Károly Takács era un experto tirador del ejército húngaro.
El más preciso. Se esperaba que hubiera formado parte de su equipo nacional en
los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936, pero las reglas elitistas del ejército
de su país lo impidieron: Karoly era sólo un sargento y al evento sólo irían
oficiales. Aguantó su frustración y esperó sí poder asistir a los juegos de
Tokio 1940.
Hay veces en las que la vida juega las peores pasadas. En un
entrenamiento militar durante 1938, una granada defectuosa explotó en la mano derecha
de Takács, volándosela. Takács era diestro. Su carrera parecía terminada.
Pero hay personas que se superan a la adversidad. Takács
decidió que seguiría tirando, aunque fuera con la mano izquierda, y se entrenó
en secreto. Apareció en un campeonato nacional: sus antiguos compañeros lo
saludaron, creyendo que sería un espectador más. Károly les dijo que no había
venido a verlos, sino a competir contra ellos. Se coronó campeón (uno de los 35
campeonatos de Hungría en su palmarés). Estaba listo para los siguientes Juegos
Olímpicos, pero vino la Guerra Mundial.
Tuvieron que pasar 12 años de su primera oportunidad y 10
del accidente que lo baldó para que Takács pudiera competir en unos Juegos
Olímpicos. Fue en Londres 1948. Allí el tirador manco sorprendió al mundo,
llevándose la medalla de oro en pistola de fuego rápido a 25 metros, con
facilidad e implantando récord mundial. Antes de la competencia, el campeón
mundial de entonces, el argentino Carlos Díaz –a la postre medallista de plata-
le preguntó a Takács por qué estaba en Londres: “Estoy aquí para aprender”,
respondió el húngaro. Tras la ceremonia de premiación, Díaz contestó: “Aprendiste
bastante”.
Volvió en Helsinki 1952. En la capital de Finlandia se hizo
de nuevo del oro (algo particularmente difícil en el mundo del tiro deportivo)
en la misma prueba, venciendo esta vez apretadamente a su compatriota Szilard
Kun. Trató de lograr la hazaña de un tercer oro en Melbourne, pero terminó en
octavo lugar. Se retiraría años después, para convertirse en exitoso entrenador.
Efectivamente, Kóvacs “aprendió bastante” porque se rehusó a
renunciar a su sueño. Por eso el Comité Olímpico Internacional lo calificó de “héroe
olímpico”. Un justo reconocimiento a esta poco conocida leyenda del deporte.
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