El operativo realizado el pasado viernes para recuperar el
Zócalo capitalino deja muchísimas lecciones. Entre otras, que hay minorías
incapaces de ver las realidades más evidentes.
La decisión de las autoridades no fue sencilla, porque tanto
la federal como la capitalina han apostado todo el tiempo a privilegiar el
diálogo por encima de cualquier medida de fuerza. Lo que buscó hacerse,
entonces, fue agotar las negociaciones, ayudados por la intimidación policiaca
y sólo después actuar, de manera contenida. Lo que se quería evitar a toda
costa –y afortunadamente se evitó- fue que la situación degenerara en violencia
de ambas partes y terminara por ahogar cualquier posibilidad de entendimiento.
A lo largo de aquel día se vio que, si del lado de las
autoridades locales y federales había coordinación y entendimiento, del lado de
la CNTE predominaba la indisciplina. Un grupo de sindicalistas, de la oaxaqueña
Sección 22, desoyó la resolución mayoritaria e hizo barricadas en los
alrededores del Zócalo. Al final, desistieron de sus pretensiones dizque
insurreccionales, tal vez porque lograron meter asuntos locales en la agenda
nacional de la discusión. En el interin, permitieron que se colaran los grupos
anarquistas responsables de los enfrentamientos físicos posteriores.
Mientras en la calle las autoridades y los representantes de
las distintas corrientes dentro de la CNTE se enfrascaban en complejas
negociaciones, en el ciberespacio una exigua minoría trataba de hacer
reflexionar a contrapuestas mayorías de extremistas totalmente despegados de la
realidad y víctimas de la misma enfermedad: el exceso retórico.
Por un lado, voces histéricas no pedían solamente “el
restablecimiento del orden” y la tranquilidad perdidos en la ciudad con la
llegada de los sindicalistas, sino venganza. No veían en la CNTE un actor
político con el que puede haber profundas diferencias, sino como una especie de
invasión indígena y “naca” a la muy pulcra y –he de suponer también- muy
criolla Ciudad de México.
Embebidas en su retórica racista y clasista, estas voces
desesperaban ante lo que percibían como inacción policiaca y. al final del día,
se quejaban amargamente de que la sangre magisterial no hubiera corrido, de lo
“tardío” y “pusilánime” del operativo. Y sobre todo, de que los militantes de
la CNTE siguieran, al final del día, en la ciudad, estorbando su diario
quehacer.
Si de ese lado parecía haber un abierto deseo de represión,
en el otro extremo, ese deseo era todavía mayor, pero vergonzante. Querían que
el gobierno federal fuera represivo, para así justificar y comprobar sus
propios prejuicios.
Aún cuando el operativo fue contenido, la violencia no fue
unilateral y el número de heridos fue relativamente reducido (sin contar con
que fueron más los policías lesionados), el prejuicio no podía desaparecer. La
retórica siguió y se dio vuelo: “gobierno fascista”, “país sin libertad”, “nada
qué celebrar”, y un largo etcétera con cualquier cantidad de cursilería y de
autodenigración nacional.
Después siguieron tres temas que dan para preocuparse. El
primero fue la absurda comparación de lo sucedido el 13 de septiembre con
fechas trágicas en la historia nacional, como los sucesos de Tlatelolco y del
Jueves de Corpus. Ahí ya no sé si se trata de desconocimiento de la historia
reciente de parte de jóvenes que no saben lo que fue vivir bajo regímenes
verdaderamente autoritarios o de distorsión intencionada de esa historia, en la
lógica de que la verdad no importa y lo que cuenta son los efectos
sentimentales del mito.
El segundo tema fue la repartición de culpas (que también se
dio en el ala de la extrema derecha, pero con menos virulencia). Culpables de
la represión no son sólo los gobiernos, sino quienes los votaron (hubo quien
exceptuó a los votantes de Mancera, “porque fueron engañados”). El mexicano que piensa diferente visto como
enemigo.
El tercero, que también nos habla de un enorme
desconocimiento de la historia y de las características del pueblo mexicano,
fue el de la propuesta de hacer el vacío al Grito en el Zócalo el 15 de
septiembre. Más ingenuos no se puede. La ceremonia misma está concebida para la
catarsis social: el Presidente –sea quien sea- sale al balcón, se lleva una
rechifla, luego saca la bandera y lanza los “Vivas”, y entonces los mismos que
chiflaron se le unen, porque se identifican como mexicanos, más allá de
diferencias políticas o ideológicas.
Quienes hicieron la propuesta, con lo mucho que critican a
las televisoras, son gente que nunca se dio el baño de pueblo, sólo ve el Grito
en la tele, y por años ha creído la propaganda que de allí emana. Nunca ha sido un acto de apoyo a Presidente
alguno.
Ya en la baba, y ante la evidencia de que el Zócalo sí se
llenó, dicen que son acarreados, que son “pelones”, que son malos mexicanos
(puedo apostar a que menos de la mitad de los asistentes chilangos al Grito apoya
a Peña Nieto, pero eso no pasa por la mente cuadrada de los ultras).
Lo peor de todo este asunto es que, en esta guerra civil a
tuitazos participó uno que otro político reconocido. De una parte del PAN, de
la facción perredista proclive a AMLO y, por supuesto, de Morena. De ellos no
podemos suponer ignorancia o ingenuidad, sino ganas de revolver el río para
pescar mejor. Y pensándolo bien, se trata de facciones que han obtenido grandes
ganancias políticas con la polarización del país y que pretenden seguirlas
obteniendo.
La polarización no es, como vemos, en torno a ideas, sino en torno a prejuicios. Funciona con mentadas y mentiras. Cancela, por lo tanto, el diálogo, el parlamento. Y conviene a los extremos. Los extremos han sido derrotados recientemente. Por eso la alimentan.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario