miércoles, marzo 18, 2020

Leyendas olímpìcas: Sohn-Kee Chung



Compitió con un nombre que no era el suyo, bajo la bandera de una nación que no era la suya. Logró derrotar a sus rivales y, sin embargo, en lo más alto del podio lo asaltó lo que describió como “una sensación de vergüenza e indignación”. Su nombre: Sohn-Kee Chung, pero corrió como Son Kitei. La prueba: el maratón de los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936.

Pero vayamos por partes. Sohn-Kee Chung nació en un pueblo de Corea del Norte, pero su país estaba bajo la ocupación del Imperio de Japón. Los japoneses impusieron su lengua y eso significaba para los coreanos que les usurpaban su nombre y su identidad.

Desde estudiante se destacó en las carreras de fondo. Ganó 9 de los primeros 12 maratones en los que participó (y nunca quedó más allá del tercer lugar), fue seleccionado para los juegos de Berlín, bajo el nombre asignado por los conquistadores. En la carrera, pronto se despegó el argentino Juan Zabala, campeón olímpico en Los Ángeles, mientras lo perseguían Sohn-Kee y el británico Ernie Harper; un poco más atrás, otro coreano que competía por Japón: Nam Sung-Yong, inscrito como Shoryu Nan. Durante la persecución, Harper comentó que el ritmo de Zabala lo iba a tronar. Así fue. El argentino fue superado y más tarde abandonó. Pero, en una avenida cubierta de banderas nazis, el coreano se alejó de manera inexorable en la ruta hacia la victoria. Harper quedaría segundo y Nam, tercero.

En la ceremonia de premiación, tanto Sohn-Kee como Na agacharon la cabeza a la hora del izamiento de la bandera japonesa y del himno. El campeón logró tapar el escudo de Japón con el arreglo floral que había recibido, cosa que no pudo hacer el medallista de bronce. Ninguno de los dos asistió a la fiesta que la delegación japonesa hizo en su honor y, por ello, Japón regresó al COI el casco histórico de la batalla de Maratón con el que Sohn-Kee había sido premiado.

En Corea, un diario nacionalista, el Dong-a Ilbo, tuvo la osadía de editar las fotos de aquella competencia y aquel podio histórico, borrando la bandera japonesa que traían los atletas en el pecho. Fueron arrestados ocho periodistas y el periódico, clausurado por un año. Ambos atletas fueron relegados al ostracismo. Luego vendría la guerra.

Tras la derrota del Eje, Sohn-Kee se convirtió en entrenador de atletismo. En 1948 fue abanderado de la primera delegación olímpica de Corea del Sur. Se le puede ver por unos segundos, alegre, en la Villa Olímpica de Helsinki, en el film Olimpia ’52. Atrás de él, su bandera. En 1986 el COI entregó a Sohn-Kee el casco corintio que los japoneses habían devuelto y que había estado medio siglo en un museo berlinés. En 1988, a los 76 años, el maratonista fue el último relevo en entrar con la antorcha al estadio olímpico de Seúl. En 1992 un pupilo suyo ganó el maratón olímpico.

Lo que, sin embargo, no pudo llegar a ver fue la reivindicación más importante. En 2011, cuando llevaba nueve años de muerto, el Comité Olímpico por fin accedió a que en sus anales y registros oficiales, el campeón de la maratón de Berlín era él, Sohn-Kee Chung, y no un tal Son Kitei. 

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