jueves, febrero 25, 2016

Umberto Eco, columnista

Ahora que ha muerto Umberto Eco muchos lo recuerdan como novelista; otros, como semiólogo y analista de medios; unos cuantos como ensayista sobre literatura y estética, como filósofo o como experto medievalista. Aquí quisiera rescatar a Umberto Eco periodista, al hombre que escribió columnas de opinión (cultural, política, de costumbres) desde 1959 hasta 2016 (su última colaboración está fechada al 27 de enero).

Eco subrayaba una diferencia capital entre los intelectuales europeos (y latinoamericanos) con los estadunidenses. Mientras que la mayor parte de estos últimos transcurren su vida y desarrollan sus intereses pegados a la academia, los otros suelen sumergirse en la vida política y social de sus naciones. El resultado, a menudo, es que dan el salto al periodismo –o, al menos, intentan darlo.

Las primeras columnas de Eco fueron en la revista Il Verri, después aparecieron en el semanario L’Espresso y en el diario La Repubblica. De ellas, han salido varios libros (es conocido en México su Diario Mínimo) y han quedado decenas de textos listos para una o varias antologías.

De los diarios mínimos –hay dos tomos- hay varios pequeños ensayos que trascienden. El más famoso es “Fenomenología de Mike Buongiorno” (Buongiorno era una suerte de Raúl Velasco italiano), en donde explica las ventajas de la mediocridad televisiva: Buongiorno es un personaje tan plano que al público no le cuesta trabajo identificarse con él, pero no sólo eso: puede tranquilamente sentirse superior. En ese sentido, la televisión juega un papel de reafirmación: entretiene sin crear complejos de inferioridad.

“Elogio de Franti”, contextualiza al pequeño villano de Corazón, Diario de un Niño y, al hacerlo, mete en crisis a toda la concepción moral decimonónica detrás de la obra de D’Amicis. En “Carta a mi hijo”, Eco defiende los juguetes bélicos, afirmando que lo que importa es darles sentido, peleando del lado de los buenos (que nunca lo son del todo) e imaginando la infancia de Eichmann, “encorvado, la mirada de contable de la muerte, sobre el rompecabezas del mecano, siguiendo las instrucciones del manualito… ¡Temed a los jóvenes que construyen pequeñas grúas!”.

En su libro La bustina di Minerva, que recoge algunas de las columnas en el semanario y el diario, encontramos a un Umberto Eco muy cercano ya a la coyuntura y a la política italiana y mundial del momento, pero siempre atento a los cambios en la cultura popular.

Toca la televisión y sus programas chatarra: “Ya no se puede caricaturizar al tonto del pueblo, porque sería antidemocrático; pero es superdemocrático darle la palabra al tonto del pueblo… contento él, que se exhibe; contenta la cadena, que hace espectáculo sin pagar al actor; contentos nosotros, que finalmente podemos reír de nuevo de la estupidez ajena, satisfaciendo nuestro sadismo”.

Va a Nueva York y el mesero paquistaní se asombra de que Italia no tenga enemigos. Pero Eco lo repiensa y escribe: “No tenemos enemigos externos, porque estamos continuamente en guerra interna… partido contra partido, corriente de partido contra corriente del mismo partido, región contra región, gobierno contra magistratura… departamento contra departamento, periódico contra periódico”.

Dice Eco que las ciudades se dividen en dos: seguras e inseguras de sí mismas. Característica de las segundas, preguntarle al visitante: “¿Qué opina de nuestra ciudad?”.

Una reflexión importante es sobre el papel de los medios de comunicación en las disputas judiciales. “Una sociedad en la que, a priori, no sólo la parte acusadora sino también los jueces son deslegitimados sistemáticamente, es una sociedad en la que algo no funciona”.

Se explica. “El primer movimiento del acusado no es probar que es inocente, sino demostrar a la opinión pública que la parte acusadora no es inmune a las sospechas… Si el acusado tiene éxito en esta operación, el proceso es secundario, porque quien decide, en procesos tomados por la televisión, es la opinión pública… un duelo massmediático entre futuros acusados y futuros procuradores”.

Critica que los medios masivos “espíen” a los políticos. “Hace tiempo, los políticos empleaban el tiempo para consultarse, negociar, evaluar los pros y los contras de una decisión –y en el curso de estos conciliábulos cambiaban de idea más de una vez. Al final, eran juzgados por lo que habían decidido. Ahora, en cambio, están obligados por la presión de los medios a hacer pública cada mínima fase de su proceso de prueba y error. Si no lo hacen, no aparecen en pantalla y se ponen en desventaja”. ¿El resultado? Que no hay decisiones, porque la exposición en los medios premia el no llegar a acuerdos.

La llegada de Berlusconi al poder, dio a Umberto Eco una cantidad tremenda de municiones. La mayor parte de sus columnas políticas tenían un aspecto ético muy destacado, y éste se hizo todavía más agudo cuando el Cavaliere utilizó, sin pudor alguno, su poder mediático para hacerse del poder político y mantenerse ahí.

Eco desconfiaba del intelectual militante, “que es más útil cuando está callado”. Sin embargo hizo un llamado público a votar contra Berlusconi en 2001. Llamó “esquizofrénico” a Berlusconi y fue más allá: dijo que no era comparable con dictadores como Mubarak o Gadafi, “sino –intelectualmente hablando- con Hitler, que también llegó al poder con elecciones”.

Es conocido su interés por internet. Lo elogiaba por su gran capacidad de comunicación y por permitir a las nuevas generaciones “organizar una revolución en cinco países diferentes, de una manera que sus padres no hubiera podido siquiera imaginar”; lo criticaba por fomentar la flojera (el caso del joven que busca ayuda en redes sociales para que le platiquen de un artículo de Eco de tres cuartillas, que no se ha tomado la molestia de buscar en el mismo internet) y de poner en un mismo plano informaciones de muy distinta calidad.

Advertía contra el achatamiento de la historia, que está en curso (la incapacidad de distinguir distintas épocas, fundiéndolas todas en “el pasado”), criticó siempre lo políticamente correcto, defendió el buen uso del lenguaje y atacó la moda de abusar del tuteo, se burló de la juvenilización (lo que aquí llamamos “chavorrucos”) y de muchas costumbres postmodernas. Mantuvo siempre intactos el humor corrosivo, el llamado a la lógica y la defensa de los valores civiles y humanos.

Su columna era una lectura refrescante. La extrañaremos.    

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, podrias contactarme en relacion con ELE Aeropoeta y memorias de Italia.
Gracias
lispiz@yahoo.com