miércoles, marzo 09, 2022

Vigencia de Orwell

Una de las experiencias que marcaron con mayor profundidad a George Orwell, y que sería definitiva en su novela 1984, fue su participación en la Guerra Civil Española como parte de las Brigadas Internacionales que defendían a la República, plasmada en su libro Homenaje a Cataluña.

A lo largo de Homenaje a Cataluña, además de describir muy de cerca la desgracia de la guerra (liendres, ratas del tamaño de un gato, granadas mal hechas, el silbido de la muerte rozando la cabeza o anidando en la garganta), Orwell da cuenta de dos cosas: una es la violenta disputa entre facciones republicanas (las famosas jornadas de mayo de 1937); la otra, que nutriría de manera importante su producción posterior, el papel de la propaganda y de la mentira, y sus efectos en la psicología y en la política.

La guerra es, por supuesto, el mejor espacio para que se desarrolle la mentira. Y eso no es nuevo. La conocida frase “en la guerra, la primera víctima es la verdad” es atribuida a Esquilo. Orwell señala que “cosas como la libertad individual y una prensa verídica simplemente no son compatibles con la eficiencia militar”; pero al mismo tiempo, también porque Orwell afirmaba estar peleando por “la decencia elemental”, indica que “toda la propaganda de guerra, todo el griterío y las mentiras y el odio, viene invariablemente de gente que no está peleando”.

Hay varios momentos en los que Orwell da cuenta, no sólo de lo mentirosa, sino de lo absurda que puede ser la propaganda. Y más si es bélica. Son hasta graciosos, en medio de la tragedia. También, lo más interesante, de cómo esos absurdos pueden penetrar en la mente de personas aparentemente racionales, y permitirles tener dos creencias contradictorias de manera simultánea (la base del “doblepensamiento” en la que se funda el régimen totalitario de 1984).

De ahí, pasamos a otras dos cuestiones: una es que, para Orwell, el poder significa “romper en pedazos la mente humana y volverlos a juntar en formas nuevas a nuestra elección”; la otra, es que mediante la destrucción de las palabras (de su significado), al corromper el lenguaje, se puede hacer que el lenguaje corrompa el pensamiento, para llegar a la Ortodoxia… a no pensar”.

Cada guerra trae nuevos eufemismos, destinados a hacerla aceptable y a ocultar lo desagradable de un bando, mientras se exagera lo desagradable del otro. Así, por ejemplo, en la Guerra de Vietnam, aparecieron frases como “terrorismo antiaéreo”, “fuego amigo” y “daño colateral”, y los enemigos ya no eran asesinados, sino “neutralizados”. 

En la invasión rusa a Ucrania, hoy en día, leemos y escuchamos frases como “armas defensivas”, “desmilitarización y desnazificación”, “operación de protección”, “escenificaciones orquestadas de bajas civiles” porque “la población civil no corre peligro”. 

El enemigo, por supuesto, está abandonando sus posiciones en masa.

Debería ser obvio, a estas alturas, que todos los lectores deben estar prevenidos y tratar de informarse por varias fuentes, en busca, ya no de la certeza, sino del vislumbre de algo fidedigno.

Pero no se requiere estar en guerra caliente para usar el newspeak orwelliano. Basta con plantar en una parte de la población la idea de que se está en guerra ideológica contra los enemigos del pueblo para ir elaborando un nuevo diccionario, en el que se cambia a modo el significado de las palabras.

En México tenemos amplia experiencia, que viene de décadas atrás, y no ha habido gobierno en el último siglo que no haya jugado con el lenguaje, con eufemismos o de plano con mentiras, para adormecer conciencias. Pero hay que decir que ahora se está redoblando el paso.

Pensemos en la ubicuidad de los “conservadores”, en donde ahora caben los que antes eran “aliados valiosos de la democracia”. En el uso intensivo de “neoliberal”, convertido en adjetivo arrojadizo. En las muchas obras cuyos datos se guardan por “seguridad nacional”. En los muertos que existen o no existen dependiendo de bajo qué gobierno hayan muerto. Pensemos, incluso, en el uso del término “esperanza”, que juega de manera muy parecida a la letra de la canción que tararea despreocupadamente la mujer prole en la novela 1984. Y, ya sabemos, sólo encuentras esperanza siguiendo al Gran Hermano.

Lo novedoso, en los tiempos que vivimos, es que hay una cierta fascinación colectiva con el engaño. Una oscilación entre el miedo a ser engañados y la admiración hacia quienes engañan. No es casual que se hayan puesto de moda series y películas protagonizadas por defraudadores de diverso tipo.

También vivimos tiempos de adicción al clic. Y no falta, en río revuelto quien, en pos de una interacción en internet, falsea la información, a sabiendas de que el morbo y la frivolidad son características humanas, a las que ayuda a exacerbar. Es más fácil engañar a un frívolo. Resulta por lo menos sintomático que “el estafador de Tinder”, que fue evidenciado en un documental de Netflix no solamente esté libre, sino que prepare su propia película, que probablemente también será un éxito.

Con los nuevos medios de comunicación, los rumores (esas posverdades predigitales) que antes pasaban de boca a boca, ahora se multiplican de manera exponencial. La única respuesta positiva sería una multiplicación exponencial en la capacidad de la gente para procesar la información y distinguir la que tiene sustento de la que no la tiene. De ese tamaño es el reto.

Hay algunos aspirantes burdos a Gran Hermano, como Putin, a quien la propaganda se le está cayendo a pedazos de tan evidente (salvo para unos cuantos adocenados). Pero no son los únicos. Ni en esta guerra, ni a lo largo y ancho del mundo.

El remedio: revisar y cotejar fuentes, y buscar contexto analítico. Ni modo. Informarse bien no es tan fácil como parece.

No hay comentarios.: