La discusión acerca de la reforma hacendaria y la votación en la Cámara de Diputados dejan ver claramente dos cosas. La primera es que las ideologías están de regreso. La segunda es que el grupo político que encabeza Andrés Manuel López Obrador ha hecho un viraje significativo, una deriva a la derecha.
Durante muchos años la política del país vivió una suerte de
limbo ideológico, que pasaba por un lado por el descafeinado del nacionalismo
revolucionario priista; por otro, por la reconversión aparente de Acción
Nacional hacia posiciones centristas, en búsqueda del voto mayoritario; por el
tercero, por la indefinición del PRD a partir de la incorporación de grupos y
personajes de tendencias diversas y de la crisis del socialismo global.
Fueron tiempos de Fukuyama, de “fín de las ideologías”, en
el que todos los partidos se peleaban por ocupar un sobrepoblado “centro”
político. El PAN era el centro-derecha; el PRD, el centro-izquierda y el PRI,
una melcocha que también apuntaba al centro.
Pero llegaron la crisis de 2008 y sus consecuencias
globales. En lo económico y en lo político. Y así como México no pudo esquivar
los efectos de aquel desastre (ese “catarrito” del que aún está convaleciendo
nuestra economía), tampoco pudo evitar –aunque se haya tardado- que las
posiciones ideológicas se volvieran a decantar a la manera tradicional.
Es lo que hemos vivido en el debate de la reforma
hacendaria. Por un lado, la mayor parte de los empresarios, militantemente en contra,
en cada una de sus organizaciones cúpula, con los matices de siempre,
acompañada por los panistas, reciclados como defensores de los intereses de las
“clases medias productivas”. Los voceros de estos grupos hasta de marxista han
tildado a Peña Nieto.
Por el otro, la mayor parte del PRD, que considera correcto
un aumento en la carga impositiva, que paguen más quienes más tienen y que las
grandes empresas pierdan privilegios. Junto a ellos, más discretos, los
priistas, que apoyan la iniciativa del Presidente y contribuyen a limarle los
aspectos más polémicos.
Previsiblemente, para la reforma energética tocaría un
cambio de alineación, con el PRD en contra y el PAN cercano a la iniciativa
presidencial.
Hasta ahí todo normal, el esperado regreso al Siglo XX. Pero
hay una excepción, un outlier, como
dirían los politólogos modernos. Morena y sus partidos satélites, así como el
ala supuestamente radical del PRD votaron, y vociferaron, en contra de una
reforma que es progresiva respecto al ISR, que grava ganancias en bolsa, que
elimina el régimen de consolidación fiscal (afectando a los 422 grupos
empresariales más fuertes, que son menos del 1 por ciento de las personas
morales), que corta con el dogma del déficit cero y que tiene lógica
federalista.
Sería fácil y simplificador decir que el rechazo se debe
exclusivamente a la conocida estrategia lopezobradorista de oponerse a todo lo
que provenga del odiado gobierno. Hay algo de más fondo.
Tampoco podemos irnos con la finta de los sofismas (por usar
una palabra amable con las mentiras evidentes) manejados por Martí Batres, que
dicen que como la reforma libera a Pemex de parte de su carga fiscal, está
hecha para preparar la venta del petróleo mexicano al extranjero. Son argumentos
de una debilidad mental tan grande que ni quien los expresó se los traga.
El hecho es que la reforma hacendaria va en un sentido
parecido a lo que proponía AMLO en el ya lejano 2006. Pero Andrés Manuel ya
anda en otro lado del espectro.
Si revisamos la evolución del discurso de López Obrador
podemos notar que ha habido un cambio de ejes. Cada vez se refiere menos a “la
mafia en el poder” y cada vez más a los extranjeros a quienes se pretende
entregar la riqueza nacional. Cada vez se refiere menos a los pobres y cada vez
más al pueblo (o, siendo específicos y discriminantes, al “pueblo bueno”). La mafia interna ha quedado reducida a
Televisa, independientemente de que ésta haya sido afectada tanto por la Ley
Telecom como por la reforma hacendaria y, en cambio, han aumentado las referencias
nacionalistas y masiosares.
Morena fue específica en su defensa del empresariado
nacional (¿”empresariado bueno”?) durante la discusión de las reformas. Fueran
refresqueros, transportistas o mineros. Fue específica en decir que no era
necesario un cambio fiscal, sino “acabar con la corrupción”. Y consideró,
literalmente, dignos del muro de la ignominia, a los legisladores que aprobaron
las reformas que dotaban de más recursos al Estado. En otras palabras, lanzó al
bote de la basura las antiguas propuestas de su líder único.
¿Por qué lanzó a la basura esas propuestas? Porque Andrés
Manuel está fuera del PRD, porque ya no trata de buscar un lugar dentro de la
izquierda, sino de hacerse un espacio propio en la nueva disposición ideológica
del país. Y ese espacio está en el nacionalismo radical.
Es que, sabrá el apreciado lector, AMLO es dialéctico. Él
cambia. No lo hace en función de valores sociales, sino de la estrategia en pos
del poder. Lo curioso es que, junto con López Obrador, cambien todos sus
fieles. No es que lo sigan ciegamente: a lo mejor ellos también son
dialécticos.
Más temprano que tarde, lo que alguna vez fue la izquierda
mexicana tendrá que hacer cuentas, y hacerlas en serio. En el PRD, el ingeniero
Cárdenas ya se mostró explícitamente a favor de la reforma fiscal, pero el ala
bejaranista continúa haciendo labor de zapa. A ver hasta cuándo la dejan.
Y en Morena, adonde ha confluido una parte de la izquierda
radical, ésta deberá preguntarse si está en el lugar correcto, o si quienes mejor
caben en la corte de Andrés Manuel son personajes del viejo nacionalismo de
derecha tipo Manuel Bartlett, los teóricos de la conspiración sionista y los “purificadores”
violentos de la vida nacional.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario