Finalmente
llegó el día de las elecciones. Estábamos en pleno Mundial de futbol y el
gobierno prohibió la transmisión en vivo de los partidos del día
(Francia-Irlanda del Norte y Polonia-URSS), para estimular a la gente a salir a
votar. Así se las gastaban. Patricia era representante del partido en una casilla
(el candidato de nuestro distrito era Toño Gershenson), así que hicimos todo un
rollo logístico para cuidar al Rayito. Yo lo hice temprano. Luego llegó de
votar Susana Duprat y se quedó con el niño mientras yo iba a la casilla.
Regresé, escuché un rato el fut y a media tarde me lancé a la sede del partido,
donde habíamos instalado el centro de cómputo. Recuerdo que una de las primeras
personas que vi en aquel viejo edificio de la calle Monterrey fue a Manuel
Stephens, que venía del PPM y tenía en su despacho las obras completas de
Stalin. Estaba viendo diferido el partido Polonia-URSS (“empate a cero, pero
socialista”, dijo).
Apenas
cerradas las casillas empezó a llegar la información de aquellas previstas para
el conteo rápido. En el Distrito Federal íbamos un poco debajo de lo obtenido
por el Partido Comunista tres años antes (a causa, sobre todo, de la presencia
del PRT, partido troskista, y su candidata Rosario Ibarra de Piedra). En
algunas otras partes de la república nos iba mejor. Fue el caso de Sinaloa,
donde pasamos del 5% con el PCM-Coalición de Izquierda al 16%, gracias a la
presencia de mis amigos los expemetistas que habían entrado al partido vía MAP
(en otras palabras, nuestro cálculo de 10% cuando estábamos en el PMT sinaloense no
estaba nada desencaminado). También habíamos crecido en Zacatecas y algunas
partes de Veracruz. Llegaron los resultados de Guerrero y eran excelentes.
También los de Oaxaca, con todo y que en la casilla muestra de Pinotepa
Nacional habían expulsado a nuestro representante y el cartelón salió con 400
votos para el PRI y ninguno para los partidos de oposición. En Chiapas también
avanzamos muchísimo. Pero faltaban muchos estados, muchos distritos, muchas
casillas rurales. En la medida en que avanzaba la noche quedaba cada vez más
claro que no completaríamos la muestra jamás (de hecho, Roger Bartra, con un
grupo de chavitos armados de calculadoras, sacó una muestra del DF cuyos datos
resultaron tan exactos como la gigantesca que se había armado en el centro de
cómputo).
Los
periódicos de la mañana dieron a conocer resultados parciales de la Comisión
Federal Electoral (que organizaba las elecciones y presidía el Secretario de
Gobernación). Ubicaba a Arnoldo con 1.1 millones de votos, cerca del 5% de l total.
Nos parecía razonable: de acuerdo a nuestros datos –proyectando los muchos
estados con información insuficiente-, rozaríamos el 6%, con millón y medio de
sufragios. Pero ese lunes la información ya caía a cuentagotas y no
alcanzábamos ni 600 de las 1100 casillas para conteo rápido. Sin proyecciones,
necesariamente inseguras, sería imposible definir resultados. Propusimos que el
partido reconociera que De la Madrid (candidato del PRI, PPS y PARM) había
obtenido la mayoría de los votos, pero no los porcentajes que el gobierno
manejaba. Aún suponiendo que el PRI tuviera 90% en las casillas-muestra que
faltaban, su candidato llegaba al 58%, no a la grosería que nos estaban
vendiendo.
Quién
sabe si como respuesta, los nuevos datos de la CFE daban a nuestro candidato
menos votos de los que tenía en el primer corte. Inexplicablemente, había caído
a 800 mil. Hubo una gran discusión en el partido respecto a qué hacer. Yo era
de la idea de que era necesario denunciar el fraude en gran escala que había
sufrido la izquierda. Como estaba encargado del centro de cómputo, tenía un
argumento fuerte. Quien estaba en contra de esa denuncia era Jorge Alcocer.
Decía que si nos habían robado medio millón de votos había que explicitar en
dónde. Nos dimos a la tarea de buscarlo, y encontramos tres focos rojos:
Guerrero, Oaxaca y Chiapas.
Al
principio, todo checaba: el gobierno se había cebado en el fraude en los
estados más pobres. Pero luego el argumento se nos cayó. Pablo Sandoval, de
Guerrero, confesó que los datos que había enviado no eran siempre de las
casillas-muestra: sustituyó algunas “porque nos había ido muy mal”. Caso
similar fue Oaxaca, con Héctor Sánchez (un cuate que se ha pasado décadas
ofreciendo votos de mentiras). Donde hubo una distorsión gigantesca de los
votos de nuestro partido fue en Chiapas.
Al
final, se decidió no impugnar la elección más que verbalmente. Según los
números oficiales, De la Madrid alcanzó más de 16 millones de votos, el 68% del
total, y Arnoldo tuvo 822 mil votos, 3.5%. La elección para diputados nos alcanzó
para una veintena, entre ellos tres que provenían del MAP: Rolando Cordera, Arnaldo
Córdova y Antonio Gershenson.
Estoy
convencido de que los datos finales de las elecciones de 1982 fueron falseados.
Por supuesto que De la Madrid ganó con mayoría absoluta, pero el PRI y el
gobierno truquearon la votación para que tuviera un número total de votos
superior al obtenido seis años atrás por José López Portillo, quien había competido en
solitario. Al hacer el ajuste, aplanaron la votación de todos los demás. También me
queda claro que nosotros no teníamos argumentos suficientes para impugnar la
elección, y hubiera sido contraproducente hacerlo. Nunca se sabrá si tuvimos
más o menos de un millón de votos.
Otra
lección fue sobre el diseño muestral. No era un asunto para andar haciendo
concesiones por razones de “unidad partidaria”. Para las siguientes elecciones
armaríamos un proyecto mucho más sólido.
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