En México, febrero 2016:
El Papa Francisco y la playera del Cruz Azul
Entre las muchas anécdotas de la visita del Papa a México, hay una que me parece reveladora: en las inmediaciones del Zócalo, algún aficionado del Cruz Azul lanzó una camiseta de su equipo al Papamóvil. Lo hizo con tino, pues Francisco atrapó la playera al vuelo, y dibujó una amplia sonrisa.
La intención del aficionado, me dicen, era que el obsequio, al pasar por las manos del Papa, sirviera para terminar con la mala racha de la escuadra, que lleva 36 torneos sin conseguir el campeonato. Si Bergoglio ya le hizo el milagrito al San Lorenzo de Almagro, equipo de sus amores, ¿por qué no habría de hacerlo con un equipo al que, además, apodan, “la máquina celeste”?
Durante la visita de Francisco, queda clara la impresión de que el aficionado del Cruz Azul no está solo, que hay muchos que esperan que el Papa les conceda milagros. O cuando menos, algo parecido.
Es sabida la propensión popular a considerar a los Papas como taumaturgos, personas que por intercesión divina son capaces de hacer actos milagrosos. Se les suele ver como una suerte de santos vivientes. La que era menos conocida –pero se ha hecho evidente- es la intención de personajes públicos de brillar en la luz de la popularidad –o el rating- de Francisco.
Creo que detrás está la misma desesperada lógica cruzazulina: “si me pongo cerca del Papa, si hago que me vean con él, me tocará aunque sea un cachito de su popularidad y carisma”, o “si transmito mañana, tarde y noche sobre la visita, me cargaré la audiencia que vendo, más allá del viaje papal”.
Entiéndase. No ha habido un solo jefe de Estado o de gobierno, nacional o local, de cualquier tendencia política, que no haya querido aprovechar una visita papal para sí. Ahí está Raúl Castro como ejemplo. Lo que es diferente es el ansia de sacar provecho. Y lo que es problemático es que se note, porque indica que el ansia se come a la necesaria discreción. Y ya sabemos que el ansia es mala cuando se busca una meta, como el Cruz Azul lo ha comprobado desde hace varios años.
Hay ciertos milagros que ni siquiera un pontífice popular es capaz de hacer. Por una parte, porque la transubstanciación de la popularidad tiene sus límites; por la otra, porque un pontífice popular normalmente trae su propia agenda, y esa no siempre es la misma que la de los gobernantes.
Ha sido el caso en esta ocasión, como era de esperarse, tratándose de Francisco.
El Papa criticó, ante un auditorio privilegiado, la búsqueda del “camino de privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos”. Lo hizo duro: es el camino que abona a la corrupción, el narcotráfico y la violencia. Y para que quedara claro, señaló que no se trata “sólo de un asunto de leyes que requieran de actualizaciones y de mejoras”, sino de formación de responsabilidad personal.
Pero tal vez la agenda que más interese al Papa sea la interna. El regaño al alto clero mexicano –ese que pasó por delante del gabinete, pero detrás de los cantantes de Televisa, en la salutación del aeropuerto- viene de una pugna lejana entre dos concepciones de la Iglesia. En ese sentido se puede leer la visita a la tumba de Samuel Ruiz: “en política, la forma es fondo”.
No se trata simplemente de que la iglesia mexicana sea conservadora. También el Papa lo es, a su manera. Se trata de que la parte más conspicua del clero ha puesto por delante sus relaciones con el poder material, empresarial y político, y ha dejado atrás de la valla a su grey.
El resultado, y lo que más preocupa al jefe de la Iglesia Católica, ha sido una caída en la participación comunitaria. En términos religiosos, México no es el mismo país que visitara Juan Pablo II en 1979. El porcentaje de quienes se declaran católicos ha caído 9 por ciento (una tasa menor a otras naciones de América Latina), pero sobre todo, ha disminuido notablemente la asistencia a los templos. Menos de uno de cada cinco mexicanos lo hace una vez a la semana.
En el entendido de que el fervor que queda es predominantemente guadalupano y sincrético, que es donde están las masas, hacia allí se ha movido el Papa, que será muy simpático y devoto, pero ante todo es un político.
Nada de esto parece hacer mella en quienes, tras aplaudir o reseñar con entusiasmo las palabras y cada acto mínimo del visitante, hacen caso omiso de su significado. Hay en ellos un análisis de la visita que tiene la misma profundidad de un charco: el tipo tiene buena imagen, es popular, brillemos con su luz prestada. Y que, en el ínterin, el Estado laico siga durmiendo el sueño de los justos.
San Lorenzo de Almagro, el equipo de futbol, se coronó en la liga argentina y también ganó la Libertadores. Para ello no le bastó encomendarse a su hincha más famoso: entrenó, se reforzó correctamente, mejoró su táctica y de seguro tuvo un buen ambiente en el vestidor. No pensó que como el Papa se había puesto la playera, tenía el camino allanado.
