI, una melcocha que también apuntaba al centro.

Pero llegaron la crisis de 2008 y sus consecuencias globales. En lo económico y en lo político. Y así como México no pudo esquivar los efectos de aquel desastre (ese “catarrito” del que aún está convaleciendo nuestra economía), tampoco pudo evitar –aunque se haya tardado- que las posiciones ideológicas se volvieran a decantar a la manera tradicional.

Es lo que hemos vivido en el debate de la reforma hacendaria. Por un lado, la mayor parte de los empresarios, militantemente en contra, en cada una de sus organizaciones cúpula, con los matices de siempre, acompañada por los panistas, reciclados como defensores de los intereses de las “clases medias productivas”. Los voceros de estos grupos hasta de marxista han tildado a Peña Nieto.

Por el otro, la mayor parte del PRD, que considera correcto un aumento en la carga impositiva, que paguen más quienes más tienen y que las grandes empresas pierdan privilegios. Junto a ellos, más discretos, los priistas, que apoyan la iniciativa del Presidente y contribuyen a limarle los aspectos más polémicos.

Previsiblemente, para la reforma energética tocaría un cambio de alineación, con el PRD en contra y el PAN cercano a la iniciativa presidencial.

Hasta ahí todo normal, el esperado regreso al Siglo XX. Pero hay una excepción, un outlier, como dirían los politólogos modernos. Morena y sus partidos satélites, así como el ala supuestamente radical del PRD votaron, y vociferaron, en contra de una reforma que es progresiva respecto al ISR, que grava ganancias en bolsa, que elimina el régimen de consolidación fiscal (afectando a los 422 grupos empresariales más fuertes, que son menos del 1 por ciento de las personas morales), que corta con el dogma del déficit cero y que tiene lógica federalista.

Sería fácil y simplificador decir que el rechazo se debe exclusivamente a la conocida estrategia lopezobradorista de oponerse a todo lo que provenga del odiado gobierno. Hay algo de más fondo.

Tampoco podemos irnos con la finta de los sofismas (por usar una palabra amable con las mentiras evidentes) manejados por Martí Batres, que dicen que como la reforma libera a Pemex de parte de su carga fiscal, está hecha para preparar la venta del petróleo mexicano al extranjero. Son argumentos de una debilidad mental tan grande que ni quien los expresó se los traga.

El hecho es que la reforma hacendaria va en un sentido parecido a lo que proponía AMLO en el ya lejano 2006. Pero Andrés Manuel ya anda en otro lado del espectro.

Si revisamos la evolución del discurso de López Obrador podemos notar que ha habido un cambio de ejes. Cada vez se refiere menos a “la mafia en el poder” y cada vez más a los extranjeros a quienes se pretende entregar la riqueza nacional. Cada vez se refiere menos a los pobres y cada vez más al pueblo (o, siendo específicos y discriminantes, al “pueblo bueno”).  La mafia interna ha quedado reducida a Televisa, independientemente de que ésta haya sido afectada tanto por la Ley Telecom como por la reforma hacendaria y, en cambio, han aumentado las referencias nacionalistas y masiosares.

Morena fue específica en su defensa del empresariado nacional (¿”empresariado bueno”?) durante la discusión de las reformas. Fueran refresqueros, transportistas o mineros. Fue específica en decir que no era necesario un cambio fiscal, sino “acabar con la corrupción”. Y consideró, literalmente, dignos del muro de la ignominia, a los legisladores que aprobaron las reformas que dotaban de más recursos al Estado. En otras palabras, lanzó al bote de la basura las antiguas propuestas de su líder único.

¿Por qué lanzó a la basura esas propuestas? Porque Andrés Manuel está fuera del PRD, porque ya no trata de buscar un lugar dentro de la izquierda, sino de hacerse un espacio propio en la nueva disposición ideológica del país. Y ese espacio está en el nacionalismo radical.

Es que, sabrá el apreciado lector, AMLO es dialéctico. Él cambia. No lo hace en función de valores sociales, sino de la estrategia en pos del poder. Lo curioso es que, junto con López Obrador, cambien todos sus fieles. No es que lo sigan ciegamente: a lo mejor ellos también son dialécticos.

Más temprano que tarde, lo que alguna vez fue la izquierda mexicana tendrá que hacer cuentas, y hacerlas en serio. En el PRD, el ingeniero Cárdenas ya se mostró explícitamente a favor de la reforma fiscal, pero el ala bejaranista continúa haciendo labor de zapa. A ver hasta cuándo la dejan.

Y en Morena, adonde ha confluido una parte de la izquierda radical, ésta deberá preguntarse si está en el lugar correcto, o si quienes mejor caben en la corte de Andrés Manuel son personajes del viejo nacionalismo de derecha tipo Manuel Bartlett, los teóricos de la conspiración sionista y los “purificadores” violentos de la vida nacional.

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