En la primavera de 1988 me invitaron, de parte del Centro de
Estudios Prospectivos de la Fundación Javier Barros Sierra, a un foro de “expertos”,
que analizaríamos asuntos de política y de economía con una visión de futuro,
rumbo al lejano 2010.
Cuando llegué a la reunión me encontré que había muchísimos
pesos pesados, de todas las corrientes ideológicas. Había priistas, liberales,
grandes empresarios e izquierdistas de todo tipo. Para dar una idea del grupo,
baste decir que a mi lado estaba mi amigo Pepe Woldenberg, en la banca detrás
de mí estaba Carlos Slim, y junto a Slim estaba Roberto Servitje.
Nos hicieron llenar un largo y divertido cuestionario, en el
que se presentaban diferentes sucesos posibles (el crecimiento del PDM, una recesión
mundial, una explosión en la central nuclear de Laguna Verde, etcétera), y
teníamos que decir qué tan factible era el evento, qué tan deseable y cuándo
sucedería, si es que pudiera suceder.
Lo siguiente fue que cada uno pronosticara lo que iba a
suceder en México y en el mundo en los siguientes 22 años, en temas políticos,
económicos y sociales. Una tarea nada fácil, porque había que hacer acopio de
imaginación.
Al final, hubo una discusión colectiva sobre el futuro del
país.
Me acuerdo de la pregunta del Partido Demócrata Mexicano
porque supuse que iba a crecer rumbo al año 2000; también de que predije una
recesión en los primeros años del siglo XXI y que fui de los pocos que creía
casi imposible un accidente en Laguna Verde (habrá sido por mi confianza en los
compañeros nucleares).
La parte difícil fue hacer la historia del México futuro,
porque era obvio que habría varios caminos posibles, y no era sencillo
adivinar. Dije, como casi todos, que en el próximo sexenio habría una exitosa
renegociación de la deuda, pero en términos generales me fui por el camino
lineal. El PRI perdía la mayoría absoluta en las presidenciales de 1994; para
el 2000 ya no tenía el control de las cámaras y en 2006 las elecciones se iban
a tercios. También dije que los sindicatos iban a perder mucha de su fuerza. Suponía
que el bloque soviético se iba a integrar económicamente a Europa –las enseñanzas
del maestro Parboni-, pero no me imaginaba que iba a desaparecer. No me imaginé
ni el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, ni la rapidez con que se
movería la globalización, ni la explosión del crimen organizado en México, ni
muchas otras cosas.
Y lo más interesante fue la discusión. En ella, la
intervención memorable fue la de Adolfo Gilly. Dijo que era muy complicado
hacer el pronóstico del México futuro porque la tendencia natural de uno es
pensar linealmente. Y que tal vez éramos como un hipotético grupo de expertos
en 1910, que hacíamos prospectiva sin darnos cuenta de que el punto de ruptura
estaba a la vuelta de la esquina. De ahí pasamos a platicar acerca de las
posibilidades de Cuauhtémoc Cárdenas, y Gilly decía, muy seguro, que superaría
el 25 por ciento de los votos. A la mayoría de los asistentes ese porcentaje
les pareció excesivo e increíble. Yo, que era de los optimistas respecto a
Cárdenas y al futuro de la izquierda, en ese momento suponía algo así como 15
por ciento.
Adolfo Gilly tal vez exageraba, pero en el fondo era quien
tenía la razón. El momento que vivíamos era de un cambio más profundo del que
imaginábamos.
Tiempo después, los coordinadores del foro me enviaron un
documento con los resultados de nuestras respuestas al largo cuestionario
(éramos el tercer grupo de tres que se habían reunido) y, más tarde, un libro, redactado
después de las elecciones de 1988, que se llama México hacia el año 2010: política interna, editado por Limusa
(Dolores Ponce y Antonio Alonso, coordinadores).
De la revisión del cuestionario me impresionaron dos cosas.
La sensación de que el PRI y el poder presidencial siempre estarían ahí,
incólumes, por el paso de las décadas, y lo perdidos que estábamos respecto a
muchas cosas. El grupo de expertos consideró más probable una explosión en
Laguna Verde que la aparición de un grupo guerrillero en el sur de México (y,
según mis cuentas, algunos de los que en 1988 lo consideraban indeseable,
saludaron seis años después la irrupción del EZLN); consideró más posible una
pérdida notable en el grado de seguridad alimentaria del país que un aumento
sostenido de la inversión extranjera directa; que no imaginó un incremento de
poder del Congreso o de los gobernadores (es decir, que los imaginó muy bajos).
El libro presenta varios escenarios posibles. Sólo en uno de
ellos el PRI pierde el poder presidencial, pero lo recupera mediante la fuerza,
no a través de las urnas. En ninguno se prevé una integración comercial como la
que hubo; en tres de ellos –salvo el del golpe- el PRI se democratiza de
verdad; en todos subsiste el bloque soviético, que no duraría ni dos años. Y
sus preocupaciones son en realidad de coyuntura: la obsesión con la deuda externa,
la fuerza relativa de los sectores del PRI, el tamaño del sector público en la
economía.
Éramos unos expertos extraviados. Me pregunto qué sucedería hoy en un foro
similar.
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