1. Iván García
2. Saúl Gutiérrez
3. Germán Sánchez
4. Paola Longoria
5. Gustavo Ayón
6. Andrés Guardado
7. Chicharito Hernández
8. Checo Pérez
9. Jonathan Paredes
10. Marco Estrada
martes, diciembre 22, 2015
miércoles, diciembre 02, 2015
La Vergüenza: el íncubo de Bergman
“A veces todo parece un sueño. No es mi sueño, es el
de otra persona. Pero tengo que participar en él. ¿Cómo crees que se sienta alguien
que soñó en nosotros cuando despierte? ¿Sintiendo vergüenza?”.
Esa frase la dice Eva, una de las protagonistas de
la película La Vergüenza (Skammen, 1968), de Ingmar Bergman. Estamos
casi al principio del filme y para nosotros es, en ese momento, una violinista
convertida en campesina que cuenta un sueño. Poco a poco, en la medida en que
nos adentramos en la pesadilla, nos damos cuenta de que la película misma es el
sueño que relata Eva. El íncubo de Bergman. El sueño que el cineasta nos hace
soñar a los espectadores. Y que al despertar –al salir de la sala o al terminar
el video- no queda sino sentir vergüenza por la raza humana.
La historia de La
Vergüenza es la del descenso en la guerra y de cómo la guerra se mete en
nosotros aunque no queramos, aunque huyamos de ella. Una pareja de músicos se
ha refugiado en el campo, mientras ocurre una guerra innominada, de la que
quieren estar lejanos y neutrales. Pero la guerra los alcanza, los transforma,
los desintegra como humanos, los hace pedazos.
En la guerra hay dos bandos. No sabemos –como suele
ocurrirle a la mayoría de la población civil- quién tiene la razón, pero
entendemos, a lo largo del filme, que en ambos hay atrocidades, hay vejaciones,
hay injusticia. Que la gente lo vive como un callejón sin salida y, en el
proceso de huir, acomodarse, intentar vivir o cuando menos sobrevivir, se va
degradando.
La película se hizo cuando estaba todavía
relativamente fresca la huella de la Segunda Guerra Mundial y cuando la Guerra
de Vietnam estaba en su apogeo. Pero
trata de todas las guerras, del caos que generan, un desorden en todos los
sentidos. Es una guerra de ningún lado y de cualquiera. Externa e interna,
porque hay destrucción emocional de por medio. Es una guerra que no tiene fin,
porque no se puede huir de uno mismo, de sus sueños quebrados y –ahora-
distorsionados por la experiencia traumática.
Hay razones escondidas por las que uno no ve
determinada película en su momento. Resulta verdaderamente impactante ver La Vergüenza
en 2015, porque 47 años después de haber
sido filmada es de total y absoluta actualidad (la misma barcaza que salió de una isla sueca
en esa guerra ficticia, sale hoy de las costas del norte de África por las
mismas razones, con los mismos sueños rotos y los mismos, espeluznantes,
resultados).
Al final queda uno con un sentimiento amargo. La
humanidad no tiene remedio. Qué vergüenza.
viernes, noviembre 20, 2015
Biopics: Del Vaticano a Mali Losinj: dos viajes
Hacia
el fin de aquel año sabático en Italia, hicimos dos viajes. El primero tenía la
intención de llegar hasta el golfo de Sorrento. Fuimos a Florencia, después a
Roma, donde tuvimos una cena opípara en Trastevere, bañada con los sabios
comentarios sobre la situación mundial de mi maestro Parboni (yo no sabía que sería la
última: él enfermó del corazón un año después, y moriría el 1º de junio de
1988, a la edad de 43 años). También fue la única ocasión en que he visitado
los Museos Vaticanos (yo, cargando la carreola de Camilo, con todo y niño, por
los innumerables escalones; Raymundo, interesándose particularmente en los
diferentes globos terráqueos, que daban cuenta de una visión incompleta del
mundo; los turistas cubano-americanos echando flashazos en la Capilla Sixtina).
No
llegamos a Nápoles. Patricia adujo que estaba cansada y que los niños habían
visto “demasiadas estatuas”. Regresamos con una parada en Orvieto, su vino y su
catedral (espectacular por fuera, sencilla y elegante por dentro).
Esa noche, en el hotel, escucho que Raymundo se está peleando en sueños con unas estatuas. Efectivamente, le dio un precoz Síndrome de Stenhdal.
Esa noche, en el hotel, escucho que Raymundo se está peleando en sueños con unas estatuas. Efectivamente, le dio un precoz Síndrome de Stenhdal.
También
decidimos pasar una semana en la playa. Por razones de calidad-precio, escogimos
una de fines de primavera en un hotel en Mali Losinj, al sur de la isla de
Losinj, en Yugoslavia.
