Además
de organizar los foros temáticos de la campaña de Martínez Verdugo a la
Presidencia de la República, me tocó acompañarlo en otra ocasión, a una gira de
fin de semana realizada en el estado de Morelos.
Salimos
de la ciudad de México en el autobús El Socialista
–los periodistas iban en El Machete-,
que estaba muy bien acondicionado como oficina rodante. Mi tarea principal
sería elaborar los discursos que daría Arnoldo. En el camino, me la pasé
comentando y machacando mi idea de “austeridad soberana”: sería irresponsable
que el partido y su candidato prometieran cosas incumplibles, aun a sabiendas
de que no íbamos a ganar; la crisis en la que nos había metido el gobierno de
López Portillo no aguantaba una política de expansión desordenada, ni mucho
menos crecimiento del Estado, sino que era necesaria una distribución de los
recursos escasos con sentido nacional y popular. Cambiar los usos de las
divisas que llegaban al país y el sentido del gasto, pero no a través de un
aumento. Arnoldo escuchaba y comentaba. Varios otros, entre los que estaba
Rolando Cordera, agregaron elementos a la conversación. Me dio la impresión de
que Martínez Verdugo era un hombre inteligente y abierto. Horas después lo
comenté con Rolando: “Es de verdad el mejor de los candidatos”. Cordera asintió
con una sonrisa: “También estoy convencido de eso”, me dijo.
Llegando
a los linderos del DF con Morelos, nos recibió una caravana de compañeros del
partido. Con ellos fuimos a un ejido, cuyo nombre ya no recuerdo, que era
bastión del PSUM. Lo que recuerdo perfectamente es lo chinita que se me puso la
piel al bajar del autobús adornado con el escudo de la hoz y el martillo, y
escuchar los cohetes chifladores que festejaban la llegada del candidato,
segundos antes de que la banda del pueblo entonara la Marcha de Zacatecas. El
país estaba cambiando, abandonaba los años grises del partido único, y se abría
lentamente a la izquierda socialista. Yo era parte de ese cambio.
El
candidato se echó un discurso improvisado ante la asamblea del pueblo y después
emprendimos el camino hacia Cuautla. Martínez Verdugo me pidió dos o tres párrafos
acerca de la economía que pretendía el partido y los introdujo en un discurso político
general. El mitin, con unas 400 personas, fue en el kiosko del centro y de ahí
partió una breve y calurosa marcha hacia no sé donde.
En la
ruta hacia Cuernavaca, Arnoldo me pidió que preparara un discurso acerca de
religión y socialismo.Su idea era recuperar la extraordinaria experiencia
social vivida en la capital morelense cuando don Sergio Méndez Arceo era el
arzobispo. El “pueblo rechazado” al que hacía referencia Leñero, con las
experiencia de Ivan Illich, Erich Fromm y otros pensadores cristianos
progresistas que habían contribuido a un experimento pastoral-social en ese
estado.
En la
noche, en los jardines del hotel, escribí frenéticamente a máquina. El concepto
(claramente tomado de la idea del Compromiso Histórico italiano) era la
necesaria unidad del pueblo cristiano y el pueblo socialista en función de sus
intereses comunes. Revisé el texto con Arnoldo, quien le hizo un par de
precisiones y le agregó algunas ideas que él quería decir.
Al
mitin, en la alameda de Cuernavaca, asistieron unas dos mil personas, según mis
cálculos –tal vez optimistas- y tuve la impresión de que no escucharon con
atención las palabras de Arnoldo. Habían llegado para aplaudir y apoyar. Sin
embargo, la prensa lo recogió con mucho interés. Entendí entonces que los
medios eran los principales destinatarios de ese discurso.
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