A veces es sano dejar de hablar de la coyuntura
política, y centrarse en una buena noticia. El Senado de la República decidió
otorgar la medalla Belisario Domínguez a la bióloga Julia Carabias Lillo, investigadora
mexicana comprometida con la ciencia, el desarrollo sustentable y el
mejoramiento de las condiciones de vida de los mexicanos. Al hacerlo, honra al
premio mismo.
Bióloga por la UNAM, Carabias fue miembro del
Consejo Universitario, cofundadora y miembro del Comité Nacional del Movimiento
de Acción Popular (MAP), presidente del Instituto Nacional de Ecología, titular
de la SEMARNAP y es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Recibió,
entre otros, el Premio Getty en 2001, el Premio Cosmos en 2004, el de Campeones
de la Tierra (ONU) en 2005, y el Premio Alexander Von Humboldt en 2011. Es
vicepresidenta del Centro Interdisciplinario de Biodiversidad y Ambiente,
profesora de la Facultad de Ciencias de la UNAM y participa en el órgano
científico técnico del Convenio de Diversidad Biológica de la ONU.
Más allá del currículum, Julia siempre se ha
destacado por un compromiso esencial: luchar para que la gente pueda elegir una
mejor forma de vida, por un México y un mundo justos e incluyentes, en los que
no haya tanta desigualdad y pobreza. En ese sentido, su vida entera ha sido de
congruencia.
Actualmente se le conoce por sus esfuerzos por
salvaguardar los ecosistemas de la selva lacandona, en especial la Reserva Integral
de la Biósfera Montes Azules, adonde vive buena parte del tiempo –siempre le
han atraído las selvas-, pero su trayectoria habla de mucho más. Su paso por la
Secretaría de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca se distinguió por
haber creado un parteaguas en la manera cómo se abordan los problemas
relacionados con el ambiente. La clave de ello es su capacidad para tomar
decisiones informadas, hechas con base en la ciencia y no en una ocurrencia
política. Por ejemplo, fue ella quien subrayó las inconsistencias del primer
“Hoy No Circula”, para acercarlo a su diseño actual, y atacó también otros
factores contaminantes de las ciudades mexicanas.
Siempre ha sido una mujer interesada y activa en la
política, porque entiende su importancia para transformar las cosas, y porque
la concibe de manera ética. En ese sentido, nunca fue una funcionaria cómoda:
nada más alejado de su concepción que las campañas huecas en el tema ambiental,
de la mercadotecnia verde disfrazada que hoy nos inunda, y que ayuda a
banalizar un tema toral para el futuro del país.
Carabias entiende que todo intento por generar un
desarrollo sustentable topa con intereses político-económicos, a veces muy
fuertes –de hecho, por eso fue secuestrada en 2014 por un grupo que defendía el
cambio de uso de suelo que destruye la Lacandona– y que, a menudo, esos
intereses lucran con la pobreza y la ignorancia de la gente. Así fue,
claramente, en el caso de quienes quieren deforestar para introducir
actividades agrícolas que no durarán, por la rápida erosión. Y lo es también
entre quienes pretenden sobreexplotar las pesquerías o los acuíferos, o quienes
permiten que la minería deshaga ecosistemas que darían sustento a mucha mayor
población.
En otras palabras, Julia Carabias es una luchadora
social sin demagogia. Una persona de carácter fuerte que no acomoda su
pensamiento a las causas políticas. Es, por ello, alguien difícil de convencer
para quien no tiene argumentos basados en los hechos. Y es alguien que tiene
muy claro que la lógica de maximización de las ganancias, que domina en
nuestras sociedades, no sirve para mejorar nuestra vida, y complica la de las
próximas generaciones.
Carabias ha señalado que “México cuenta con el
capital natural y social suficiente para lograr una buena calidad de vida para
su población, pero si se mantienen las actuales tendencias que degradan la
naturaleza, las posibilidades de atender el bienestar social van a disminuir”.
Y es que nadie quiere asumir los costos políticos, reales o supuestos, de
llevar a cabo acciones de mediano y largo plazo.
La gestión de los recursos hídricos, del suelo, de
la biodiversidad no son temas meramente técnicos: están imbricados con
problemas sociales, económicos y culturales, que los convierten en temas
políticos. El problema, que Carabias ha subrayado una y otra vez a lo largo de
su carrera, es que la política cortoplacista y la corrupción evitan una gestión
racional y razonable. Es una política que empobrece los recursos naturales y
las oportunidades de las próximas generaciones.
Ahora que inician las campañas políticas, temas como
la inseguridad, la corrupción y la economía seguramente dominarán el panorama, pero
bien harían partidos y candidatos en poner más atención al tema de la
sustentabilidad del desarrollo, y dejar atrás los típicos fetiches del
crecimiento. Es deseable un debate serio y a fondo sobre estos temas.
Desgraciadamente, es difícil que lo haya. No hay
voluntad para entrarle a un tema que obliga a pensar en la distribución
geográfica de la población, en el control efectivo de los recursos, en la
relación transversal entre instituciones públicas. Es más fácil llenarse la
boca de compromisos genéricos y suponer que la ecología es algo así como la
defensa de las plantas y los animales, al cabo que hay una ignorancia generalizada
sobre el tema.
Ojalá que el reconocimiento a Julia Carabias se traduzca,
en correspondencia, en el reconocimiento de que el asunto del crecimiento
sustentable es de vital importancia para el futuro del país. Que es un camino
para superar la pobreza y la desigualdad. Y que, por lo tanto, es el cuarto
gran tema de la agenda nacional.