El
viaje estuvo interesante. Por una parte significó atravesar pequeñas ciudades
de lo que entonces era el norte de Yugoslavia (y hoy son parte de Croacia y
Eslovenia): Rijeka, Opatija, Pula. Cruzamos por un micropuente a la isla de
Cres y de ahí tomamos un ferry para Losinj. A lo largo de la costa se veían
pequeñas localidades con una arquitectura muy semejante a la de Venecia.
La
carretera en Losinj merece párrafo aparte. Era de dos carriles muy estrechos, sin
cunetas, llena de curvas y pasabas de ver el precipicio a tu derecha a ver otro
precipicio a tu izquierda (allá abajo, alguna diminuta Venecia). En esas que
viene un camión y pasamos muy despacito, casi rozándonos.
El
hotel resultó muy bueno y barato. Con unas magníficas comidas corridas: El
lugar tenía tres playas de escaso oleaje: dos de guijarros y una de piedra (que
era la mejor). Una de las de guijarros era nudista, y estaba llena de ancianos.
De ahí salió la mujer más blanca que he visto en mi vida: una auténtica Blanca
Nieves.
En Mali
Losinj Rayo y yo logramos algo extraordinario: que él se acercara a un carrito
de helados, pidiera en serbo-croata uno de fresa, pagara y le dieran el cambio,
mientras yo veía la escena a unos metros.
También
solíamos caminar por un sendero entre las montañas junto a la costa. El sendero
llegaba hasta donde había un pequeño busto de Tito, colcado en un nicho cavado
en la roca. Cada día había flores nuevas en ese nicho. Claveles rojos. Quién
iba a pensar que apenas cuatro años más tarde Yugoslavia, la república que
fundó Tito, iba a desaparecer. Ni Parboni.
jueves, noviembre 19, 2015
La hibris y París
Hace unos días acabé de leer En el poder y en la enfermedad, un libro escrito por David Owen, médico neurólogo y psiquiatra, fundador del Partido Socialdemócrata británico y ex ministro de Salud y de Relaciones Exteriores del Reino Unido. El libro terminó por estar muy ligado, por un extraño camino, a los recientes ataques terroristas en París.
Owen analiza los efectos que tienen diversas
enfermedades y su tratamiento en la toma de decisiones de parte de los líderes
políticos. Su conclusión central, sobre la que da interesantes ejemplos, es que
un político enfermo –de ciertos males- suele tomar peores decisiones que uno
sano, con consecuencias enormes.
Hay un tipo
de enfermedad, un síndrome, que resulta particularmente dañino para los
políticos, según el autor. Es la hibris. Sus características principales son el
orgullo exagerado y la soberbia, que llevan a una desmesura en las acciones. La
persona pierde la perspectiva de la realidad, ve sólo lo que desea ver y, en
consecuencia, toma decisiones equivocadas, que lo llevan al desastre (y
también, sí es un líder, a sus seguidores).
Quien actúa bajo este síndrome no presta atención a
la información, no mantiene la mente y el juicio abiertos, suele persistir en
políticas inviables o contraproducentes y se niega a sacar provecho de la
experiencia (porque significaría admitir un error).
¿Cómo se identifica la hibris? Owen señala algunos
síntomas: inclinación a ver el mundo como escenario; preocupación desproporcionada
por la imagen; una forma mesiánica al hablar; identificación de sí mismos con
el Estado, la nación o el pueblo; tendencia a usar el plural mayestático
(“nosotros”, en vez de “yo”); excesiva confianza en su propio juicio; exagerada
creencia en lo que pueden conseguir personalmente; la creencia de ser
responsables no ante el tribunal terrenal, sino ante Dios o la Historia;
tendencia a permitir que su “visión amplia” haga innecesario considerar los
detalles prácticos, los costos y el resultado final; inquietud, temeridad, impulsividad;
una obstinada negativa a cambiar de rumbo…
En otras palabras, tiene síndrome de Hibris el
político que pierde el piso. Lo grave es que termina generando incompetencia y
problemas posteriores, a menudo más graves que los originales.
Antes de que, a partir de los síntomas evidentes,
nos pongamos a calificar a todo tipo de personajes políticos, debo señalar que
los dos ejemplos más notables que señala Owen son George W. Bush y Tony Blair,
en relación con la invasión de Irak y el derrocamiento de Saddam Husein.
Los problemas empezaron antes. Owen comenta que,
“aun cuando la invasión de Afganistán estaba justificada”, los problemas de
largo plazo del control del país “fueron burdamente menospreciados”. Bush, al centrarse en la guerra y no ver las
consecuencias de sus acciones, evidenció que padecía la hibris.
