En mayo
de 1990 se llevó a cabo un congreso universitario en la UNAM. Ese congreso vino
años después del movimiento del CEU y como consecuencia del mismo. Hubo un
larguísimo proceso para organizarlo, con discusiones bizantinas acerca de la
composición de la comisión organizadora y toda la cosa. Tenía la importancia de
que la comunidad universitaria, representada de manera casi paritaria, iba a
discutir democráticamente sobre las debilidades y fortalezas de la UNAM y tal
vez, se pensó, podría sacarla de su marasmo, a falta de una reforma académica
de fondo.
Desde
fuera (porque yo ya prácticamente estaba fuera, aunque diera un par de clases
en Economía), se veía como algo que no tendría más consecuencias que la
existencia misma del congreso, que hablaba de una universidad menos polarizada
que cuando el movimiento del CEU., una universidad abiertamente dialongante.
Los universitarios iban a agitar la eterna placa de Petri y, si llegaban a
algún lado, este sería bastante etéreo.
Pero
para El Nacional renovado de Pepe Carreño, esa era una buena oportunidad
para entrar a un mercado que le había sido vedado, así que armamos una
estrategia mixta: por un lado, informativa; por el otro de distribución.
Toco primero
el tema de la distribución. Los puestos dentro del campus de CU estaban
dominados por un miembro de la Unión de Voceadores apodado El Tortas.
Casualmente, el hijo del Tortas jugaba en el mismo equipo de Pumitas de mi hijo
Raymundo. La oferta que le hicimos fue subir de 200 a mil el número de
ejemplares de El Nacional a distribuir en el campus, y él no le tenía
que dar comisión al expendio por los 800 de diferencia, que le pasaríamos
debajo del agua. La mayor parte de esos 800 se distribuirían en las sedes de
las once mesas de discusión que había en el congreso, antes de la plenaria.
El tema
informativo pasaba por la creación de un suplemento especial, UNAM-Congreso,
que coordinaría yo, y que tendría que tener un estilo fresco, para nada acartonado,
para dar cuenta a los universitarios de que El Nacional era ya
totalmente una cosa diferente que la que dictaban sus prejuicios (no tan
injustificados, dada la historia del diario).
Para
ello, armé un equipo casi totalmente ajeno a la estructura del diario. Además del reportero de la fuente universitaria (de nombre Octavio Raziel, y que tenía el pésimo
gusto de llamarme “Paquirri”) y de su eficaz asistente, la cobertura de las
mesas correspondió, por una parte, a varios de los muchachos del suplemento Post900
que habían mostrado muy buenas aptitudes: Julián Andrade, Néstor Ojeda, el Trosko
Arturo Ramos. Por la otra, a estudiantes conocidos de economía, de los que
recuerdo a Penélope Juliá y Mauricio López Velázquez. Alguno más, como Ciro
Murayama, contribuyó con algún artículo de opinión y, encima, tuvimos varias
cartas a la redacción. En la diagramación y diseño me traje a Arturo Parra, Parreishon,
que había mostrado sus capacidades en la sección Ciudad.
El
suplemento resultó bastante lúdico y fue muy exitoso. En el primer número, pusimos
fotos y perfiles cotorros de varios estudiantes delegados, de la extrema
izquierda, con el título “Los ultras que usted quería conocer”. Pusimos,
durante todo el congreso, pies de fotos juguetones. Y el día anterior a la
clausura, fotos de las delegadas más guapas (que salieron horribles, con el
CMYK desfasado, porque los de fotomecánica eran malhechotes a más no poder: las
bellezas tenían dos ojos en cyan y dos en magenta). Eso no obstó para que El
Nacional tuviera la más completa cobertura informativa del congreso, entre
todos los diarios del país. Se volvió lectura obligada.
Por
supuesto, no nos salvamos de algunas críticas. En el día que se publicó el número
1 del suplemento, me llamó indignado Gilberto Guevara, porque no estaba tomando
el congreso con la seriedad que ameritaba, le estaba dando protagonismo
indebido a los ultras, me estaba fijando más en las personas que en las tesis de
discusión, y un largo etcétera en el que, en realidad, me decía que iba yo
exactamente por el camino que quería recorrer. El otro tipo de crítica vino del
departamento de comunicación social de la UNAM: querían que diéramos más peso a
las versiones de Rectoría (y aliados); amablemente nos solicitaban ser más
institucionales y gubernamentales, porque -no lo decían abiertamente- al fin y
al cabo éramos el periódico oficial (pero no: nuestra pretensión era ser un
diario de Estado, no de gobierno).
En
resumen, me divertí mucho haciendo UNAM-Congreso, apoyado por Pepe Carreño y
por un equipo joven e inteligente. Visto con la lupa del tiempo, creo que el
director quedó bastante complacido con el resultado y que fue algo que ayudó a
que tuviera más confianza en mis capacidades periodísticas.
Por lo
que respecta a la distribución, ya después del congreso El Nacional
vendía más ejemplares en CU. El Tortas intentó mantener la parte de la
distribución debajo del agua del expendio, con 400 ejemplares extra, pero lo
cacharon, lo regañaron y lo amenazaron. Con trabajos logramos que la Unión de
Voceadores aceptara que él distribuyera 200 más, sobre la cuota pre-congreso, y
ellos llevándose la parte gorda de la comisión.
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