Tras reseñar aquí las películas oficiales de los juegos de 1924 a 1968, paso a los filmes de los Juegos Olímpicos de 1972 a
2012. Representaron un nuevo modo de entender el evento, tras la irrupción masiva
de la TV.Y también la victoria, tal vez efímera, de la cultura televisiva.
1972
Visions
of Eight, dirigida por ocho diferentes cineastas
Parecía que ya se había dicho todo, y de la mejor
manera posible, en las películas olímpicas, así que los organizadores de Munich
buscaron una novedad, un experimento en el que, además, se pudieran explotar algunas
de las cosas mejores de los filmes anteriores. De ahí nació Visions of Eight, en la que ocho
directores de diferentes países captaran distintos aspectos de los juegos, sin
pretender dar una panorámica general del evento.
El resultado, como podía preverse, es desigual.
Algunos segmentos son buenos, otros son malos y el filme carece de unidad. Otra
característica es que, al desaparecer el ambiente general, desaparecen los
espectadores y desaparece la ciudad sede.
Los segmentos son: “Los Preparativos”, de Yuri
Ozerov, que no dice nada; “Fortius”, de Mai Zetterling, dedicado a los
pesistas, que deja un tanto perplejos porque hay más interés en la gente que
mueve las pesas y deshace el local luego del evento que en el evento mismo; “Altius”,
de Arthur Penn, que detalla minuciosa, lentamente, la competencia de salto de
garrocha, en un ejercicio cansado, con tomas experimentales fuera de foco y
muuuucha cámara lenta. Los garrochistas logran verse como entes abstractos,
pero en general es algo que se hizo mejor 36 años antes; “Citius” de Kon
Ichikawa, que disecta sólo una breve carrera: la final de 100 metros planos varoniles
y lo hace con todos los ángulos y todas las expresiones (algo que el mismo
director había hecho mejor y con menos cámaras en Tokio, ocho años atrás)…
El segmento que sirve de intermedio es “Las
Mujeres”, de Michael Pfleghar –quien además debe haber realizado las partes de
la inauguración y la clausura- nos dice más acerca de lo reciente que es la
igualación de las mujeres en los Juegos Olímpicos que de otra cosa, porque es
de lo más flojito y cursi; “El Decatlón”, de Milos Forman, tiene al menos la
virtud de ser juguetona: el contrapunto de una orquesta típica bávara, con todo
y director de corbata de moño de orquesta sinfónica e instrumentos folklóricos
bávaros, con los diferentes momentos de la competencia atlética: va in
crescendo y termina con los deportistas exhaustos; “Los Perdedores”, de Claude
Lelouch es la verdadera joya de la película, porque capta muchas actitudes del
humano en competencia: el boxeador que protesta su derrota (ante el mexicano
Alfonso Zamora) y no puede ser consolado, los luchadores que insisten en seguir
compitiendo con una extremidad dislocada, la lanzadora que llora
inconsolablemente por no haber hecho una buena competencia, el nadador de
mirada perdida cuando ve los resultados de su heat. La cámara está ahí, de
intrusa, tomando el lado no heroico de los olímpicos; finalmente “El Más
Largo”, de John Schlensinger, dedicado al maratón, que es el único segmento que
hace referencia a la matanza de atletas israelíes perpetrada durante los juegos
(y resulta que al maratonista británico al que hace seguimiento personal lo que
realmente le perturba es que la masacre le cambió la rutina de entrenamiento y
el día de la prueba). Este segmento, como en la película de México 68 termina
haciendo hincapié en el último, tenaz, competidor del maratón.
En general, una película demasiado estilizada.
También, el anuncio del fin de una era y el inicio de otra, en la que, por lo
general, se buscaría contar los Juegos Olímpicos de una manera diferente.
1976
Jeux de la XXIè Olympiade, dirigida por Jean Beaudin, Marcel Carrière, George Dufaux y Jean-Claude Lebrecque
Para la película de los Juegos Olímpicos de Montreal
se tomó la decisión de contarlos, esta vez, a través de la experiencia de
cuatro atletas escogidos con antelación. Se trata de grabar los juegos a flor
de piel (o “a la altura del hombre”, como dijo Jean Claude Labrecque, quien
coordinó el filme). Todos tenían expectativa de medalla, y terminaron con
suertes muy diferentes. Cada uno de ellos será seguido por un director
diferente. La participación de estos atletas está acompañada por clips de otras
competencias (las clásicas: el maratón, los relevos, la ruta ciclista…).
Un equipo sigue al velocista cubano Silvio Leonard;
otro, a la gimnasta soviética, Neli Kim; uno más a Tamas Kancsai y sus
compañeros del equipo húngaro de pentatlón moderno; el último, al decatleta
estadunidense, Bruce Jenner.
De las cuatro experiencias olímpico-cinematográficas,
la más pobre –en ambos sentidos- es la referente a Silvio Leonard, quien se
lastimó la pierna y fue pronto eliminado. Tal vez el director tuvo problemas
para filmar ya cuando se supo que Leonard no sería contendiente. La más
interesante resulta la de los pentatletas, no sólo por la variedad de
disciplinas, sino porque juega muy bien con las expectativas, las victorias, los
sueños, las decepciones y la agonía de la última prueba. El equipo húngaro
consiguió el bronce; Kancsai fue noveno.
Se suponía que Neli Kim, la carismática gimnasta de
Tajikistán sería la reina de los juegos de Montreal. Se la ve confiada,
relajada ante las cámaras; se la ve llamado por teléfono a sus familiares y se
la ve entrenando. Luego se le verá en competencia, haciendo grandes rutinas. Obtendría
tres oros y una plata (en el all around)
en esos juegos y, sin embargo, terminaría por ser opacada por quien fuera, a la
postre, la auténtica reina: Nadia Comaneci. Así, en el filme, nos encontramos
con algunas escenas un tanto raras, pero que tienen su interés: la cámara
muestra el rostro de Kim, que se percibe cada vez más preocupado, hasta casi
llegar a la angustia, porque mira lo que está al fondo de la imagen: la
Comaneci, que está dando una de sus extraordinarias exhibiciones.
El seguimiento del decatlón tiene algunas facetas
relevantes. Una es la buena relación entre el americano Jenner y el soviético
Arvilov, en una camaradería que contrasta con el aura de guerra fría con la que
los medios cubrieron esa competencia. La otra es que, por primera vez en las
películas olímpicas, la cámara no se dirige al público en general, sino a los
familiares del atleta, como lo hará en varios Juegos posteriores: en este caso,
la mamá de Jenner. Cuando vemos, en 2016, su feliz abrazo con el campeón
olímpico, entendemos un tema psicológico interesante: Bruce Jenner siempre
quiso convertirse en su madre.
1980
O
sport, ty mir!, dirigida por Yuri Ozerov
Ya se sabe que la innovación cinematográfica no era
el fuerte de la Unión Soviética desde los tiempos de Eisenstein, y menos en los
años plúmbeos de Brezhnev. Para la película de los juegos de Moscú, los
soviéticos se fueron por lo tradicional: la película panorámica de la
olimpiada, con atención a uno que otro héroe (a ellos no se les iba a escapar
un Mark Spitz, como a los auteurs del
film de los juegos de Munich).
El título de la película “¡Oh deporte, tú eres la
paz!”, nos indica claramente que la película, aunque dijera que no, iba a tener
un fuerte contenido político-propagandístico. Para ello inicia utilizando estilizadas
animaciones de los juegos olímpicos de la antigua Grecia, recordando que
implicaban una tregua entre las ciudades guerreras. Las lindas animaciones
regresarán en distintos momentos para ligar los juegos antiguos con los
presentes. También regresará el tema de la tregua y de la condena al boicot
encabezado por Estados Unidos, con un leit-motiv
insistente: la política no se debe mezclar con el deporte, el olimpismo es paz
y unión entre los pueblos y bla bla bla. De seguro la idea sonaba bien antes de
que la URSS y sus aliados boicotearan los juegos de Los Ángeles 1984. A partir
de entonces sólo suena a hipocresía.
Ya los canadienses habían crecido la ceremonia de
inauguración, pero los soviéticos son los primeros en darle grandeza y
espectacularidad, y eso se nota en el filme. Lo mismo pasará con la clausura.
En medio, tenemos una correcta reseña general de los eventos deportivos, que
intenta cuidadosamente no pasarse de mano con las victorias soviéticas (que
fueron muchas). Buenas son las escenas de las peleas de Teófilo Stevenson, las
de una fiesta en la villa olímpica y las de los entrenadores gritones y
desesperados.
La película también sería más que buena de no ser
por la banda sonora, con música que es una auténtica tortura. No es ni rock, ni
jazz, ni pop, ni folklor ruso: es una mezcla que se pretendía moderna y que
definitivamente no lo era. Además, está puesta al aventón en las escenas y la
mayoría de las veces no corresponde para nada con lo que estamos viendo.
Lo que sí nos deja de positivo, y será la última
película en hacerlo, es el registro del ambiente que se vivía en Moscú
alrededor de los juegos. Nos hace viajar un poquito. Eso se perdería en los
siguientes filmes.
1984
16 Days of Glory, dirigida por Bud Greenspan
Sabemos que los juegos de Los Ángeles fueron una
borrachera nacionalista reaganiana. La película “16 Días de Gloria” es parte de
ello. Y, a diferencia de su antecesora soviética, su propaganda no es
vergonzante. Es abierta, sin complejos. Grita de principio a fin: “¡Somos
grandes! ¡Somos poderosos! ¡Somos los mejores!”. En cierta forma ayuda a
entender por qué los gringos ganaron la Guerra Fría.
Del boicot soviético, apenas una mención lateral. En
el centro del Coliseo de Los Ángeles están reunidos “los mejores atletas del
mundo”. Y entre ellos, los estadunidenses destacarán como nadie. De demostrarlo
se encargará Greenspan. De paso generará un estilo y se convertirá en el
cineasta olímpico más longevo e influyente.
A Greenspan le interesa poco capturar el ambiente de
los juegos. Se basará en el precedente quebequense para no platicar la historia
general, sino contar historias particulares de atletas, al más puro estilo de
las transmisiones olímpicas televisivas de Estados Unidos. Casi todos los deportistas
reseñados serán ganadores, winners; y
la gran mayoría, representando a la nación de las barras y las estrellas.
Veremos las historias de Carl Lewis –y su amor por
Jesse Owens, de quien quiere ser espejo-, de Mary Lou Retton –y su relación con
el coach Bela Karoly-, de Edwin Moses, de la ciclista Connie Carpenter. A toda
la delegación china le toca un cachito; otro a una atleta marroquí, un judoka
japonés, a un remero inglés (Redgrave). Y si le dedica un capítulo a un
favorito que de nuevo falla en su intento por conseguir el podio olímpico, es
al británico David Moorcroft. La embriaguez es tal que, en los clavados, vemos
al magnífico Greg Louganis, a Greg Louganis y a Greg Louganis.
La televisión, aquí, le gana la partida al cine. Y
en particular es la versión gringa de las olimpiadas por TV, que intenta atraer
con temas “humanos” a las señoras poco interesadas en el deporte y no se
interesa en lo absoluto en competencias donde no hay competidores
norteamericanos.
Con el tiempo, esa victoria de la cultura de la televisión
será definitiva. Greenspan dirigirá tres películas olímpicas “oficiales” más (y
tres no oficiales, según el COI), utilizando siempre la misma fórmula, aunque
con menos excesos nacionalistas.
1988
Road
to Seoul, de varios directores
Esta es la película más difícil de conseguir de
todas. La pude ver por una copia en CD de un video VHS que tenía otro fanático
de los Juegos Olímpicos, Marco Salazar, a quien agradezco. El filme está en la
lista del COI, pero dice claramente que es la película oficial de los Juegos
Olímpicos de 1988. No puedo consignar los nombres de los directores, porque
estaban escritos en coreano. Tampoco sé si ese es el título original (pero así
dice el subtítulo).
Se trata de una película panorámica, de pretensiones
totalizadoras, al estilo clásico. Como casi todas ellas, tiene su dosis de
propaganda, pero en cantidades bien digeribles. Tiene dos conceptos centrales:
uno es que el concepto de los modernos Juegos Olímpicos casa muy bien con la
filosofía coreana –y eso implica una muy buena explicación del sentido de la
ceremonia inaugural: la competencia deviene en fusión de amistad, como en la
fusión yin-yang-; otro, que está declarado abiertamente, es que Corea del Sur
organizó unos juegos sin boicots y sin terrorismo (un raspón a las cuatro
ediciones anteriores).
Salvo dos hallazgos muy buenos, el flujo de la
ceremonia a la acción deportiva y del abrazo de la victoria al abrazo entre
atletas de distintas naciones en la clausura, el film coreano hace una reseña
apenas correctita de los eventos, con una música bastante equis. Estamos lejos
de los ejercicios cinematográficos sobre la estética, el esfuerzo, el flujo, el
sudor, el escenario, el dolor o la pasión de las películas de Berlín, Tokio, México
y Roma, e incluso de Munich, Montreal y hasta Moscú. Son actos vistos desde
lejos, desde una fría mirada neutra.
Sin embargo, “El Camino a Seúl” funciona como
explicación y como filosofía: cuando nos encontramos, nos despediremos; cuando
nos despedimos, nos volveremos a ver. Una particular –y no desdeñable-
concepción del olimpismo.
