En la campaña presidencial de 1988 ocurrió algo que se ha
perdido. Hubo un real debate de ideas y proyectos de los candidatos, y eran
claras las diferencias.
Manuel Clouthier fue el primer candidato panista de abierta
ideología pro-empresarial y en contra del “estatismo”, a partir de que la gente
debería hacer “lo que se le pegue la gana”. Abandonaba parcialmente el discurso
educativo y moralizante del PAN histórico, y se concentraba en asuntos como el
desmantelamiento del Estado y de la burocracia. Con el tiempo, y por su muerte
prematura, Maquío suele ser
presentado como un adalid de la democracia. Era un adalid de las libertades
individuales y del libre mercado, y lo expresó perfectamente en la campaña.
Cuauhtémoc Cárdenas estaba claramente en el otro polo, y su
discurso, más que de recuperación del papel histórico del Estado mexicano, se
centraba en tres temas: la soberanía nacional en todos los ámbitos, empezando
por no seguir los dictados del FMI y de los acreedores internacionales
(recordemos que la deuda externa colgaba como espada de Damocles en toda
decisión pública), la recuperación de los salarios reales de los trabajadores y
la implantación de una democracia verdadera en México. Sin ir muy a fondo,
apoyado –como dijera Muñoz Ledo- en el hecho de que su nombre y su apellido
encarnaban su proyecto, Cuauhtémoc hizo una campaña con largos recorridos a lo
largo y ancho del país.
Carlos Salinas de Gortari hizo una campaña cerebral. Iba
desglosando tema por tema de una agenda muy ambiciosa. Un día hablaba del
problema del agua; otro, de la infraestructura y así. Un espectador atento
podía ver cómo iba tejiendo el hilo de un programa de gobierno que,
simultáneamente, continuaba y corregía lo hecho por Miguel de la Madrid.
Aunque yo simpatizaba claramente con Cárdenas, me sorprendió
lo estructurado del proyecto de Salinas. Algunas cosas, como su intención de
profundizar las privatizaciones, me preocuparon, pero muchas otras me infundieron
cierta tranquilidad: en su gobierno no habría una repetición de los grandes
fallos sociales que tuvo De la Madrid.
Escribí en La Jornada dos artículos sobre el proyecto
económico que presentaba Salinas de Gortari en su campaña. Se titularon “Salinas:
La prioridad inflacionaria (y algo más)”, del 24 de mayo de 1988, y “Salinas:
Estado y mercado (y algo más)", del 31 de mayo.
Transcribo el primer texto desde su segundo párrafo:
“La primera prioridad
explícita (el “primer compromiso”) es la erradicación de la inflación, a
sabiendas de que ésta distorsiona expectativa, concentra el ingreso y favorece
la especulación de todo tipo. Sólo con una inflación considerablemente menor a
la actual, México puede pensar en crecer sobre bases sólidas, revertir la caída
de los salarios reales y recuperar la dinámica en la creación de empleos.
“Una inflación baja es requisito previo para el crecimiento
y para la distribución del ingreso cuando un país no aprende a indizarse, Y ese
ha sido el caso de México en los últimos años. La indización funciona cuando
las empresas, el gobierno y los trabajadores organizados consideran como
satisfactoria la proporcio que les toca del ingreso nacional: funciona creando
consenso alrededor de la idea de crecimiento económico como sucedáneo de la
distribución del ingreso. Cuando, como en el caso de México, el Estado se
encuentra en una crisis fiscal-presupuestal, hay un fuerte drenaje de recursos
hacia el exterior por la vía del servicio de la deuda y los empresarios quieren
aumentar sus márgenes de ganancia, una indización neutra tiene enormes
dificultades para enraizarse. El soñado equilibrio de los precios relativos no
se logra, al menos en este país, por la vía de aumentos generalizados en los
precios absolutos, ya que una inflación tan alta no juega el papel de aceite
del crecimiento, sino el de corrosivo social.
“Todo parece indicar que la apuesta antinflacionaria de
Salinas de Gortari pasa por una reedición (corregida, tal vez) de los métodos
utilizados en el Pacto de Solidaridad Económica. Esto implica, en términos de
crecimiento del producto y de inversión, un inicio lento, un ritmo “modrado
para que pueda sustentarse”. Esta moderación también tocaría a la recuperación
gradual del salario real: sería lenta, al principio, a pesar de que su caída
llegó a ser vertiginosa en el actual sexenio.
“La meta explícita del abatimiento inflacionario es la de
llegar a un nivel semejante al de países desarrollados: 5 por ciento anual. No
es imposible llegar ahí; es incluso altmente deseable. Pero también hay que
tomar en cuenta que, más allá de las inercias, existen muchísimos cuellos de
botella y no pocos roces sociales (todavía no se decreta una tregua duradera en
la disputa por la distribución funcional del ingreso) que pueden retrasar la
obtención del objetivo. Surge, entonces, el peligro de una estrategia
antinflacionario “hasta el final”, al estilo de la que se ha practicado en
Chile en los años ochenta.
“De ahí que cobre singular importancia que Salinas e Gortari
haya subrayado la necesidad de no confundir los instrumentos de política
económica con los fines de la nación, que son los que establece la Constitución
de 1917, y el que también haya señalado que una base sólida es un medio, no el
fin para el desarrollo nacional.
“En la medida en que la fortaleza de la nación y el
bienestar de los mexicanos de carne y hueso se ponga en primer lugar, podremos
pensar en un Estado capaz de concitar acuerdos sociales en la acción económica
sin debilidar su papel constitucional e histórico.
“Si en muchos puntos del discurso de Salinas de Gortari
pueden observarse líneas de continuidad con la política que siguió la actual
administración a lo largo de su mandato, esta distinción entre medios y
finalidades constituye, al menos en el proyecto, una alentadora diferencia (al
tiempo que hace más complejo el reto para el futuro próximo).
En el segundo texto, concluía: “Todo proyecto tiene algo de
utopía. Y la realidad de México es tan complicada que incluso la utopía de
centro que propone Salinas de Gortari requiere de una política de reformas
radicales para salir adelante”.
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