En el caso iraquí, la cosa fue todavía peor. Se
aceleró la invasión en medio de una incapacidad total para planificar la
posguerra. A todas las advertencias de que la ocupación de Irak conduciría
necesariamente a un ejercicio de construcción nacional prolongado, costoso y
con presencia de tropas, se les ninguneó totalmente.
Owen cita a un ex agente de la CIA: “Estaba fuera de
duda que llegaríamos a Bagdad en un abrir y cerrar de ojos. Más nos hubiera
valido tener un plan para cuando llegáramos. Pero no teníamos nada excepto
cuatro páginas de Power Point. Fue una arrogancia…”.
En otras palabras, el vago plan que tenían tras el
derrocamiento de Husein chocó, de manera dramática, con la realidad. Dejaron
que empezaran los saqueos y la anarquía. Y, en contra de la opinión de los
expertos, ejecutaron una disolución sin orden de las fuerzas armadas iraquíes y
del partido Baaz (“al anochecer habrá empujado usted a la clandestinidad de
30,000 a 50,000 baazistas”, advirtieron). Finalmente, tanto Bush como Blair
desoyeron las advertencias que decían que era necesario mantener una fuerza de
ocupación numerosa por cierto tiempo: esa era una recomendación que ningún
político que lucha por votos quiere escuchar.
Ninguno de los gobiernos post-Husein ha podido
controlar todo el territorio de Irak. Y, después de la invasión, ha muerto casi
un millón de civiles en ese país.
Para agosto de 2007, se reveló que el Pentágono no
podía rendir cuentas de 11 mil fusiles de asalto AK-47 y 80 mil pistolas,
supuestamente suministrados a las fuerzas de seguridad iraquíes. “Pocos
dudaron” –escribe Owen- “que las armas suministradas por Estados Unidos estaban
nutriendo a la insurgencia, abrumadoramente compuesta por suníes iraquíes. Los
combatientes extranjeros integrados en ella procedían sobre todo de Arabia
Saudí…”.
Ese es, precisamente, el caldo de cultivo en el que
se gestó el Estado Islámico.
Ahora que esta excrecencia de las malas decisiones
ha crecido, y amenaza con convertirse en metástasis mundial, es necesario
extirparla. Es necesario destruir esa organización. Los hechos de París no
hacen sino reiterarlo.
Pero lo peor que podrían hacer los líderes del mundo
democrático es contagiarse de la hibris y apostar, como en su momento lo
hicieron Bush y Blair, por un arrasamiento militar sin tener claro qué es lo
que sigue. Si se confían en su fuerza superior y menosprecian tanto los costos
como el significado del “después” en una zona del mundo tan compleja, nos
hundiremos en una espiral infernal.
La diferencia entre el Estado Islámico y el mundo
que lo combate debe ser, en primer lugar, que haya un poco de cordura de este
lado. La cordura no se riñe con la fuerza ni con la decisión.
Que la hibris sea de ellos, y sólo de ellos. Porque
entonces, dirán los griegos antiguos, significa que ellos serán los castigados
por los Dioses.
martes, noviembre 10, 2015
Biopics: Acreedores y deudores, un ensayo
No se
crea, no, que aquella estancia en Italia fue de vacaciones disfrazadas de otra
cosa. En realidad trabajé, y mucho. El resultado sería el ensayo económico más
serio que he escrito en mi vida.
Trabajar
en la Facoltà me resultó de lo más
agradable. En un cubículo que compartía con Andrea Ginzburg, trabajaba un
promedio de ocho horas al día. Podía hacerlo, entre otras cosas, porque no
dedicaba ni un minuto a la grilla.
Una
gran ventaja que tuve fue la famosa y nutrida biblioteca, que tenía una
innovación genial: podía buscar un libro en específico, o varios libros y
artículos sobre un tema, con una computadora. Imagínense ustedes: en vez de
utilizar las citas y pies de página de un texto como hilo de madeja para
encontrar otros, en vez de clavarse por horas en los tarjeteros, uno podía
poner una palabra clave, “inflazione”, y encontrar a los pocos segundos, la
lista de todos los títulos disponibles, con su ubicación exacta. Casi casi Google
avant la lettre. La biblioteca,
además, era amigable para el usuario: estaba físicamente tan bien organizada
que, en vez de pedir el texto a un encargado, podías dirigirte, sin tacha, a
donde debía estar el libro. Y lo mejor: ahí estaba.
Con
esas armas, más la lectura diaria del Financial
Times, más los comentarios de la plática que tuve con el maestro Parboni,
más los que tuve con Anna Maria Simonazzi, una joven profesora que estudiaba
temas parecidos, no resultó tan difícil pergeñar el ensayo entre el fin del
otoño y el principio de la primavera.
