No sé si The
Revenant: El Renacido, de Alejandro González Iñárritu vaya a obtener uno o
muchos premios Óscar, pero sí que es una película política y humanamente
profunda, más allá de su impactante estética. Es una obra destinada a durar, y
destinada a hacer pensar –y sentir- a muchas generaciones, si es que la
frivolidad del siglo no nos atropella.
La historia es conocida y no tiene mucho sentido
volverla a contar. Pero hay que decir que la obra tiene muchos subtextos: está
lejos, muy lejos, de ser principalmente una película de aventuras, de
sobrevivencia y de venganza. Es un ensayo filosófico contado con un lenguaje
visual exquisito.
Efectivamente, se trata –en primer lugar- de supervivencia.
De darwinismo en el sentido más natural y más estricto. Y es, desde el lado
humano, una crítica integral al darwinismo social que a cada rato se quiere
colar en las ideologías.
En ese mundo salvaje, en el que los personajes
humanos se vuelven parte de la naturaleza, ¿de dónde salen las furias para
atacar sin piedad, y también las fuerzas para resistir? De un principio
fundamental: la defensa de los propios críos. Es lo que mueve a la osa que
ataca al explorador Hugh Glass (Di Caprio), lo que mueve al jefe Perro-Alce a
una serie de matanzas, lo que mueve al propio personaje central a mantenerse
vivo y cobrar venganza.
Ese darwinismo animal es acompañado por el otro, el
de la conquista que hacen los sedicentes civilizados europeos de los
territorios de los indios salvajes. Y este otro darwinismo –el que implica la
superioridad de una cultura o una raza o un grupo social-, es el que
desencadena el verdadero horror. Es el que tiene la maldad en su estructura.
En ese mundo de cada quien para sí y Dios contra
todos (la mayor parte del tiempo), no hay lugar para los débiles. Para quienes
guardan algo de ternura y algo de corazón. Serán destrozados, cada quien a su
manera, como también lo será el antagonista, representante máximo de los que,
dominados por el miedo, quieren destruir todo lo que les estorba. Ese mundo
parió el actual, el que vivimos, tan diferente pero con tantas, perturbadoras,
similitudes.
También es una película sobre las raíces, la
pertenencia. Extraño, si durante la mayor parte sólo vemos al redivivo. El
hombre es un animal social y un animal cultural. Un animal de familia.
Es una película sobre la frontera, las múltiples
fronteras. La que enfrenta a culturas muy diferentes, sí, pero sobre todo la
frontera principal: la que hay entre la vida y la muerte. Es allí, en ese filo,
donde se mueve, muere y renacer, para volver a morir y renacer el personaje
central.
Affe
des todes, mono de la muerte: así recuerda Jorge Luis Borges que
describen algunos pensadores al sueño. El viaje del renacido está acompañado
por este mono: la realidad se confunde con el sueño. Y las imágenes de la
naturaleza cobran significado onírico (los árboles se levantan hacia el cielo,
y son raíz y permanencia, y son preludio de la muerte porque la vida nos es
prestada). El vivo-muerto pasa de momentos de cruda realidad a ratos de
espejismo, en un camino siempre en la frontera muerte-vida, hasta llegar a su
destino.
Y su destino –que es el de todos- es un sueño
repetido. Es, en clave del Nuevo Mundo, la yukki-onna,
la mujer de nieve, que Kurosawa retrata en el capítulo “La Tormenta de Nieve”
de su película Sueños (un claro
homenaje, pienso; así como hay otro a Aguirre:
la cólera de Dios en la primera parte de la película).
Así es la vida, “el día tormentoso”. Las ramas parecen caer, pero el tronco permanece.
El filme tiene un ritmo especial. A algunos
aficionados de las películas de acción les puede parecer lento. Pero es
perfecto: un ritmo en el que se entrecruzan largos momentos de calma con
violencia repentina, un ritmo que envuelve y vuelve un tanto onírica la
experiencia (precisamente, te mete en los tiempos del personaje); un ritmo que
permite pensar por algunos instantes.
Y tiene, hay que subrayarlo, una cinematografía
impresionante. Por una parte está el manejo de la luz natural, que permite
sentir a la naturaleza, casi físicamente, en toda su salvaje belleza. Por otra,
un uso maestro del travelling, que nos permite –por ejemplo- ver largas escenas
de una batalla con un flujo perfecto y mínimos cortes. Un trabajo complejo y ejecutado con la destreza
y la sensibilidad de quien hace algo más que dominar absolutamente el oficio. Lubezki
es un genio.
¿Qué decir de González Iñárritu? Primero, que es un
creador. Y eso no es sencillo en el mundo de hoy. Es un innovador del cine. Y,
me queda cada vez más claro porque tuve que superar prejuicios, es un hombre
profundo.
Una película con mucho estilo, pero con todavía más
substancia, The Revenant: el Renacido
está destinada a trascender en la historia de la cinematografía, mientras otras
perecerán con los años. La supervivencia del más relevante.
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