1992
Maratón,
dirigida por Carlos Saura
La película oficial de los juegos de Barcelona
empieza de manera espectacular. La toma del sol que amanece sobre el pebetero,
el río de luces que va por las fuentes y escalinatas de Montjuic hacia el
estadio mientras suena la canción de Queen dedicada al evento, la inauguración
maravillosa e irrepetible… Uno piensa que va a ver la gran película olímpica
que faltaba, pero no será así.
Saura utiliza el maratón como espinazo. La reseña
deportiva –no habrá de otra, pasa de largo por los eventos culturales- inicia
con la salida de los corredores. Regresaremos a ellos en diferentes momentos
del filme, mientras vamos viendo otros deportes: gimnasia, natación, halterofilia,
futbol, equitación, más atletismo, remo, lucha, box. Se trata de una apuesta
interesante: la película dura como una carrera de maratón y todo evento
deportivo tiene semejanza con él, por el esfuerzo que hay que dedicarle.
No hay casi diálogo, sólo la música acompaña y encadena
las escenas. Algunas son muy recordables y bien logradas: la felicidad contagiosa
de la atleta griega al ganar los 100 metros con vallas, la atmósfera en los
vestidores de la arena de Badalona, donde se llevaba a cabo la competencia de
box, donde casi se respiran la humedad y el sudor. La mayoría de las imágenes son
muy bellas, reflejan el esfuerzo y la gracia. Muchas llevan al detalle. Casi
ninguna, desgraciadamente, captura el ambiente que se vivió durante aquellos
días en Barcelona (la gran ausente del film).
¿Entonces qué falta? ¿Por qué, a pesar de su
elegancia esta película no prende, no involucra? ¿Por qué, si aquellos juegos
fueron tan magníficos? Tal vez porque está demasiado embebida en la forma, y
porque –algo muy extraño, tratándose del cineasta español- no transmite pasión.
Maratón es la última película panorámica de unos
Juegos Olímpicos, hasta ahora.
1996
Atlanta’s
Olympic Glory, dirigida por Bud Greenspan
Estados Unidos sólo tardó 12 años en volver a ser
sede de unos Juegos Olímpicos. Greenspan –quien ya había hecho TV movies para los juegos de Seúl y
Barcelona, vuelve a la carga, pero con otra circunstancia política. Estados
Unidos ganó la Guerra Fría, Bill Clinton, y no Ronald Reagan, es presidente y
ya no existe la necesidad de demostrar a toda costa el poderío de la potencia.
La película, de más de tres horas de duración,
abordará –además de la inauguración y la clausura, narradas de prisa- 12
historias humano-deportivas. Todas, de winners
(el único personaje que no gana oro es la consagrada Jackie Joyner-Kersee, la
veteranísima que, lesionada, gana un bronce que le sabe mejor que todos los
oros). Aproximadamente la mitad corresponde a atletas de EU. Otra
característica es que los espectadores anónimos desaparecen, pero la cámara
sigue con insistencia –herencia de la TV gringa- a los familiares de los
deportistas.
El filme de Atlanta tiene un problema. O bueno, dos.
Queda claro que primero se dieron los resultados y luego se definió de quién se
haría la semblanza, por lo que las entrevistas suelen ser muy ex-post, y eso se
nota. Y por otra parte, ninguna de las historias personales tiene los aspectos
de dramatismo buscados: se trata simplemente de gente con talento innato que
entrenó bien para sus pruebas. La única que, si acaso, destaca, es la del
gimnasta Donghua Li, de origen chino, que compitió para Suiza (por la historia
y porque pudimos ver a casi todos los finalistas del caballo con arzones).
¿Cuál es el sabor de boca que queda después de ver Atlanta’s Olympic Glory? Que en la cultura deportiva estadunidense la
biblia es la frase de Vince Lombardi, el mítico entrenador de los Packers:
“Ganar no es lo más importante. Es todo”.
2000
Sydney
2000: Stories of Olympic Glory, dirigida por Bud
Greenspan
Ese es el título del filme que está en la lista de
filmes olímpicos oficiales en el canal del COI. Originalmente era una película
para TV, en Disney Channel.
El Método Greenspan ya lo conocemos: inauguración,
historias personales, clausura. En el caso de las olimpiadas australianas está
–obvia y necesariamente- menos cargado hacia los atletas de EU. Las historias
son cinco y destacan dos, que se revelan emocionantes por muchos ángulos: la
del equipo estadunidense de beisbol, que genera expectación y suspenso (y aquí
el gran personaje es Tom LaSorda) y la historia de la ciclista Leontiene Van
Moorsel, que tiene elementos humanos de verdad interesantes.
2004
Athens
2004: Stories of Olympic Glory
Se repite la fórmula “winner” de Sydney, con resultados similares (lo cual es una pena,
tratándose de Atenas, que –por razones históricas y de tradición- debió de
haber hecho su propia película).
De nuevo cinco historias, y de nuevo hay dos que
merecen un trato diferenciado, también por el tamaño de los atletas reseñados.
Una es la del halterista heleno Pyrros Dimas; la otra, en una estupenda edición
que utiliza muy bien la competencia de garrocha como pretexto para pasarnos un
día de finales de atletismo, la del semifondista marroquí Hicham El Guerrouj.
Tanto la película de Atenas como la de Sydney se
dejan ver mejor que los filmes dirigidos por Greenspan en su país. Son más
cortos y más equilibrados.
2008
The
Everlasting Flame. Beijing 2008, dirigida por Jun Gu
El comité organizador de los juegos de Pekín no iba
a dejar que un estadunidense dirigiera su película oficial, así que Greenspan
tuvo que contentarse por hacer su film para televisión por su lado
(exclusivamente con triunfos de EU). Sin embargo, el director estadunidense
está presente de manera indirecta: los chinos usaron la Fórmula Greenspan para
su película, salvo por dos importantes detalles: eligieron primero a los
atletas a seguir (es decir, no hay puros winners)
e intentaron señalar que, a pesar de las diferencias económicas, religiosas,
culturales y de actitud ante la vida, los deportistas tienen un sueño en común.
Ese era, finalmente, el lema de los juegos pequineses.
Los vemos comer, entrenarse, rezar, ir de compras,
hablar con las personas cercanas. El valor del filme es que practican en
condiciones muy diferentes, con familias muy diferentes, en sociedades muy
diferentes, pero las metas son similares. El olimpismo los enlaza. No hay ni
pizca de chovinismo deportivo. Curioso, los chinos hicieron una película
olímpica posmoderna.
Lo interesante del caso es que la parte más
auténtica, la más sentida y humana, se refiere a uno de los principales losers de aquellos juegos. Xiang Liu, el
vallista chino que se lesionó en la salida de su heat eliminatorio, dejando en
la estupefacción a cientos de millones de sus connacionales. Quien termina
robándose la película es el entrenador del chino, que rompe en llanto en la
conferencia de prensa donde explica la lesión en el talón de Aquiles de su
pupilo.
Los resultados de los atletas son muy variados: van
desde los triunfos de Usain Bolt (con Asafa Powell reducido al papel de
escudero), la trifecta oro-plata-bronce de los taekwondoines López, de Estados
Unidos, la previsible eliminación de la competidora de TKD de Irán –¡Pero qué
triunfo calificar a Pekín!-, la plata y el bronce del canoista alemán, el
quinto lugar de las volibolistas brasileñas de playa, el sexto del veterano
Gebrselassie (idolazo en Etiopía, concitador de masas corredoras) y el fracaso
del ciclista BMX Kyle Bennett. Ese es –como en la película canadiense- un buen
caleidoscopio de lo que sucede en unos Juegos Olímpicos.
En ese sentido, la película de la directora Gun Li,
que además da pequeños flashazos de otros eventos –imposible olvidar a Michael
Phelps- termina por funcionar bien. Al
final de cuentas, sólo las escenas que nos regala sobre la precisión mecánica
de la organización china –pensadas, supongo, en demostrar eficiencia- nos
recuerdan el tipo de régimen que se vive en ese país.
2012
First
La cinta británica trata de la historia de doce
deportistas que compiten por primera vez en Juegos Olímpicos (de ahí el
nombre). Al igual que la película china, se filmó desde los preparativos y
entrenamientos hasta el variopinto resultado final de sus competencias.
La crítica ha sido
feroz con este trabajo. Buena cinematografía, pero una edición apresurada,
historias sin mucho chiste y un desorden generalizado, que para nada refleja
aquellos exitosos juegos. Encima, música pop de la más comercialita para
acompañar las actuaciones de los atletas. La directora ha declarado que
considera que Bud Greenspan (fallecido en 2010) hubiera estado orgulloso de esa
película. Habrá que dudarlo. El cineasta estadunidense trabajaba mucho la
filosofía de la historia que inspira a través de la victoria. Este “first” quedó “last” en la calificación promedio del sitio IMDB en lo que se refiere
a las películas olímpicas.
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Sabemos que habrá un
film oficial para Río 2016, y que allí se filmará otro, centrado en la figura
de Usain Bolt. Esperemos que sean novedosos, porque las fórmulas anteriores ya
dan signos de agotamiento.