miércoles, enero 20, 2016

El delirio económico





Quienes tenemos edad recordamos lo difícil que era vivir con hiperinflación. Corría el sexenio de Miguel de la Madrid, años 80, y uno nunca sabía si lo que llevaba en la bolsa le iba a alcanzar, porque los precios cambiaban día con día. En esos años también hubo escasez ocasional de algunos productos básicos: de repente faltaba la leche; otras veces, la carne de res o el huevo. Era complicadísimo vivir así.

Ahora imaginemos que a esa inflación se le acumula que los bienes que escasean de la canasta básica son el 87 por ciento: es decir, casi todos: alimentos, medicinas, papel del baño y otros productos higiénicos. Agreguémosle una recesión profunda (no un mero estancamiento, como en el México de hace tres décadas), la existencia de cuatro tipos diferentes de valor del dólar y tendremos una idea de cómo la están pasando los venezolanos.

Una situación de este tipo es, evidentemente, de emergencia económica. Ésta se puede tratar de dos maneras distintas: a través de medidas unilaterales o mediante un pacto que tome en cuenta los distintos intereses sociales.

En el México de aquellos años, la serie de medidas unilaterales del gobierno se topó con la rejega realidad y no funcionó. La inflación empeoraba y la economía no jalaba. Hasta que hubo un pacto para la estabilidad y el crecimiento económico aminoró la escalada de precios y se generaron condiciones para salir del atolladero.

En la Venezuela de hoy, la política de confrontación le está ganando la partida a la más elemental lógica económica. El gobierno de Nicolás Maduro ha entendido la emergencia como oportunidad para una fuga hacia adelante –y, de paso, para un enfrentamiento entre el Ejecutivo bolivariano y el Legislativo opositor-. Y resulta en la receta perfecta del desastre.

La idea, detrás del decreto de Maduro, de imponer un corralito cambiario con tintes políticos y de abrir la (muy probable) posibilidad de que el Estado se apropie de bienes privados en las cadenas productivas estratégicas, no sólo no sirve para acotar los problemas económicos que hoy atraviesa Venezuela, sino que los exacerba.

Lógicamente, la propuesta del presidente venezolano se encontrará con el veto de la Asamblea con mayoría opositora, Maduro dirá que las cosas no se resuelven porque el legislativo lo bloquea y todo se reducirá a una disputa político-propagandística de señalamiento de culpables, mientras que lo poco que queda de la economía termina de irse por el caño.

Prueba de que a Maduro no le interesa una salida económica a la crisis en la que ha metido a su país es la designación de Luis Salas como una especie de superministro de Economía Productiva.

Luis Salas
Salas es un sociólogo de 39 años, en cuyos escritos no se muestran conocimientos de economía, sino una suerte de marxismo de manual mal digerido, acompañado por una serie de ideas que se pretenden originales, pero que en realidad son derivadas –e igualmente mal digeridas- de la sociología latinoamericana del desarrollo de los años setenta y ochenta.

El atractivo y lo relevante de Salas, a los ojos de Maduro, es precisamente que no es economista y que reduce los problemas económicos a una confrontación política. De esa manera, el mandatario venezolano se libra de los molestos economistas del chavismo, que llevan rato pidiendo la unificación de los tipos de cambio como primer paso de racionalidad para terminar con distorsiones inflacionarias y con una fuente tremenda de corrupción.

Para Salas, la inflación “no es una distorsión de los mercados”, sino una “herramienta de lucha política” con la que los empresarios presionan a los gobiernos. Dice que “la inflación no existe en la vida real” y que los precios aumentan por “el egoísmo”.

Opina el superministro que “los precios siempre están controlados”. Es decir, no existen la oferta y la demanda. Mucho menos, la competencia. O los controla el gobierno o los controlan los comerciantes y productores. Si estos últimos son una clase “parasitaria y rentista”, entonces qué mejor que los controle el gobierno.

Dice Salas que en el capitalismo se vive en constante “guerra económica”, y su propuesta es que –en vez de que las personas sean rebajadas al nivel “de predador o de presa… viva o pendeja”-, debe crearse un frente “contra la plutocracia”. Por lo tanto, hay que evitar todas las propuestas que muevan hacia el “capitalismo popular”, empezando por las del ala histórica del chavismo.

En esa lógica delirante, el precio internacional del petróleo no tiene relevancia; tampoco, el tamaño del déficit público, los niveles de producción de bienes y servicios, la oferta de moneda o su precio, la estructura de los precios relativos (incluidos los salarios) o el comportamiento de la balanza de pagos.

En resumen, lo que plantea el cerebro económico de Maduro es destruir el Estado burgués y sustituirlo por el “Estado comunal”.  Todo se resuelve sacando a los consumidores de la dependencia del sector privado y desarrollando la economía “artesanal” que ha emergido en la crisis.

¿Qué es la economía artesanal? Elaborar con mano propia los bienes escasos. Como el champú que usa Maduro –Salas dixit.

A lo mejor los cubanos pueden asesorar a Venezuela en economía artesanal. En los años de escasez más dura en la isla, por ejemplo, hacían vasos cortando botellas y sellándolas con cera. Y hasta fabricaban alambiques para hacer aguardiente de arroz.
 
En cualquier caso, estos delirios de caricatura llamarían a risa si no fueran trágicos. En su papel de superministro, Salas supervisará al encargado de la cartera de Finanzas y Banca. Venezuela tiene problemas para rato.

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