La campaña presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas –que tuvo
como vehículos al PARM, el PPS y el PFCRN- estaba destinada a cambiar el rostro
de la izquierda en México. Concitaba al mismo tiempo esperanzas y suspicacias.
Esperanzas, porque era evidente que, a diferencia de los partidos socialistas
que habíamos formado, el frente aglutinado por Cuauhtémoc era capaz de concitar
mucho mayor apoyo popular que el que nosotros hubiéramos sido capaces de
lograr. Suspicacias, porque el recentísimo pasado priísta del grupo disidente
que encabezó el Frente Democrático Nacional impedía que su horizonte fuera más
allá de la recuperación del mítico legado de Lázaro Cárdenas, el papá del
candidato. Cada quien, en la izquierda en la que militaba tenía una mezcla
diferente de esperanzas y suspicacias. Dentro de los cuates que habíamos sido
del MAP yo era de los esperanzados, entre otras cosas porque la candidatura de
Heberto Castillo me generaba muchísimas suspicacias.
En algún momento, al principio de las campañas, pugné porque
nos acercáramos a Cárdenas, antes de que fuera demasiado tarde. Otros que,
según mis recuerdos, estaban en posiciones similares, eran Fallo Cordera y
Arturo Whaley –cuyo caso me parecía obvio, por la historia del SUTIN y por las
relaciones que tuvo ese sindicato con organizaciones priistas-.
Hubo algunas reuniones de un grupo pequeño en casa de
Arnaldo Córdova en Tlalpan –es inolvidable, para aquellos que la hayan
visitado, la enorme y ordenada biblioteca, en la me sorprendió la gran cantidad
de textos sobre derecho-, en las que discutimos las posibilidades. Recuerdo que
a ellas asistieron Fallo Cordera, Whaley, el Tuti Pereyra y no sé quién más. Sé que hubo otras reuniones de petit comité de otros grupos de compañeros
mapaches.
En alguna ocasión, Arnaldo, al enterarse que yo no me había
afiliado al PMS, calificó, molesto, mi participación en las discusiones de
“irregular”, pero Fallo argumentó a mi favor y realizó la difícil tarea de
convencer a Arnaldo Córdova de que había exagerado. Whaley insistía en que
había que movernos por encima del partido y quien más se negaba a eso, por
temor a los genes antidemocráticos del PRI, era Pereyra: “Toda mi vida estaré
en el PMS”, dijo. Yo no tenía idea de que lo que decía era literal.
A lo más que llegaron esas discusiones es a que algunos de
nosotros –Raúl Trejo, Fallo Cordera, Arturo Whaley y yo- fuéramos a visitar a
Porfirio Muñoz Ledo a su casa (otra bibliotecota) en plan de sondeo. Nos
bebimos dos botellas de whiskey y me quedé con la impresión de que Porfirio nos
dio el avión.
El hecho era que, mientras Salinas realizaba una campaña
ordenada, de ideas y proyectos, pero con el lastre de la herencia económica que
dejaba el gobierno de Miguel De la Madrid, Cárdenas recorría el país atrayendo
multitudes cada vez mayores y cada vez más convencidas de participar en esas
elecciones. Mientras tanto, la campaña de Heberto no levantaba. De entrada
porque hacía cosas contraproducentes, pero muy propias de su visión, como
encabezar una toma de tierras agrícolas en Veracruz, y otra, de predios
urbanos, en Ecatepec. Los campamentos fueron bautizados con los bonitos e
ingenieriles nombres de PMS-1 y PMS-2, y luego fueron desalojados
violentamente.
Mi amigo Eduardo González era el coordinador de la campaña
de Heberto y a veces nos encontrábamos en la Facultad de Economía. Cada vez lo
veía más preocupado. Me confesó –él, que había todo el tiempo acariciado la
idea del Partido Pensante- que a final de cuentas Heberto hacía lo que se le
pegaba la gana. Me quedaba claro que el resultado de todo aquello iba a ser, en
la mejor de las circunstancias, un PMS muy debilitado y descompuesto tras las
elecciones.
Un día fui invitado, junto con otros periodistas, a un
desayuno con Cuauhtémoc Cárdenas. Fue en El Taquito, atrás de Palacio Nacional.
Cuauhtémoc se prodigó en generalidades. Alguien le preguntó si pensaba que
cabía en los zapatos de Lázaro Cárdenas, y Cuauhtémoc, honesto, le contestó que
no. Pero había sido tan vago su discurso que, a la salida, un caricaturista de Excelsior comentó en voz alta: “el
problema es que también le quedan grandes los zapatos de Cuauhtémoc Cárdenas”.
Era cierto. Cuando a Porfirio Muñoz Ledo le preguntamos acerca del programa del
FDN, respondió, y evadió, con una figura retórica: “está en el nombre:
Cuauhtémoc. Cárdenas”.
La gente del MAP en pleno se reunió algunas veces para
comentar la coyuntura. A veces eso se disfrazó de discusiones conceptuales. No
había manera de generar consensos. Discutíamos –me recuerda Trejo- sobre
distintas formas de partido, alianzas en la democracia, reforma del Estado. En
medio de eso, varios señalaban la incertidumbre que les generaba estar en el
PMS.
No eran pocas las diferencias. Algunos simpatizábamos con
Cárdenas; otros insistían en la importancia del partido por encima de la
coyuntura (es decir, se resignaban a Heberto); otros más se movían hacia la
órbita de Salinas de Gortari.
Resultó particularmente significativo que, luego de que el
candidato priista fuera agredido por simpatizantes de Cárdenas en La Laguna
(donde se idolatraba al Tata Lázaro),
decidiera refugiarse y pasar la noche entre amigos en el ejido de Batopilas,
con nuestro compañero Hugo Andrés Araujo. Resulta que ambos –CSG y Hugo Andrés-
habían fundado ese ejido, más de una década atrás, cuando Salinas era cercano a
los maoístas.
A la postre, la combinación de la persistencia de afinidades
políticas entre nosotros con diferencias sensibles en la coyuntura, llevaría al
grupo a la determinación de crear una instancia que nos mantuviera en cierta
forma aglutinados y nos sirviera para la discusión permanente. Esa fue el
Instituto de Estudios para la Transición Democrática.
Este tipo de debates se reprodujeron, en aquel entonces, en
otras organizaciones. El Efecto Cárdenas había tocado un punto nodal en las
contradicciones de la izquierda mexicana: que casi todos teníamos algo de
nacionalismo revolucionario en nuestras venas ideológicas. Y que, sin embargo, también
éramos antipriístas.
1 comentario:
Estimado Paco: interesantes reflexiones biográficas, que ilustran la vida política en México en ese momento tan importante, un abrazo
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