El 26 de junio murió Alfonso Vadillo, de quien algo he platicado en la parte autobiográfica de este blog (los Biopics). Revisando someramente, veo que tuvo diversas influencias en mí. Va un recuerdo.
Mi primera relación con Alfonso Vadillo fue como alumno suyo en la UNAM, en la materia de Teoría Económica. Era un maestro joven y simpático (nos llevaba menos de diez años), que tenía muchas frases memorables, pero acabé cambiándome de grupo, porque no le entendía ni madres a sus explicaciones, a la clase propiamente dicha. A cambio de ello, Vadillo nos llevó a muchos a una grilla en otra materia, Centro de Economía Aplicada, para deshacernos de un maestro y ponerlo a él en su lugar. El resultado fue un caos, porque Alfonso quería que hiciéramos una investigación a conveniencia del Partido Comunista, del que era miembro, y nosotros lo que deseábamos era hacer trabajos de campo con el pueblo trabajador. En el camino, me junté con un grupo que desembocaría, primero en el maoísmo, y después, de manera dispersa, en el reformismo socialdemócrata, el priísmo, en Morena o en los delirios terroristas. En alguna de las asambleas masivas para discutir los proyectos empecé, desgraciadamente, a fumar. Al final, Vadillo nos reprobó a casi todos.
Pocos años después, casi por sorpresa, Vadillo nos avisó que iría a Módena, a estudiar con nosotros. Recaló en el departamento que teníamos cuando yo estaba solo (Mapes y Carreto estaban en México) y el depa estaba ocupado por unos hippies (aquí lo platiqué). Lo relevante de esa breve estancia es que Alfonso me enseñó los elementos básicos de la cocina y algunos secretos culinarios extra, e incluso a rasgar la guitarra. Lo primero es algo que le agradeceré siempre. Lo segundo se me olvidó pronto.
No recuerdo en qué orden, pero Alfonso rentó un minidepartamento para él solo en Módena y se fue a Perugia a estudiar italiano, quedándose en casa de Carlos Mársico. Allí, se puso el sobrenombre de Lo Scopattore Folle, porque decía que ninguna chica salía indemne de visitarlo. De regreso, iba poco a clases, y mucho a nuestro depa para cotorrear con nosotros, discutir de política y de filosofía, y a jugar dominó. Se burlaba de que no militáramos en ningún partido ("¿Es que se puede militar en una revista? No mamen"), hablaba del fin de la historia como si de verdad creyera en él y se cotorreaba de algunos intereses de Carreto: ("Es una mamada eso del tai-chi; el paso de la grulla, el del mono. Si a mí me preguntan, hago el paso del homo sapiens, me pongo a leer un libro y enciendo un cigarro").
Se compró un auto Mini-Minor color rojo, y con él algunos de nosotros dimos varios roles. La foto que acompaña este texto es de aquel entonces, ha de haber sido tomada cerca de Vignola, a finales d invierno.
En sus dos primeros exámenes sacó 30 puntos de calificación sobre 30 posibles. Con la modestia que lo caracterizaba, se autonombró Carabina 30-30. Carreto se lo cambió a Rabadilla 30-30 y luego le quitamos, mañosos, los treintas, para dejar su apodo en Rabadilla. La verdad es que el paso por Módena volvió sraffiano a lo que era un marxista bastante dogmático.
Nos dijo que su hijo iba a visitarlo, y que pensaba rentar por un mes un chalecito en una playa de España, cerca de Valencia. A varios nos pidió prestado, con la promesa de que nos acogería allí si pensábamos visitarlo. Y cada uno le prestó cien dólares. Yo llegué pasada la mitad de ese mes, dispuesto a echarme unos días de relax, y resultó que el cabrón ya se había ido. Por cosas del destino, me encontré a Mársico en Alicante, cuando iba hacia el chalet inexistente. Allí decidimos irnos a Marruecos. Una experiencia con claroscuros que le debo indirectamente a Alfonso, quien era tan trácala que se transó hasta a Otello Bizzini. Y transarse a un mediatore de Piazza Grande son palabras mayores, pero Alfonso era un terrone messicano troppo simpatico (palabras de Otello; efectivamente Alfonso era guerrerense).
