A continuación, dos reflexiones sobre el proceso electoral de 2024, que -considero- son válidas para todos. Podría decirse que hacen un continuum con la Teoría del Partido Político Oportunista.
Chupando rueda (electoral)
En la terminología
política anglosajona existe un concepto muy útil para entender la lógica de las
elecciones. Le dicen “coattails”. Las coattails son las dos
largas piezas de tela que caen de los sacos formales antiguos. Y la referencia
es que algunos candidatos llegan a puestos de elección popular montados en esas
piezas de tela, jalados por quien porta el saco, que es un candidato
verdaderamente popular.
Para hacer una analogía menos decimonónica,
pensemos en una carrera ciclista. Un corredor va adelante, haciendo el esfuerzo;
detrás de él va otro, chupando rueda: es decir, aprovechándose de la menor
resistencia del viento y de que la bicicleta que va adelante se traga todo el aire
y genera una estela en su trasero.
A diferencia del ciclismo, donde quien va
adelante normalmente es un “gregario” que se sacrifica en favor del corredor
estrella que va atrás, en política electoral quien va adelante es el candidato
a la posición más alta, y jala votos para los demás aspirantes de su mismo
partido o coalición.
Ahora bien, la capacidad de un candidato para
jalar votos a favor de sus correligionarios no es siempre la misma, y ni
siquiera podemos decir que es generalizada. En el caso de elecciones presidenciales
mexicanas, tenemos ejemplos en uno y otro sentido. Vicente Fox sí tuvo coattails,
al grado que Santiago Creel casi le arrebata la jefatura de gobierno capitalino
a López Obrador. No hubo muchos que le pudieran chupar rueda a Felipe Calderón,
en la medida en que una parte de la votación del panista fue “voto útil” para
impedir el triunfo de AMLO y no se trasminó tanto a su partido. Tampoco se dio
el efecto de manera notable en las elecciones de 2012, tal vez porque Peña
Nieto, por las razones que fueren, era un candidato atractivo, pero su partido
ya cargaba con cierto estigma.
Cuando hubo un fenómeno enorme de coattails
fue en las elecciones de 2018, dada la gran popularidad en ese momento de López
Obrador. Tan estaba consciente de ello el candidato, que durante una parte
importante de su campaña insistió machaconamente en que sus simpatizantes
cruzaran todas las boletas por su movimiento.
Pero el efecto electoral de chupar rueda
no depende sólo del candidato que jala y que permite que los demás viajen en su
estela. También depende de qué tanto se dejan los otros candidatos arrastrar.
En el ejemplo ciclístico, depende de qué tanto se mueven en la parte trasera de
la bicicleta líder, de acuerdo con el comportamiento del viento. En el ejemplo
político, eso tiene qué ver más con el carisma propio, con las circunstancias
de la entidad o distrito en el que se compite, con las características de los
candidatos rivales.
Analizando los datos de las elecciones de
2018, podemos ver que, si bien Claudia Sheinbaum pudo montarse en los coattails
de AMLO, no fue particularmente exitosa: tuvo 579 mil votos menos que el
candidato presidencial en la capital. De hecho, los entonces candidatos al
Senado por Morena en CDMX, Martí Batres y Citlalli Hernández, siendo la suya
una elección donde contaron más los partidos que las personalidades, obtuvieron
226 mil votos más que Sheinbaum.
Eso significa, en principio, que por sí
sola, Claudia Sheinbaum no parece capaz de generar el suficiente rebufo como
para que los corredores de su equipo, que vienen atrás de ella, puedan
aprovecharse de que les corta el viento. Pero Sheinbaum cuenta con el apoyo
electoralmente valioso de Andrés Manuel López Obrador: en la medida en es vista
como su sucesora elegida, puede tomar prestada algo de su popularidad, aunque ésta
no sea la misma de hace seis años.
En el entendido de que ese préstamo de
popularidad funciona, la coalición que encabeza Morena ha hecho campaña
mostrando la cercanía -real o propagandística- de Sheinbaum con los distintos
candidatos. Ahí la vemos sonriente, posando para la foto junto con la aspirante
a la gubernatura o el candidato al senado. De igual modo (imaginemos un grupo
de ciclistas en fila), los candidatos a diputados, a alcaldías o municipios,
etcétera, van chupando rueda del que va delante de ellos. Si en algún lado de
la fila, alguien falla (es decir, es impopular por sí o comete un error
garrafal), se acaba la protección aerodinámica.
De la parte de la coalición Fuerza y
Corazón por México, no sabemos qué tanta capacidad tenga Xóchitl Gálvez para
jalar votos en las siguientes candidaturas. Y parece que no lo sabremos, porque
la candidata del Frente ha tenido que pasar la charola entre los partidos que
la apoyan, para mejorar el financiamiento de su campaña y está claro, al menos
por el gasto en publicidad, que los partidos han puesto más énfasis en las
candidaturas a gobernadores, jefe de gobierno, Congreso, alcaldías y
ayuntamientos, etcétera. (En todo caso, el precedente de la candidatura de
Gálvez al Senado por CDMX en 2018, nos dice que tuvo 263 mil votos más que el
candidato presidencial Ricardo Anaya, pero 116 mil votos menos que la candidata
a la jefatura de gobierno, Alejandra Barrales).
Y de parte de Movimiento Ciudadano, la
cosa parece clara. La candidatura de Samuel García, si no hubiera desbarrado (algo
que igual pudo suceder después) hubiera traído enormes beneficios al resto de
los candidatos naranjas, que hubieran chupado rueda a gusto. Con Máynez, que
podrá tener ideas, pero no ha enseñado nada de carisma, cada uno ha tenido que
hacer un esfuerzo doble, y pedalear con el viento en contra.
Veremos en el debate de este fin de semana
si alguien es capaz de mostrar la capacidad para generar sus propios coattails,
y permitir que los compañeros de aventura política chupen rueda a gusto.
¿El índice de abstencionismo decide la elección?
Qué relación hay entre tasa de participación electoral y resultados? ¿Es siempre la misma? ¿Se puede conocer con anticipación? ¿Sirve para marcar estrategias partidistas?Responder a estas preguntas es clave, no
sólo para darnos cuenta de qué cosas pueden pasar en la próxima cita electoral,
sino sobre todo para no poner todas las canicas analíticas en algo que no
necesariamente es seguro.
Empecemos por lo obvio. Sí hay una
relación entre tasa de participación electoral y resultados. Hay menos
abstencionismo cuando los ciudadanos perciben la elección como importante (por
eso hay más votos en las elecciones presidenciales que en las intermedias o las
locales, y muy pocos se asoman a las urnas en otros ejercicios). Y también hay
más gente que acude a votar cuando considera que una elección viene cerrada que
cuando ya hay ganadores cantados. El primer elemento -la importancia de la
elección- suele tener más peso que el segundo -el carácter más o menos
competitivo-.
Pero, aunque suele decirse que una mayor
participación siempre ayuda a las oposiciones, esto no siempre es cierto. La
elección con más alta tasa de participación en las últimas décadas fue la
presidencial de 1994, en la que el candidato del PRI, Ernesto Zedillo, obtuvo el
48.7% de la votación y votó 77% del padrón. El partido en el gobierno ganó con
una ventaja cómoda, si bien vio disminuido su porcentaje respecto a las
elecciones intermedias de 1991.
Puede decirse que, en 1994, tras la
irrupción del EZLN y el asesinato de Colosio, había en el electorado un sentido
de urgencia para refrendar el deseo mayoritario de estabilidad (o, si se quiere
leer en sentido negativo, el miedo a la inestabilidad). El ciudadano consideró
importante la elección, a pesar de que los números de las encuestas no la veían
cerrada.
Y si vemos la elección federal más o menos
reciente, con menor tasa de participación, fue la de 2003, cuando votó apenas
41% del padrón. En medio de la aparente calma chicha del sexenio de Vicente
Fox, cuando el PAN pedía el voto para tener la mayoría en la Cámara de
Diputados, sufrió una derrota dolorosa. El PRI, entonces aliado con el Verde,
se llevó 42% de los votos, frente a 31% del blanquiazul, y al PRD también le
fue bien, sobre todo por curules de mayoría en distritos. Una parte importante
de los electores que habían votado por Fox y su partido tres años antes
consideraron que las elecciones intermedias no eran relevantes. También PRI y
PRD cayeron en números absolutos, pero no como el PAN.
Si vemos la evolución de la participación
electoral en México, desde la creación del IFE, encontraremos tres momentos
tendenciales. Muy al alza en los años 90, a la baja en la primera década del
siglo XXI, y de nuevo al alza, aunque ligeramente, a partir de 2012. Esto puede
deberse, primero, al entusiasmo por tener al fin elecciones donde los votos se
contaban correctamente; después, a cierta desidia dentro una normalidad
democrática que no dio resultados sociales y, finalmente, a distintas pulsiones
de cambio.
La siguiente pregunta, si se puede conocer
con anticipación la relación entre tasa de participación y sentido de la
elección en 2024, la respuesta es que no… en principio. Hemos visto casos en
los que un alto abstencionismo beneficia a la oposición y otros (como el 2000) en
los que una tasa alta de votantes la ayuda. Lo único que podemos afirmar es que
la participación será mayor que hace tres años (cuando votó 53% del padrón, la
tasa más alta en elecciones intermedias desde 1997). Es casi imposible que sea
inferior.
Creo que, con los ejemplos de elecciones
pasadas, puede verse que la participación está ligada al sentido de urgencia
del electorado, que es lo que hace que los electores intermitentes (aquellos
que a veces votan) se decidan masivamente a salir a las urnas. Y puede verse
que este sentido es más importante que la percepción de nivel de competencia en
la elección.
¿Qué tan urgente piensan los simpatizantes
de la 4T que es necesario blindarla y “ponerle un segundo piso”? ¿Qué tan
urgente piensan los simpatizantes de la coalición opositora que es detener el
avance de Morena? ¿Qué tan urgente piensan los defensores de la tercera vía que
es demostrar que existe un camino diferente al de los partidos tradicionales, y
que es transitable?
Me parece que la diferencia en el sentido
de urgencia es lo que marcará la relación entre participación y sentido del
voto, mucho más que la sensación de que alguien va adelante y lleva ventaja de
equis número de puntos.
Podemos pensar en que cada bloque político
tratará de hacer dos cosas simultáneamente: propiciar la mayor participación entre
los grupos sociales afines y desestimularla entre quienes simpatizarían con los
rivales. Pero esa acción simultánea sucede bajo dos condiciones: una, que
entiendan que no está cantada la correlación entre participación/abstencionismo
y dirección del voto; dos, que entiendan que se tiene que trabajar en carriles
diferentes, según el público objetivo.
Traducción: si la coalición Fuerza y
Corazón por México cree que le basta para ganar con que haya una gran asistencia
ciudadana a las urnas, le puede pasar lo mismo que al PRD en 1994, que pensó
exactamente lo mismo, hubo gran participación, y le fue mal; si la coalición Sigamos
Haciendo Historia cree que va a desanimar al electorado opositor haciendo creer
que el arroz ya se coció, puede toparse, a nivel nacional, con lo que le
sucedió en la capital en 2021: que quienes dejaron de ir (“al fin ya ganamos”)
fueron sus simpatizantes.
Como reza la Teoría del Partido Político Oportunista:
“es prácticamente igual generar rechazo hacia las otras opciones, que agrado
hacia la propia” y “todo voto que pierde un partido y se va al abstencionismo
equivale a un voto ganado para los otros partidos”.
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