Hay personas que superan prejuicios, rompen barreras y,
con ello, marcan una época, al tiempo que enseñan el camino hacia el futuro.
Una de ellas es Fanny Blankers-Koen, reconocida como la mejor atleta del siglo
XX, por la AAIF (World Athletics).
Fanny creció en una familia amante del deporte y a los
17 años se coronó campeona de Holanda en los 800 metros planos, una distancia
que fue olímpica para las mujeres en 1928, pero no volvería a serlo hasta 1960.
Un año más tarde, en Berlín 1936, Fanny Koen sería parte del relevo neerlandés
en el 4 x 100 y terminaría quinta en el salto de altura. Pocos años después
vendría la guerra.
Durante la Segunda Guerra Mundial, ocupados los Países
Bajos por los nazis, Fanny se casó con su entrenador Jan Blankers, y en 1941
tuvo un hijo. Se pensó entonces que su carrera deportiva había terminado: una
madre no podía seguir entrenando, tenía que dedicarse a su familia. Pero ella
mantuvo su rutina de ejercicios, a pesar de las dificilísimas condiciones,
sobre todo por la escasez de alimento. Terminado el conflicto bélico, volvió a
ser madre.
Durante la guerra, paradójicamente, las mujeres tuvieron
la oportunidad de entrar a empleos que antes estaban reservados para los
hombres, tanto en las fábricas como en las oficinas. Muchas se hicieron
independientes económicamente, y esto tuvo repercusiones en su autoestima… y en
la relación con los hombres. Al finalizar las hostilidades, y volver los
hombres del frente, reclamaron sus antiguos trabajos y posición. Era momento de
que las mujeres volvieran al hogar, a las “tareas propias de su sexo”.
En ese contexto se dan los Juegos Olímpicos de Londres
1948. Se suponía que la señora Blankers-Koen no competiría: era mamá de dos
niños, y debía atender a la familia. Pero ella iba a romper ese prejuicio.
Cuando se supo que la excampeona holandesa
participaría, la prensa se le lanzó encima. Recibió cartas del público
diciéndole que debería estar en casa con sus hijos y que no se le debía permitir
competir en calzoncillos cortos. Un periodista inglés escribió lo mismo, con el
agregado de que estaba demasiado vieja. Al llegar a Londres, ella lo señaló con
el dedo: “vas a ver”, le dijo. Otra parte de la prensa la bautizó como “El Ama
de Casa Voladora”, donde lo importante era el sustantivo, no el adjetivo.
Blankers-Koen intentó inscribirse en seis pruebas en
Londres, pero le permitieron hacerlo en un máximo de cuatro. Escogió la pista
sobre los saltos. Ganó el oro en los 100 metros planos, y obtuvo un segundo
metal dorado en los 80 con vallas, a pesar de un arranque lento y de que
derribó una valla. Ya estaba tensa emocionalmente cuando la final de los 200
metros y pensó en retirarse, pero su marido la convenció de no hacerlo. En
condiciones lodosas, Blankers-Koen ganó con la mayor diferencia de la historia
en esa especialidad. Para la última final, la tricampeona hizo sufrir a su
equipo porque llegó casi a la hora límite (había ido a comprar un impermeable).
Cerraba el relevo holandés en el 4 x 100: recibió la estafeta en cuarto lugar y
llegó en primero. Su cuarta medalla de oro de los Juegos. La primera mujer en
conseguirlo. Una mujer de 30 años, madre de dos niños y embarazada de un
tercero. Al regreso, su recibimiento en Amsterdam fue apoteósico.
Fanny Blankers-Koen llegó a competir en Helsinki 1952, pero sin obtener medalla. Otras mujeres empezaban a pasar por la puerta que ella abrió. Fanny lo hizo cubriéndose de gloria y rompiendo los prejuicios de edad y de género. La neerlandesa siguió compitiendo hasta los 37 años (cuando rompió el récord nacional en lanzamiento de bala) y luego se volvió entrenadora (otro hito). Murió a los 85 años, afectada por el alzheimer.
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