miércoles, septiembre 25, 2013

Biopics: Primeras encuestas


Se venían las elecciones intermedias de 1985 y en la Comisión de Análisis del PSUM queríamos hacer algo diferente y entender con cierta precisión los puntos de vista de la población. Platicando con Eduardo González Ramírez, nos lanzamos a hacer encuestas de opinión, para medir no solamente popularidad partidista, sino para intentar entender algunos de los resortes que mueven a los votantes.

A mí el tema me fascinaba y habíamos hecho algunos pininos muestrales en 1982, pero una encuesta era otra cosa. Para prepararme, para no llegar estrictamente como El Borras, me bebí dos libros, Encuestas en la Sociedad de Masas de Elisabeth Noelle y Polls: Their Use and Misuse in Politics, de Roll y Cantrill, y repasé mis textos de estadística. También tuve un par de pláticas aleccionadoras con Luis Woldenberg, hermano de Pepe, quien desde entonces trabajaba en el mundo fascinante de la demoscopia.

Lo primero que hice fue un cuestionario piloto, que probé –junto con asistentes de la Comisión, recién egresados de las universidades “rojas” de Puebla y Sinaloa- con transeúntes en la colonia Roma. Ese ejercicio me obligó a hacer ajustes notables al cuestionario.

Con estos jóvenes y con otros militantes levantamos la primera encuesta. Fue en el DF, en viviendas, utilizando la casilla como unidad para la muestra aleatoria-sistemática. Los resultados en la capital fueron muy interesantes, sobre todo analizando la intención de voto por grupos de edad. Resultaba que el partido obtenía más del 20 % entre los treintañeros (grosso modo, la generación del 68) y sólo podía superar el umbral del 10 % entre los primovotantes y entre los mayores de 60 (que habían vivido el cardenismo, concluímos).

También nos dimos cuenta –algo que se repetiría en otras localidades- de que había una correlación entre los principales problemas percibidos en el país y la intención de voto. A los únicos que les interesaba el problema “falta de democracia” era a nuestros votantes. Los que ya teníamos en el tema que insistíamos. Los panistas estaban preocupados por la inseguridad y los priistas por los bajos salarios y la crisis: el salarial debía de ser el nicho de campaña, concluimos.  

Igualmente, encontré en el DF un patrón por clase social que ha variado poco en décadas. Había una clara correlación positiva entre ingresos e intención de voto panista (“dime qué porcentaje tuvo el PAN en tu colonia y te diré que tan rico eres), con la sola excepción de las colonias muy ricas (y priistas); el PRI abarcaba todo el espectro social, pero se hundía notoriamente en la clase media y media-baja; nosotros teníamos cierta fuerza en estos dos sectores y entre los trabajadores, pero éramos inexistentes en las colonias marginales, prácticamente unánime con el partido gobernante. Los más pobres veían a Papá Gobierno que les aliviaba parcialmente sus miserías (y eso sigue, carajo).

El éxito de la encuesta capitalina nos llevó a hacer dos más, en Guadalajara y Monterrey. Fui a una con Alejandro Encinas (y platicaba unas anécdotas sensacionales sobre un reciente viaje a Haití) y a la otra con Eduardo González. En ambas nos alojamos en casas de maestros, hice la muestra sobre el terreno y capacité rápidamente a los encuestadores.

En Guadalajara el partido tenía cierta presencia, sobre todo magisterial y estudiantil, a pesar de que los miembros de la FEG que habían estado en el PSUM se pasaron –junto con buena parte del grupo de Gascón Mercado- a la campaña del PMT. Recuerdo de ellos una pinta antimundialista, que me pareció ridícula: “No queremos goles, queremos más frijoles”, como si unos y otros estuvieran peleados.

En Monterrey, en cambio, el partido era pequeñísimo. Unos cuantos obreros, algún intelectual descarriado (Abraham Nuncio, se llamaba nuestro anfitrión) y varios viejos militantes comunistas que venían del más rancio estalinismo, pero que estaban fascinados con la modernidad de la encuesta.

Publiqué los resultados generales de las tres encuestas en la revista Punto, lo que generó alguna molestia y una ligera reprimenda del politburó a Eduardo González y a mí. La irritación provenía sobre todo de algunos cuadros medios, que consideraban que los resultados eran “derrotistas”, porque el partido aparecía en un claro tercer lugar y con un crecimiento marginal en las preferencias (incluso tuve un breve debate público epistolar con Ramón Sosamontes al respecto).

Al final, confrontadas con los resultados, resultó –como también preveíamos- que las tres encuestas habían sobrestimado al PSUM, sobre todo en Guadalajara. Tiempo después me enteré que los compañeros cambiaron una de las zonas de levantamiento en la capital de Jalisco: tocaba, por el azar, hacerlo en una colonia dominada por la secta Luz del Mundo, les dio miedo y mejor lo hicieron, a pesar de mis instrucciones, en una unidad habitacional magisterial. Era la segunda vez que el ansia militante echaba a perder un ejercicio estadístico.

Pero en general, las encuestas en las metrópolis rindieron su fruto. Hicieron que el discurso se moviera más hacia los temas de la crisis y los salarios y, sobre todo, animaron a la dirigencia del partido a hacer un esfuerzo serio para hacer conteos rápidos confiables el día de la elección. Esa sería una experiencia extraordinaria.

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