La compleja iniciativa de reforma fiscal planteada por el
gobierno de Enrique Peña Nieto tiene, más allá de algunas cuestiones puntuales
que deben ser objeto de debate a fondo, una característica fundamental: admite
que el sistema que se aplicó durante décadas ha dejado de ser funcional.
Lo más destacado es que, en contra de lo que algunos
deseaban abiertamente y otros secretamente –para encontrar banderas de
oposición radical-, no se contempla la introducción del IVA a alimentos y
medicinas. Hay dos razones para ello: una es política y la otra,
económico-social.
La razón política es tal vez la que más peso tuvo en la
decisión del gobierno. Si la reforma educativa trajo los problemas y las
movilizaciones que trajo, y la reforma energética traerá más todavía, la
apertura de un nuevo frente de descontento en el lado fiscal hubiera sido de
verdad muy difícil de manejar.
Las razones económico-sociales son de más fondo. Por más que
los defensores de los impuestos al consumo insistan en sofismas, la gente de
menos recursos es la que más gasta –proporcionalmente a sus ingresos- en
alimentos y medicinas. Centrar una reforma en el IVA equivaldría a castigar más
a quienes menos tienen.
Pero, todavía más importante, un aumento al IVA desestimula
el mercado interno. En las condiciones actuales de estancamiento cercano a la
recesión, en México y en el mundo, insistir en un modelo de crecimiento jalado
por el sector externo equivale a condenar la economía a la anemia, al menos en
el mediano plazo.
La apuesta a la reactivación se hace más transparente con el
derrumbe del tabú del superávit fiscal (que no era tal) que se manejó por años.
Este tabú es la clave del estancamiento estabilizador que vivimos durante los
últimos dos sexenios. El déficit presupuestado, de 1.5 por ciento del PIB, es
fácilmente financiable y tendrá un pequeño, pero necesario, efecto
contracíclico en una economía deprimida. Lo importante no es si hay déficit o
no, sino la posibilidad de que éste sea manejable y financiado de manera sana.
A diferencia de otras, esta reforma es progresista casi
desde cualquier ángulo que se le vea. Tiende a romper con los privilegios de
algunos grupos empresariales de interés, al eliminar la consolidación fiscal y
reducir tratamientos preferenciales y regímenes especiales. También se pone al
día en asuntos como el gravamen a las ganancias bursátiles, la fijación de
tasas máximas de ISR y acotamiento de deducciones.
Adicionalmente, hay una serie de impuestos que casi parecen
de miscelánea fiscal, que sirven como sustituto a la no incorporación del IVA
en alimentos y medicinas. Hay algunos políticamente correctos, como el de los
refrescos o los combustibles fósiles, que fueron casi simbólicos y que difícilmente
tendrán oposición en este país obeso y contaminado. Otros causarán más
polémica, como la aplicación de IVA a colegiaturas particulares o a la renta y
venta de inmuebles.
Es evidente que, así como la iniciativa satisfizo a los
progresistas (y desarmó una previsible ofensiva radical), dejó con muy mal
sabor de boca a la mayoría de los grandes empresarios. A cambio de la ansiada
eliminación del IETU, la propuesta golpea directamente los intereses y las
carteras de influyentes cámaras industriales (mineros, transportistas,
etcétera) y de las más grandes corporaciones.
Por eso, ahora los empresarios se van a querer presentar
como adalides de los intereses de las clases medias (que, como de costumbre,
salen raspadas) para defender en realidad sus propios intereses, porque son los
más afectados con una propuesta redistributiva. Dirán que pagan los mismos (es
decir, que no pagan los pobres y los informales) y que se castiga la inversión
(en vez del consumo, que es general), aunque ello implique una mejor expansión
de los mercados.
¿Cuáles son, a mi entender, los puntos débiles de la
propuesta? He identificado tres, hasta ahora.
El primero es su calado. Se trata de una reforma que sólo
equivaldrá a 1.4 puntos del Producto en el primer año y 3 puntos para fines de
sexenio. Eso, si se aprueba de manera integral. Es un porcentaje que se antoja
insuficiente para las necesidades del país, dado el piso impositivo, muy bajo,
del que parte.
Tal vez habrá momento para algún ajuste en el futuro
próximo. Por lo pronto, para no hacer olas y para no hacer políticamente
confusa la iniciativa, el gobierno evitó gravar alimentos procesados que
consumen las clases medias y altas del país.
Esto significa que no hay recursos suficientes para generar
un seguro de desempleo y una pensión universal dignos de ese nombre. Algo se
hará, porque estamos avanzando en la dirección correcta, pero desde ahora puede
decirse que será insuficiente.
El segundo es más bien una duda. El impuesto a los depósitos
en efectivo desaparece, por engorroso y
por problemas de interpretación constitucional (cobrar por depositar dinero de
uso legal). Pero no he visto en el panorama de la iniciativa ningún punto que
desincentive la informalidad, que es un grave lastre de la economía.
Finalmente, hay dos impuestos que de seguro generarán
grandes debates. Uno es el que tiene qué ver con la educación privada. Me
parece correcto que se haya eliminado la deducibilidad de las colegiaturas, que
era algo que generaba un proceso de privatización de la educación, tan caro al
calderonismo. Pero el IVA del 16 por ciento es un exceso, sobre todo porque
–seamos honestos- el sistema de educación pública no tiene en este momento
capacidad para absorber a todos los educandos (pienso también en las familias que
en Oaxaca, Guerrero o Michoacán hacen enormes esfuerzos para que sus hijos
vayan a una escuela en donde los maestros sí den clase). ¿No sería más lógico
un impuesto especial, más bajo, que fuera aumentando en la medida en que
también se fueran destinando más recursos a la educación pública en todos los
niveles?
Otro grupo de impuestos, el relacionado con la compra-venta
de inmuebles y con las hipotecas, tiene el defecto de golpear uno de los
sectores más afectados con la crisis y que más empleos genera, que es el de la
construcción. De entrada, disminuye el valor de las casas. Y en el caso de las
rentas, además de no ser fácil su control, terminaría por afectar más a los
inquilinos… que no suelen los más ricos.
En resumen, aunque pudo ser de mayor calado y tiene sus
asegunes, la reforma hacendaria va en el sentido correcto. Merece un debate
nacional a fondo. Es progresiva y no regresiva, termina con tabúes dañinos y
pone énfasis en lo social, recordándonos que, en política económica, lo
político está en el sustantivo y lo económico en el adjetivo.
4 comentarios:
Y cual es tu opinión respecto a VOLVFER a centralizar el pago de la nómina http://yoeculubro.blogspot.com/2013/09/como-se-hizo-mal-ahora-lo-vamos-hacer.html
Entonces yo puedo concluir de acuerdo a su texto, la reforma fiscal va en una dirección diferente a lo que actualmente tenemos, pero... ¿que sea la dirección correcta? creo que No
http://mexicoliberal.blogspot.mx/2013/09/reforma-fiscal-recesiva-y-promotora-del.html
Un articulo con argumentos escritos por una persona que si sabe de economia.
LA REFORMA FISCAL ES LITERALMENTE LA PEOR PARTIDA DE MADRE QUE LOS MEXICANOS HAYAMOS RECIBIDO, SI NOS APENDEJAMOS, CONVOQUEMOS AL PAIS ENTERO A REBELARSE CONTRA TANTA INJUSTICIA, QUE VA A SER DE NUESTROS HIJOS? QUE FUTURO LES ESPERA SI AL PINCHE GOBIERNO NI SIQUIERA LE IMPORTA LA EDUCACION PARA QUE NUESTRAS FUTURAS GENERACIONES PUEDAN LLEGAR A SER GENTE DE BIEN? CLARO, ENTRE MAS PENDEJOS ESTEMOS , MUCHO MEJOR PARA ESTOS INFELICES, QUE LO UNICO QUE BUSCAN ES SEGUIR MANIPULANDO AL PUEBLO . !!!!! PUDRETE EN EL INFIERNO PENA NIETO!!!!!, ERES UN INFELIZ TRAICIONERO, LA PEOR ESCORIA QUE EL PAIS HAYA TENIDO EN TODA SU HISTORIA.
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