Al año siguiente, Vadillo decidió que mejor se iba al Instituto Gramsci, en Roma. Rentó un microdepartamento en el Trastevere y allí recalé más de una vez. Estaba en una planta baja y tenía un poster gigantesco de Gramsci, que se veía desde la calle; casi una gigantografía. Siempre fue muy buen anfitrión en mis visitas, y -un poco en contra de mis pretensiones de seriedad- más de una vez me obligó a participar en sus juegos ligadores de mentiras. Él era Alfonso Pemex, el gran heredero del petróleo y yo era hijo de Marlon Brando con una mexicana, en un affaire que tuvo el gran actor cuando vino a filmar Viva Zapata! Con las chavas se quejaba amargamente de que el gobierno le pagaba a su familia sólo 300 dólares al año por el uso de las pirámides en las que estaban enterrados sus antepasados. En otra ocasión, dijo que había llegado a Italia como premio al mejor de vendedor de plantillas para los pies, porque hizo un contratote con el sindicato de carteros.
Pero su ligue más duradero en Roma fue Pildorita, una mexicana simpática y tan fresa que hablaba italiano con acento de Jardines del Pedregal.
De regreso a México y a la Facultad de Economía, Vadillo aprovechó para poner un restaurante italiano en Coyoacán que haría historia: Los Geranios. Llegó a decirse que la izquierda chilanga se movía en un círculo en cuyo centro estaba el restaurante de Alfonso. Las veces que fuimos, nos dio descuento en la comida y nos disparó el primer vino. Y apantallaba a muchos al manejar una auténtica cinquecento.
A mi regreso de Sinaloa, gracias a él pude publicar unas críticas de cine en la revista Crítica Política y, por sus relaciones con el editor Martín Casillas, el opúsculo El FMI y su Relación con México que, con todo y que se ofertaba hasta en el súper, ha de haber vendido muy mal. Y él fue quien me recomendó para ser socio de uno de los primeros videoclubes de México: Tiempos Modernos.
En esos años, Vadillo publicó un libro de critica literaria y cultural bastante denso, cuyo título se me escapa. Mucho tiempo después se dedicó a coordinar libros sobre economía.
Como profesor universitario, el consenso entre sus alumnos era que Vadillo era un tipo que sabía mucho, pero que -además de ser muy exigente- era muy difícil de seguir. Por eso, a veces se quedaba con tan pocos estudiantes que le cancelaban el grupo. Ante esta situación, Alfonso asumía una posición cínica: "Soy el Profe 11-26, porque los días 10 y 25 hay demasiada cola para ir a cobrar el cheque".
Luego que dejé la Facultad lo vi poco. Cuando nos reuníamos, sobre todo a instancias de Carreto, o cuando llegaba de visita -cada vez menos- algún amigo de Italia, Alfonso seguía siendo un tipo simpático y hablador. Así lo recuerdo, aun de grande.
Hace poco más de un año, Carreto nos comentó que Vadillo tenía cáncer pulmonar. En Roma, en la primavera de 2023, nuestro amigo mutuo Claudio Francia me dijo que Alfonso le había comentado que estaba siguiendo un tratamiento alternativo que le había resultado bien. Le dio sobrevida, pero no toda.
Adiós, Rabadilla, Carabina 30-30, Scopatore Folle, Alfonso Pemex, Profe 11-26. Que te sea leve el viaje.
Y vuelvo a mirar la foto donde estoy con él, recargados ambos en el Mini-Minor. Alguna vez nuestros rostros se distinguían nítidamente. Ahora es una foto borrosa. Así pasa el tiempo. Así pasan las vidas.
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