Se
acercaba el final de la campaña electoral de 1982 y el partido quería hacer una
demostración de fuerza, que diera ánimos a la militancia y que también ayudara
a cuidar los votos que seguramente nos escamotearía el gobierno, que en esos
años controlaba directamente el proceso electoral. En una reunión del Comité
Central del PSUM surgió la idea de hacer el cierre de campaña en el Zócalo
capitalino.
Era un
gran reto porque, se decía, en él cabían un millón de personas. Eso lo leíamos
en los periódicos y lo escuchábamos en radio y televisión siempre que se
llenaba de seguidores corporativos del PRI y del gobierno. Jorge Alcocer dijo
que un millón era un exceso, producto de la propaganda oficial y organizó un
grupo que fuera a medir la plancha de la Plaza de la Constitución. Los
resultados fueron más que alentadores: los compañeros llegaron con la
conclusión de que la pura plancha, tomando en cuenta la existencia de un
templete para oradores, se podía llenar con 40 mil personas, a una por metro
cuadrado.
Así, en
la segunda mitad de junio, se organizó la gran manifestación, que partía del
Monumento a la Revolución y recalaba en el Zócalo.Se trajeron camiones de
provincia, repletos de militantes. Era enorme nuestra alegría cuando todavía
estábamos miles en la explanada del monumento y nos llegó la noticia de que la
avanzada había llegado a la plaza más importante de la nación.
Llenamos
la plancha y allí Alejandro Gascón Mercado bautizó el evento como “el Zócalo
Rojo” mientras ondeaban cientos de banderas con la hoz y el martillo.
Regresamos entusiasmados, más que con los discursos, con la ola de color de
nuestros pendones. La dirigencia decidió ser menos exagerada que el
PRI-gobierno y habló de 300 mil asistentes, un dato que la prensa se tragó
enterito. Sentíamos buenos augurios para el día de la elección.
Ante la
inminencia de los comicios, un grupo de “expertos” hicimos una muestra de
casillas para un conteo rápido y organizamos un centro de cómputo (con máquinas
de 512 mb de memoria, prestadas) para el día de la elección. El principal
problema de la confección de la muestra fue enfrentarnos a un compañero
proveniente de la Unión de Izquierda Comunista, médico epidemiólogo, que
insistía en una muestra gigantesca, imposible de cubrir, mientras que Alcocer y
yo abogábamos por una más manejable, e igualmente representativa, de 400
casillas. Acabamos negociando una muestra de 1,100 casillas, estrictamente
aleatoria. Tan era absurdo ese tamaño que 12 años más tarde, pude obtener
resultados muy cercanos al final con una muestra de solamente 40 casillas (eso sí,
elegidas con un buen método y mucho olfato). Pronto se vería que la magnitud y confirmación
de esa muestra causaría más problemas que beneficios.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario