jueves, abril 18, 2024

Dos reflexiones preelectorales

A continuación, dos reflexiones sobre el proceso electoral de 2024, que -considero- son válidas para todos. Podría decirse que hacen un continuum con la Teoría del Partido Político Oportunista. 

Chupando rueda (electoral)

En la terminología política anglosajona existe un concepto muy útil para entender la lógica de las elecciones. Le dicen “coattails”. Las coattails son las dos largas piezas de tela que caen de los sacos formales antiguos. Y la referencia es que algunos candidatos llegan a puestos de elección popular montados en esas piezas de tela, jalados por quien porta el saco, que es un candidato verdaderamente popular.

Para hacer una analogía menos decimonónica, pensemos en una carrera ciclista. Un corredor va adelante, haciendo el esfuerzo; detrás de él va otro, chupando rueda: es decir, aprovechándose de la menor resistencia del viento y de que la bicicleta que va adelante se traga todo el aire y genera una estela en su trasero.

A diferencia del ciclismo, donde quien va adelante normalmente es un “gregario” que se sacrifica en favor del corredor estrella que va atrás, en política electoral quien va adelante es el candidato a la posición más alta, y jala votos para los demás aspirantes de su mismo partido o coalición.

Ahora bien, la capacidad de un candidato para jalar votos a favor de sus correligionarios no es siempre la misma, y ni siquiera podemos decir que es generalizada. En el caso de elecciones presidenciales mexicanas, tenemos ejemplos en uno y otro sentido. Vicente Fox sí tuvo coattails, al grado que Santiago Creel casi le arrebata la jefatura de gobierno capitalino a López Obrador. No hubo muchos que le pudieran chupar rueda a Felipe Calderón, en la medida en que una parte de la votación del panista fue “voto útil” para impedir el triunfo de AMLO y no se trasminó tanto a su partido. Tampoco se dio el efecto de manera notable en las elecciones de 2012, tal vez porque Peña Nieto, por las razones que fueren, era un candidato atractivo, pero su partido ya cargaba con cierto estigma.

Cuando hubo un fenómeno enorme de coattails fue en las elecciones de 2018, dada la gran popularidad en ese momento de López Obrador. Tan estaba consciente de ello el candidato, que durante una parte importante de su campaña insistió machaconamente en que sus simpatizantes cruzaran todas las boletas por su movimiento.

Pero el efecto electoral de chupar rueda no depende sólo del candidato que jala y que permite que los demás viajen en su estela. También depende de qué tanto se dejan los otros candidatos arrastrar. En el ejemplo ciclístico, depende de qué tanto se mueven en la parte trasera de la bicicleta líder, de acuerdo con el comportamiento del viento. En el ejemplo político, eso tiene qué ver más con el carisma propio, con las circunstancias de la entidad o distrito en el que se compite, con las características de los candidatos rivales.

Analizando los datos de las elecciones de 2018, podemos ver que, si bien Claudia Sheinbaum pudo montarse en los coattails de AMLO, no fue particularmente exitosa: tuvo 579 mil votos menos que el candidato presidencial en la capital. De hecho, los entonces candidatos al Senado por Morena en CDMX, Martí Batres y Citlalli Hernández, siendo la suya una elección donde contaron más los partidos que las personalidades, obtuvieron 226 mil votos más que Sheinbaum.

Eso significa, en principio, que por sí sola, Claudia Sheinbaum no parece capaz de generar el suficiente rebufo como para que los corredores de su equipo, que vienen atrás de ella, puedan aprovecharse de que les corta el viento. Pero Sheinbaum cuenta con el apoyo electoralmente valioso de Andrés Manuel López Obrador: en la medida en es vista como su sucesora elegida, puede tomar prestada algo de su popularidad, aunque ésta no sea la misma de hace seis años.

En el entendido de que ese préstamo de popularidad funciona, la coalición que encabeza Morena ha hecho campaña mostrando la cercanía -real o propagandística- de Sheinbaum con los distintos candidatos. Ahí la vemos sonriente, posando para la foto junto con la aspirante a la gubernatura o el candidato al senado. De igual modo (imaginemos un grupo de ciclistas en fila), los candidatos a diputados, a alcaldías o municipios, etcétera, van chupando rueda del que va delante de ellos. Si en algún lado de la fila, alguien falla (es decir, es impopular por sí o comete un error garrafal), se acaba la protección aerodinámica.

De la parte de la coalición Fuerza y Corazón por México, no sabemos qué tanta capacidad tenga Xóchitl Gálvez para jalar votos en las siguientes candidaturas. Y parece que no lo sabremos, porque la candidata del Frente ha tenido que pasar la charola entre los partidos que la apoyan, para mejorar el financiamiento de su campaña y está claro, al menos por el gasto en publicidad, que los partidos han puesto más énfasis en las candidaturas a gobernadores, jefe de gobierno, Congreso, alcaldías y ayuntamientos, etcétera. (En todo caso, el precedente de la candidatura de Gálvez al Senado por CDMX en 2018, nos dice que tuvo 263 mil votos más que el candidato presidencial Ricardo Anaya, pero 116 mil votos menos que la candidata a la jefatura de gobierno, Alejandra Barrales).

Y de parte de Movimiento Ciudadano, la cosa parece clara. La candidatura de Samuel García, si no hubiera desbarrado (algo que igual pudo suceder después) hubiera traído enormes beneficios al resto de los candidatos naranjas, que hubieran chupado rueda a gusto. Con Máynez, que podrá tener ideas, pero no ha enseñado nada de carisma, cada uno ha tenido que hacer un esfuerzo doble, y pedalear con el viento en contra.

