Con su 1,88 de estatura, en la escuela era la más alta de la
clase. Cuando quiso ir a clases de baile, su madre estaba llena de miedo,
porque la muchacha no iba a encontrar un compañero más alto. Decía Ulrike
Meyfarth que ése fue uno de los motivos para dedicarse al deporte. En vez de
las fiestas y el ligue, eligió las pistas. Pronto, muy pronto, destacó en
ellas.
A los 15 años ya era subcampeona de Alemania Occidental en
salto de altura y a los 16 tuvo su primera participación olímpica. Lo hizo de
local, en Munich 1972. Su marca personal era de 1.85 metros pero, apoyada por
el público y ayudada por el hecho de ser una de las pocas saltadoras que había
adoptado el todavía novedoso estilo Fosbury, sorprendió al mundo, logró lo que
se creía imposible.
Meyfarth saltó 1.92 m., derrotó a la austriaca Gosenbauer y
a la búlgara Blagoyeva, que utilizaban el estilo tradicional de rodado, superó
su marca personal en 7 centímetros, estableció un récord mundial, se convirtió de
golpe y porrazo en la campeona más joven en la historia del atletismo olímpico y
en la consentida nacional. Todo ello, unas horas antes de la matanza de
Septiembre Negro, que enlutó y marcó de sangre aquellos Juegos.
Años después, la alemana confesaría que no estaba preparada
conscientemente para una victoria de ese tamaño, y que por eso necesitó los
años siguientes para asimilarlo. Para plantárselo en la cabeza.
Por una década entera parecía que Meyfarth sería flor de un
día. One hit wonder. No llegó a la
final de salto de altura en los juegos de Montreal 1976; no compitió en los de
Moscú 1980, por el boicot de su país, aunque igual no habría alcanzado siquiera
lugar en la selección germana.
Pero Ulrike no había abandonado el deporte. Era, como ella
decía, sobre todo un problema de mentalización. Hay que estar convencidos de
que se puede superar la barra, al menos en la cabeza. Así, en 1982, ganó el campeonato
europeo, e impuso un nuevo récord mundial en 2.02 m. Al año siguiente, vuelve a
romperlo en los Mundiales de Helsinki, pero ese récord es efímero y Meyfarth se
tiene que conformar con la plata, tras la victoria de la soviética Tamara
Bykova.
Llega la cita olímpica de Los Ángeles 1984. Bykova no asiste
por el boicot soviético. Meyfarth ha perfeccionado su concentración y puede
desconectarse de las influencias externas acústicas y visuales. En gran duelo
derrota a la campeona olímpica reinante, Sara Simeoni, al superar la barra
colocada a 2.02 metros de altura.
Es su segunda medalla olímpica dorada. Pasaron 12 años de
cuando ganó la primera. En 1972 había sido la más joven atleta en llevarse los
laureles. En 1984, es la más vieja saltadora de altura de la historia en ganar
el título olímpico.
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