Se le conoce como el hombre que hizo rabiar a Hitler, pero
se quejaba más del racismo de Estados Unidos. Brilló como nadie en los Juegos
Olímpicos de Berlín 1936, un fulgor, pero su carrera deportiva se vio
prematuramente cortada por las trabas que le pusieron en su propio país, aún
antes del estallido de la II Guerra Mundial.
Jesse Owens nació en Alabama, pero sus padres se cambiaron a
Cleveland cuando él era niño. Buscaban trabajo, pero sobre todo escapar de la
sociedad segregada del sur de Estados Unidos. Desde muy joven, Jesse destacó en
los deportes: en la preparatoria igualó el récord mundial de las 100 yardas. Fue
la estrella atlética de la Universidad de Ohio (donde no tenía beca y tenía que
comer separado de sus compañeros blancos). En una competencia intercolegial, en
1935, rompió 3 marcas mundiales en sólo 45 minutos: salto de longitud y dos
carreras con vallas medidas en yardas.
Antes de los juegos de Berlín hubo un fuerte movimiento en
Estados Unidos que pedía boicotearlos. Owens se sumó y afirmó que su país no
debía mandar una delegación. El clamor fue tan fuerte que obligaron al
presidente del Comité Olímpico de EU, Avery Brundage, a visitar Alemania y dar
un veredicto. Brundage era simpatizante nazi y, tras el viaje, acusó de
mentirosos a quienes afirmaban que el III Reich negaba derechos elementales a
las minorías.
En los Juegos de 1936, que supuestamente mostrarían la
superioridad de la “raza aria”, Owens ganó el oro en los 100 metros planos,
superando a su compatriota, también negro, Ralph Metcalfe. Se llevó también la
victoria en el salto de longitud, luego de estar a punto de ser descalificado
en las eliminatorias (un tip de su
rival alemán, Luz Long, a la postre medallista de plata, le sirvió para
superar la fase). También obtuvo el oro en los 200 metros planos y completó la
cuarteta en el relevo de 4 x 100.
Es famoso el hecho de que Hitler, tras la primera victoria
de Owens, abandonó el estadio sin saludar al ganador. Al día siguiente, el COI
le dijo al Führer que o saludaba a todos los ganadores o no saludaba a ninguno,
por lo que Hitler ya no asistió a otras ceremonias de premiación. Menos
conocida, la actitud de Luz Long, quien abrazó a Owens tras la competencia y
dieron un paseo por el estadio, tomados del brazo. Aún menos, que la participación de Owens
en el relevo de Estados Unidos se debió a una petición alemana para que dos
velocistas de origen judío fueran sustituidos (los negros eran una opción menos
mala, según los nazis, a quienes Brundage obedeció).
Tras la victoria berlinesa, el Comité Olímpico de Estados
Unidos obligó a sus atletas a una gira por Europa, cansada y con malos
servicios, que a muchos molestó. Owens decidió regresar a su país y fue
recibido por una multitud delirante en Cleveland. El velocista había hablado de
hacer contratos con varios patrocinadores y ese sólo hecho bastó para que el
organismo encabezado por Brundage lo declarara profesional y acabara con su
carrera deportiva formal. Obviamente, los patrocinadores desaparecieron.
Sin ingresos, el tetracampeón olímpico tuvo que hacer cosas
raras para sobrevivir, como competir en carreras contra caballos purasangre
(que Owens ganaba, porque le daban algo de ventaja y el disparo muy cerca del
animal lo asustaba y hacía lento su arranque). Ante las críticas de que aquello
era humillante, respondió que no se podía comer sus medallas. Y ante los
comentarios de que Hitler no lo quiso saludar, respondió que el presidente
Roosevelt ni siquiera le envió un telegrama de felicitación.
Owens fue dueño de una tintorería, cayó en bancarrota y
terminó de empleado en una gasolinera. De ahí fue recuperado por el gobierno
estadunidense, que lo nombró embajador de buena voluntad, para recorrer el
mundo y defender los valores de EU en plena guerra fría. También lo contrataron
varias empresas privadas para el mismo efecto. De esa forma, la leyenda
olímpica, el primer hombre que derrotó a Adolf Hitler pudo vivir con cierta dignidad
económica sus últimos años.
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