Veremos en el debate de este fin de semana si alguien es capaz de mostrar la capacidad para generar sus propios coattails, y permitir que los compañeros de aventura política chupen rueda a gusto.


¿El índice de abstencionismo decide la elección?

Qué relación hay entre tasa de participación electoral y resultados? ¿Es siempre la misma? ¿Se puede conocer con anticipación? ¿Sirve para marcar estrategias partidistas?

Responder a estas preguntas es clave, no sólo para darnos cuenta de qué cosas pueden pasar en la próxima cita electoral, sino sobre todo para no poner todas las canicas analíticas en algo que no necesariamente es seguro.

Empecemos por lo obvio. Sí hay una relación entre tasa de participación electoral y resultados. Hay menos abstencionismo cuando los ciudadanos perciben la elección como importante (por eso hay más votos en las elecciones presidenciales que en las intermedias o las locales, y muy pocos se asoman a las urnas en otros ejercicios). Y también hay más gente que acude a votar cuando considera que una elección viene cerrada que cuando ya hay ganadores cantados. El primer elemento -la importancia de la elección- suele tener más peso que el segundo -el carácter más o menos competitivo-.

Pero, aunque suele decirse que una mayor participación siempre ayuda a las oposiciones, esto no siempre es cierto. La elección con más alta tasa de participación en las últimas décadas fue la presidencial de 1994, en la que el candidato del PRI, Ernesto Zedillo, obtuvo el 48.7% de la votación y votó 77% del padrón. El partido en el gobierno ganó con una ventaja cómoda, si bien vio disminuido su porcentaje respecto a las elecciones intermedias de 1991.

Puede decirse que, en 1994, tras la irrupción del EZLN y el asesinato de Colosio, había en el electorado un sentido de urgencia para refrendar el deseo mayoritario de estabilidad (o, si se quiere leer en sentido negativo, el miedo a la inestabilidad). El ciudadano consideró importante la elección, a pesar de que los números de las encuestas no la veían cerrada.

Y si vemos la elección federal más o menos reciente, con menor tasa de participación, fue la de 2003, cuando votó apenas 41% del padrón. En medio de la aparente calma chicha del sexenio de Vicente Fox, cuando el PAN pedía el voto para tener la mayoría en la Cámara de Diputados, sufrió una derrota dolorosa. El PRI, entonces aliado con el Verde, se llevó 42% de los votos, frente a 31% del blanquiazul, y al PRD también le fue bien, sobre todo por curules de mayoría en distritos. Una parte importante de los electores que habían votado por Fox y su partido tres años antes consideraron que las elecciones intermedias no eran relevantes. También PRI y PRD cayeron en números absolutos, pero no como el PAN.

Si vemos la evolución de la participación electoral en México, desde la creación del IFE, encontraremos tres momentos tendenciales. Muy al alza en los años 90, a la baja en la primera década del siglo XXI, y de nuevo al alza, aunque ligeramente, a partir de 2012. Esto puede deberse, primero, al entusiasmo por tener al fin elecciones donde los votos se contaban correctamente; después, a cierta desidia dentro una normalidad democrática que no dio resultados sociales y, finalmente, a distintas pulsiones de cambio.

La siguiente pregunta, si se puede conocer con anticipación la relación entre tasa de participación y sentido de la elección en 2024, la respuesta es que no… en principio. Hemos visto casos en los que un alto abstencionismo beneficia a la oposición y otros (como el 2000) en los que una tasa alta de votantes la ayuda. Lo único que podemos afirmar es que la participación será mayor que hace tres años (cuando votó 53% del padrón, la tasa más alta en elecciones intermedias desde 1997). Es casi imposible que sea inferior.

Creo que, con los ejemplos de elecciones pasadas, puede verse que la participación está ligada al sentido de urgencia del electorado, que es lo que hace que los electores intermitentes (aquellos que a veces votan) se decidan masivamente a salir a las urnas. Y puede verse que este sentido es más importante que la percepción de nivel de competencia en la elección.

¿Qué tan urgente piensan los simpatizantes de la 4T que es necesario blindarla y “ponerle un segundo piso”? ¿Qué tan urgente piensan los simpatizantes de la coalición opositora que es detener el avance de Morena? ¿Qué tan urgente piensan los defensores de la tercera vía que es demostrar que existe un camino diferente al de los partidos tradicionales, y que es transitable?

Me parece que la diferencia en el sentido de urgencia es lo que marcará la relación entre participación y sentido del voto, mucho más que la sensación de que alguien va adelante y lleva ventaja de equis número de puntos.

Podemos pensar en que cada bloque político tratará de hacer dos cosas simultáneamente: propiciar la mayor participación entre los grupos sociales afines y desestimularla entre quienes simpatizarían con los rivales. Pero esa acción simultánea sucede bajo dos condiciones: una, que entiendan que no está cantada la correlación entre participación/abstencionismo y dirección del voto; dos, que entiendan que se tiene que trabajar en carriles diferentes, según el público objetivo.

Traducción: si la coalición Fuerza y Corazón por México cree que le basta para ganar con que haya una gran asistencia ciudadana a las urnas, le puede pasar lo mismo que al PRD en 1994, que pensó exactamente lo mismo, hubo gran participación, y le fue mal; si la coalición Sigamos Haciendo Historia cree que va a desanimar al electorado opositor haciendo creer que el arroz ya se coció, puede toparse, a nivel nacional, con lo que le sucedió en la capital en 2021: que quienes dejaron de ir (“al fin ya ganamos”) fueron sus simpatizantes.

Como reza la Teoría del Partido Político Oportunista: “es prácticamente igual generar rechazo hacia las otras opciones, que agrado hacia la propia” y “todo voto que pierde un partido y se va al abstencionismo equivale a un voto ganado para los otros partidos”.     


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