Ahora que ha muerto Umberto Eco muchos lo recuerdan
como novelista; otros, como semiólogo y analista de medios; unos cuantos como
ensayista sobre literatura y estética, como filósofo o como experto
medievalista. Aquí quisiera rescatar a Umberto Eco periodista, al hombre que
escribió columnas de opinión (cultural, política, de costumbres) desde 1959
hasta 2016 (su última colaboración está fechada al 27 de enero).
Eco subrayaba una diferencia capital entre los
intelectuales europeos (y latinoamericanos) con los estadunidenses. Mientras
que la mayor parte de estos últimos transcurren su vida y desarrollan sus
intereses pegados a la academia, los otros suelen sumergirse en la vida
política y social de sus naciones. El resultado, a menudo, es que dan el salto
al periodismo –o, al menos, intentan darlo.
Las primeras columnas de Eco fueron en la revista Il Verri, después aparecieron en el
semanario L’Espresso y en el diario La Repubblica. De ellas, han salido
varios libros (es conocido en México su Diario
Mínimo) y han quedado decenas de textos listos para una o varias
antologías.
De los diarios mínimos –hay dos tomos- hay varios
pequeños ensayos que trascienden. El más famoso es “Fenomenología de Mike Buongiorno”
(Buongiorno era una suerte de Raúl Velasco italiano), en donde explica las
ventajas de la mediocridad televisiva: Buongiorno es un personaje tan plano que
al público no le cuesta trabajo identificarse con él, pero no sólo eso: puede
tranquilamente sentirse superior. En ese sentido, la televisión juega un papel
de reafirmación: entretiene sin crear complejos de inferioridad.
“Elogio de Franti”, contextualiza al pequeño villano
de Corazón, Diario de un Niño y, al
hacerlo, mete en crisis a toda la concepción moral decimonónica detrás de la
obra de D’Amicis. En “Carta a mi hijo”, Eco defiende los juguetes bélicos,
afirmando que lo que importa es darles sentido, peleando del lado de los buenos
(que nunca lo son del todo) e imaginando la infancia de Eichmann, “encorvado,
la mirada de contable de la muerte, sobre el rompecabezas del mecano, siguiendo
las instrucciones del manualito… ¡Temed a los jóvenes que construyen pequeñas
grúas!”.
En su libro La
bustina di Minerva, que recoge algunas de las columnas en el semanario y el
diario, encontramos a un Umberto Eco muy cercano ya a la coyuntura y a la
política italiana y mundial del momento, pero siempre atento a los cambios en
la cultura popular.
Toca la televisión y sus programas chatarra: “Ya no
se puede caricaturizar al tonto del pueblo, porque sería antidemocrático; pero
es superdemocrático darle la palabra al tonto del pueblo… contento él, que se
exhibe; contenta la cadena, que hace espectáculo sin pagar al actor; contentos
nosotros, que finalmente podemos reír de nuevo de la estupidez ajena,
satisfaciendo nuestro sadismo”.
Va a Nueva York y el mesero paquistaní se asombra de
que Italia no tenga enemigos. Pero Eco lo repiensa y escribe: “No tenemos
enemigos externos, porque estamos continuamente en guerra interna… partido
contra partido, corriente de partido contra corriente del mismo partido, región
contra región, gobierno contra magistratura… departamento contra departamento,
periódico contra periódico”.
Dice Eco que las ciudades se dividen en dos: seguras
e inseguras de sí mismas. Característica de las segundas, preguntarle al
visitante: “¿Qué opina de nuestra ciudad?”.
Una reflexión importante es sobre el papel de los
medios de comunicación en las disputas judiciales. “Una sociedad en la que, a
priori, no sólo la parte acusadora sino también los jueces son deslegitimados
sistemáticamente, es una sociedad en la que algo no funciona”.
Se explica. “El primer movimiento del acusado no es
probar que es inocente, sino demostrar a la opinión pública que la parte acusadora
no es inmune a las sospechas… Si el acusado tiene éxito en esta operación, el
proceso es secundario, porque quien decide, en procesos tomados por la
televisión, es la opinión pública… un duelo massmediático entre futuros
acusados y futuros procuradores”.
Critica que los medios masivos “espíen” a los
políticos. “Hace tiempo, los políticos empleaban el tiempo para consultarse,
negociar, evaluar los pros y los contras de una decisión –y en el curso de
estos conciliábulos cambiaban de idea más de una vez. Al final, eran juzgados
por lo que habían decidido. Ahora, en cambio, están obligados por la presión de
los medios a hacer pública cada mínima fase de su proceso de prueba y error. Si
no lo hacen, no aparecen en pantalla y se ponen en desventaja”. ¿El resultado?
Que no hay decisiones, porque la exposición en los medios premia el no llegar a
acuerdos.
La llegada de Berlusconi al poder, dio a Umberto Eco
una cantidad tremenda de municiones. La mayor parte de sus columnas políticas
tenían un aspecto ético muy destacado, y éste se hizo todavía más agudo cuando
el Cavaliere utilizó, sin pudor
alguno, su poder mediático para hacerse del poder político y mantenerse ahí.
Eco desconfiaba del intelectual militante, “que es
más útil cuando está callado”. Sin embargo hizo un llamado público a votar
contra Berlusconi en 2001. Llamó “esquizofrénico” a Berlusconi y fue más allá:
dijo que no era comparable con dictadores como Mubarak o Gadafi, “sino
–intelectualmente hablando- con Hitler, que también llegó al poder con elecciones”.
Es conocido su interés por internet. Lo elogiaba por
su gran capacidad de comunicación y por permitir a las nuevas generaciones
“organizar una revolución en cinco países diferentes, de una manera que sus
padres no hubiera podido siquiera imaginar”; lo criticaba por fomentar la
flojera (el caso del joven que busca ayuda en redes sociales para que le
platiquen de un artículo de Eco de tres cuartillas, que no se ha tomado la
molestia de buscar en el mismo internet) y de poner en un mismo plano informaciones
de muy distinta calidad.
Advertía contra el achatamiento de la historia, que
está en curso (la incapacidad de distinguir distintas épocas, fundiéndolas
todas en “el pasado”), criticó siempre lo políticamente correcto, defendió el
buen uso del lenguaje y atacó la moda de abusar del tuteo, se burló de la
juvenilización (lo que aquí llamamos “chavorrucos”) y de muchas costumbres
postmodernas. Mantuvo siempre intactos el humor corrosivo, el llamado a la
lógica y la defensa de los valores civiles y humanos.
Su columna era una lectura refrescante. La
extrañaremos.
1 comentario:
Hola, podrias contactarme en relacion con ELE Aeropoeta y memorias de Italia.
Gracias
lispiz@yahoo.com
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