Por eso, si el Cruz Azul mexicano no cambia radicalmente, seguirá en las mismas. No importan el gesto o el tino casi heroico de su hincha-creyente. Lo mismo vale para quienes, prelados o políticos, quieren obtener ganancias fáciles de esta visita. No las han tenido y no las tendrán.
En Cuba y Estados Unidos, septiembre 2015.
Francisco: una gira política
No nos quepa duda de que el papa Bergoglio es un buen político. Su personalidad carismática y su cuidadosa agenda están logrando que la iglesia católica, manchada por los numerosos escándalos de abusos sexuales, sea de nuevo atractiva para mucha gente que se había alejado de ella. Su reciente viaje a Cuba y a Estados Unidos da prueba de ello.
En Cuba, la intención del Papa es muy evidente: convertir a la Iglesia en un interlocutor necesario entre el gobierno comunista y una sociedad en vilo, en proceso de cambio.
Hacer esto, a pesar de que la cubana nunca fue una sociedad muy practicante y de que la influencia cultural de la Iglesia sí tuvo una merma notable durante las últimas décadas, es una tarea que requiere mucha mano izquierda política.
En sus discursos, por un lado, Francisco se colocó claramente del lado de quienes propugnan por un cambio en la isla; por el otro, insistió en un cambio a través del diálogo y la cooperación, no por el camino de la crítica y la defensa intransigente de valores. En esa ruta, no convenía encuentro alguno con la disidencia. La iglesia cubana será interlocutor en sí, y no el altavoz de otros. Es un asunto de poder.
Eso también lo entendieron los jerarcas cubanos, que también son duchos en política. Es mucho más sencillo tratar con una institución dispuesta a negociar que con la sociedad civil en movimiento. Las fotos amables con Fidel y con Raúl así lo atestiguan.
De ahí, el salto al Imperio, donde el papa jesuita dio nuevas muestras de su perspicacia política, al alejarse de la extrema derecha de la nación que visitaba, sin tocar en el fondo los intereses más conservadores de su grey estadunidense.
Así, en su gira por EU, el Papa Francisco se lanzó contra la fragmentación social que causa el capitalismo, contra los excesos –que una parte de la derecha republicana pondera como virtudes-, pero de ninguna manera contra el sistema en el que se basa ese país.
Los negocios son “una vocación noble, dirigida a producir riqueza y mejorar al mundo”, dijo. Añadió: “El uso correcto de los recursos naturales, la aplicación justa de la tecnología y el espíritu emprendedor son elementos esenciales de una economía que busca ser moderna, inclusiva y sustentable”.
Francisco se mostró lejano de la visión de la teología de la liberación en su aspecto central. No está contra los valores mercantiles del capitalismo, sino en contra que éstos se pongan por encima de otros, como la democracia, la solidaridad humana y la sustentabilidad ecológica. Si acaso, lo novedoso es que –en su visión- no sólo Dios, como era de esperarse, está por encima del dinero, sino también la necesidad de hacer una política socialmente responsable.
En otras palabras, la crítica es real, pero el alejamiento del sistema no es, para nada, radical. Sólo los extremistas gringos así lo perciben.
Con quienes el Papa fue más cercano a una versión moderna de la Iglesia, fue con los migrantes y con los marginados. Su llamado a la tolerancia y a la inclusión va directamente en contra de los discursos de odio que maneja la derecha en Estados Unidos, y que son tan comunes a los cristianos evangélicos de ese país.
El discurso de Francisco sobre la ciudad y quienes parecen ser invisibles dentro de ella –los extranjeros, las minorías, los marginados- porque quienes la transitan están ciegos, empata muy claramente con el concepto –tradicional, pero a menudo olvidado- de que Jesús es el prójimo más vulnerable y desvalido.
Sin embargo, hay un grupo vulnerable –las mujeres- a quien el Papa sólo le dedicó palabras de aliento y porras, porque siguen siendo súbditos de segunda en la Iglesia, y otros a quienes fustigó, luego de que les hubiera lanzado un guiño comprensivo hace unos meses: la comunidad gay.
En su cálculo político –de frente a la situación de Estados Unidos, pero también a las corrientes que se disputan la hegemonía en la Iglesia-, Francisco fue bastante conservador en los llamados “temas morales”. De repente renació, como si de verdad existiera, el espectro del “lobby homosexual” que tanto gustan blandir tanto la derecha de EU como la (impoluta) curia romana.
En resumen, la gira de Francisco por América fue un éxito político. Posicionó políticamente a la Iglesia en Cuba y dio línea (demócrata moderada) en Estados Unidos. Avanza en su política de puesta al día a una institución que llevaba varios siglos de retraso, y ahora nada más le falta como uno.
Ha habido todo tipo de especulaciones acerca del por qué México no fue una parada en este periplo americano. Si estamos atentos a lo que hizo el Papa en Cuba y en Estados Unidos, la respuesta es que en el Vaticano no se ponen de acuerdo sobre el diagnóstico político sobre nuestro país (y las consiguientes acciones a tomar).
Conociendo la influencia y el talante de la Iglesia y sus aliados más fuertes en México, tal vez haya que congratularnos de que Francisco no haya venido.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario