Compitió
con un nombre que no era el suyo, bajo la bandera de una nación que no era la
suya. Logró derrotar a sus rivales y, sin embargo, en lo más alto del podio lo
asaltó lo que describió como “una sensación de vergüenza e indignación”. Su
nombre: Sohn-Kee Chung, pero corrió como Son Kitei. La prueba: el maratón de
los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936.
Pero
vayamos por partes. Sohn-Kee Chung nació en un pueblo de Corea del Norte, pero
su país estaba bajo la ocupación del Imperio de Japón. Los japoneses impusieron
su lengua y eso significaba para los coreanos que les usurpaban su nombre y su
identidad.
Desde
estudiante se destacó en las carreras de fondo. Ganó 9 de los primeros 12
maratones en los que participó (y nunca quedó más allá del tercer lugar), fue
seleccionado para los juegos de Berlín, bajo el nombre asignado por los
conquistadores. En la carrera, pronto se despegó el argentino Juan Zabala,
campeón olímpico en Los Ángeles, mientras lo perseguían Sohn-Kee y el británico
Ernie Harper; un poco más atrás, otro coreano que competía por Japón: Nam
Sung-Yong, inscrito como Shoryu Nan. Durante la persecución, Harper comentó que
el ritmo de Zabala lo iba a tronar. Así fue. El argentino fue superado y más
tarde abandonó. Pero, en una avenida cubierta de banderas nazis, el coreano se
alejó de manera inexorable en la ruta hacia la victoria. Harper quedaría
segundo y Nam, tercero.
En la
ceremonia de premiación, tanto Sohn-Kee como Na agacharon la cabeza a la hora
del izamiento de la bandera japonesa y del himno. El campeón logró tapar el
escudo de Japón con el arreglo floral que había recibido, cosa que no pudo
hacer el medallista de bronce. Ninguno de los dos asistió a la fiesta que la
delegación japonesa hizo en su honor y, por ello, Japón regresó al COI el casco
histórico de la batalla de Maratón con el que Sohn-Kee había sido premiado.
En
Corea, un diario nacionalista, el Dong-a
Ilbo, tuvo la osadía de editar las fotos de aquella competencia y aquel
podio histórico, borrando la bandera japonesa que traían los atletas en el
pecho. Fueron arrestados ocho periodistas y el periódico, clausurado por un
año. Ambos atletas fueron relegados al ostracismo. Luego vendría la guerra.
Tras la
derrota del Eje, Sohn-Kee se convirtió en entrenador de atletismo. En 1948 fue
abanderado de la primera delegación olímpica de Corea del Sur. Se le puede ver
por unos segundos, alegre, en la Villa Olímpica de Helsinki, en el film Olimpia
’52. Atrás de él, su bandera. En 1986 el COI entregó a Sohn-Kee el casco
corintio que los japoneses habían devuelto y que había estado medio siglo en un
museo berlinés. En 1988, a los 76 años, el maratonista fue el último relevo en
entrar con la antorcha al estadio olímpico de Seúl. En 1992 un pupilo suyo ganó
el maratón olímpico.
Lo que, sin embargo, no pudo llegar a ver fue la reivindicación más importante. En 2011, cuando llevaba nueve años de muerto, el Comité Olímpico por fin accedió a que en sus anales y registros oficiales, el campeón de la maratón de Berlín era él, Sohn-Kee Chung, y no un tal Son Kitei.
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