Le decían La Divina. Eso podría bastar, pero no. Se sabe que todos los tiempos necesitan que alguien se les adelante. Suzanne Lenglen fue una de esas adelantadas capaces de romper muchos moldes. Ella lo hizo fundamentalmente por sus contribuciones al deporte femenino, que fueron varias.
Hija de
un industrial francés, desde pequeña gustó del tenis. Su padre colocaba
pañuelos en distintas posiciones de la cancha y ella atinaba a poner ahí la
pelota. Tras unos pocos torneos locales, debutó en el Abierto de Francia en
1914, cuando tenía sólo 15 años, y lo ganó, perdiendo sólo un set. También
obtuvo el triunfo en dobles, junto a la americana Elizabeth Ryan. Luego vendría
la I Guerra Mundial.
El tenis
competitivo no regresaría hasta 1919, y para entonces Lenglen mostraría no
solamente su dominio sobre el resto de las competidoras, sino también su
capacidad para innovar en la vestimenta de juego. Fue de las primeras flappers,
símbolo de “los fabulosos veintes”. Usaba una bandana, en vez del clásico
sombrero. Desechó el corset, la falda hasta los tobillos, a favor de un estilo
libre y simple, pero elegante, que sus compatriotas no dudaron en calificar de
chic. Sus prendas eran diseñadas por el modista Jean Patou. La alta moda
entraba al deporte. Era “la Pavlova del tenis”.
Los
resultados deportivos la avalaban. En 1919, Lenglen ganó el torneo de Wimbledon,
y se tomó una famosa copa de coñac a medio partido de la final. Al año
siguiente, no compitió en el abierto francés, pero repitió en Wimbledon,
llevándose también los dobles y los dobles mixtos. Estaba entonces preparada la
cita olímpica, en Amberes.
Difícilmente
se verá un torneo olímpico ganado con tanta facilidad por una tenista, como el
de Amberes 1920. Derrotó 6-0 y 6-0 a la belga Storms, repitió marcador con la
británica McNair, luego dispuso de dos suecas: 6-0, 6-0 a Stromberg y 6-0, 6-1
a Fick, en la semifinal. La final fue contra otra británica, Holman, que opuso
un poco más de resistencia. El resultado fue 6-3, 6-0. La prensa del Reino
Unido la odió, porque a la pregunta de quién ganaría el match, Lenglen siempre
respondía que ella. La francesa obtuvo también el oro en dobles mixtos, junto a
Max Decugis, pero se tuvo que conformar con el bronce en los dobles femeninos, con
su compañera Elizabeth d’Ayen.
Para
entonces Suzanne se había convertido en un ídolo nacional. La primera mujer
deportista en serlo. Ella se dejaba querer, era “La Gran Lenglen”. Y siguieron
las victorias a estadio repleto. Ganó Wimbledon y el Abierto Francés en 1921
(pero quedó segunda en el de Estados Unidos), repitió la hazaña europea (sin
viajar a América) en 1922 y 1923. Se esperaba que volviera a llevarse el oro en
los Juegos Olímpicos de París 1924, pero un ataque de asma durante el torneo de
Wimbledon la obligó a retirarse de aquel y guardar cama durante el olímpico.
La
seguidilla de triunfos que le dio fama de imbatible se prolongó hasta 1926,
cuando decidió hacerse profesional del tenis. La primera mujer en hacerlo. Se
organizó un tour en Estados Unidos, donde ella ganó todos los juegos. Al final
del año, había ganado más dinero que el mítico beisbolista Babe Ruth. Pero la
Federación Francesa de Tenis la expulsó: había perdido su calidad de amateur.
Lenglen replicó: “En mi vida he hecho ganar al tenis millones de francos y no
he ganado un centavo. ¿Debo embarcarme en otra carrera y dejar aquella para la
que soy genial?”.
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