En 1985
habría elecciones federales intermedias, excelente oportunidad para que me
diera una zambullida en los números con los resultados de las elecciones
previas (cosa novedosa, porque gracias al PSUM, de cuya Comisión de Análisis
formaba parte, tenía acceso a los datos). Me puse a hacer diversos juegos con
los números, que se tradujeron en una serie de artículos, publicados en el
semanario Punto, entre enero y mayo
de ese año.
El
primero era muy sencillo. Se titulaba “La izquierda y la derecha en las elecciones”,
y simplemente agrupaba los resultados electorales por tendencia ideológica (no
se crean, era algo nuevo). El siguiente, considero, fue de mucha mayor
importancia. Tenía un título provocador, “¿Por quién votan los priístas?”. Así
iniciaba, y continuaba diciendo: “Por el PRI, dice Perogrullo”. El artículo se
detenía en una característica de las elecciones de entonces: había una boleta
para las diputaciones de distrito y otra para las plurinominales. Como, por la
legislación, al PRI no le tocaban pluris
debido a que ganaba la mayor parte de los distritos, esto permitía que los
votantes del PRI (o al menos una parte de ellos) pudieran votar por otro
partido en la boleta plurinominal. Esto significaba, sin ir más lejos, que la
mayoría podía decidir la composición de las minorías, un contrasentido. En el
análisis se veía que poco menos del 10 por ciento de los priístas votaban por
otro partido para las pluris, y que favorecían sobre todo al PPS, que era
comparsa del gobierno (en realidad creo que la mayor parte de esos votos, tanto
del tricolor como del llamado “solferino” eran inventadas: el caso es que el
sistema creaba una distorsión). Poco después se eliminaría la doble boleta que
permitía a los priístas incidir en la composición de la bancada opositora.
El
tercer artículo era un ejercicio a partir del cambio en el número de
circunscripciones plurinominales para 1985, cuando pasaron de tres a cinco: “¿Qué
hubiera pasado con cinco circunscripciones en 1982?”, donde se veía que el cambio
perjudicaba a la izquierda. Los tres siguientes fueron de análisis numérico: “Alto
riesgo para el PRI en cuatro distritos del DF”, “Así ha sido el avance del PAN
en el norte” y “¿Qué fuerza tiene en realidad la oposición?”.
Dos
artículos más apuntaban a modificar los métodos de elección del Senado de la
República (la intención era hacerlo un poco más proporcional, como es ahora).
Se intitularon: “Tres fórmulas para cambiar el Senado” y “Senado, Federación y
partidos: un ejercicio”.
El
último de la serie teórica también tenía título provocador: “Hay votos que
cuentan el triple que otros”, y analizaba los efectos de la ley electoral de
doble carril, en términos de la representatividad de los legisladores. Concluía
que la ley estaba claramente diseñada para favorecer al partido mayoritario y a
los muy pequeños, y para castigar a las oposiciones de mayor tamaño. Los votos
que valían menos eran los depositados a favor del PAN y del PSUM; los que
valían más, los del PARM o PPS. En otras palabras, el sistema buscaba mantener reducida
la representatividad a la oposición más fuerte y dar presencia excesiva a los
partidos más chicos. Algo de eso subsiste hoy, pero en menor medida.
La
intención primera de estos artículos era calentar el debate sobre la necesidad
de una nueva reforma política. La segunda, preparar el terreno para la presentación
de algo de verdad novedoso: una serie de encuestas electorales de opinión, realizadas
por el PSUM, que yo organizaría con la ayuda generosa de Eduardo González
Ramírez –quien toda su vida manejó en la práctica militante el concepto de “partido
pensante”. Esas serán tema de una entrega posterior.
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