“Acreedores
y deudores: los juegos internacionales del poder”, fue el título que le puse. Se
publicó en la revista Investigación
Económica, número 182, correspondiente a octubre-diciembre 1987. El ensayo
trataba, esencialmente, de abordar el problema de la deuda externa mexicana
como resultado de relaciones económicas internacionales que también son
políticas. Hice algo extraordinario: pasé mis apuntes manuscritos al novísimo programa
xwrite en una de las computadoras
reservadas a los profesores.
Iniciaba
con un análisis histórico del sistema de Bretton Woods –con su significación en
términos de hegemonía de EU-, y señalaba que los países menos desarrollados
jugaban en el esquema financiero un papel importante: debía funcionar en la
medida en que el saldo de cuenta corriente del mundo no industrializado fuera negativo,
la evolución natural de la estructura de las balanzas de pagos del sistema de
Bretton Woods llevaba al crecimiento de los déficit autónomos en cuenta
corriente de los países subdesarrollados. Por el lado de Esstados Unidos,
llegaba el momento de cobrar por las viejas inversiones; por el lado de los
subdesarrollados, la demanda de financiamiento empieza a cobrar independencia
de los ritmos de crecimiento de las economías nacionales.
Esto
implicaba una transformación peligrosa para la estabilidad financiera
internacional: los países del Tercer Mundo pasaron a ser unidades financieras “especulativas”:
la demanda de financiamiento es cada vez más para cubrir el déficit de
servicios en la cuenta corriente de sus balanzas de pagos.
El bajo
crecimiento internacional de principios de los años setenta significó la
existencia de capitales que no encuentran ocupación productiva rentable, y
sirve para explicar el auge de los créditos privados al Tercer Mundo en el
periodo. ¿Pero por qué siguió creciendo a finales de esa década, cuando había
recuperación? Mi hipótesis, es que hubo una decisión política de consentir el
contínuo crecimiento del mercado internacional de créditos, con la intención de
incidir en la formación de una nueva división internacional del trabajo.
La necesidad
bancaria de colocar rentablemente la liquidez internacional excesiva –escribí-
no obedece solamente a las reglas contables, sino que está asociada a un proceso
generalizado de transición del capitalismo.
Paso
después a un análisis del comportamiento de las tasas de interés y de los
programas de estabilización, en el que concluyo que los programas del fondo han
distado de ser estabilizadores: no sólo en lo que toca a su combate aparente a
la inflación (que no es un elemento indispensbale para conseguir una cuenta
corriente favorable, según los intereses de los acreedores y del FMI), sino
sobre todo en el terreno político. Sucede que la instrumentación de los
programas requiere de acciones estatales, pero el Estado no es un actor neutro,
exógeno a la sociedad, y la aplicación de las recetas altera el comportamiento
de los sujetos económicos, generando tensiones.
De ahí
analizo las balanzas de pagos y la deuda externa de un grupo de naciones, doy
una vuelta por el Plan Baker y señalo la existencia de una “Trampa 22”. A saber:
por una parte, los bancos y a la Fed buscan financiar poco y monitoriear mucho
a los países endeudados; por la otra, a un país no le conviene repudiar una
deuda cuando está en una posición de escasez aguda de liquidez y sólo puede
hacerlo cuando espera un flujo líquido de capital positivo neto. Concluyo: “El
financiamiento es necesario para mantener en funciones todo el sistema; la
condicionalidad es, en última instancia, un velo”. Esto significaba que era
necesario un consenso activo de parte de los sectores más importantes de la
población para no plegarse a las condiciones leoninas: había espacio real para
la negociación.
Eso se
demostraría tres años después, con las quitas que logró México, en tiempos de
Salinas, al servicio de la deuda externa.
Cuando
terminé el ensayo, me puse a trabajar sobre otro tema, la inflación. Ese ensayo
no lo acabé. Los maestros me invitaron amablemente a dar una conferencia sobre
la economía mexicana, que me pagaron. Debí de haberla dado sobre el tema del
ensayo, porque lo otro resultó en una discusión sobre el papel del petróleo en
la economía mexicana –que ellos creían todavía superior al que en realidad es.
jueves, noviembre 05, 2015
Pasolini y su muerte profética
El Día de Muertos de 1975 –es decir, hace 40 años-
en una playa de Ostia, cerca de Roma, un joven marginal de 17 años, llamado
Pino Pelosi, asesinó al poeta y cineasta Pier Paolo Pasolini, golpeándolo
primero con un palo y luego haciendo pasar el automóvil del artista sobre su
cuerpo, estallándole el corazón. Se truncó así la carrera de un creador
excepcional.
La efeméride sirve para recordar muchas cosas,
aparte de la obra del polígrafo fallecido. Algunas de ellas tienen que ver con
la capacidad de Pasolini para ver más allá, y de cierto modo adelantar el
futuro que venía (cuando menos, las peores partes de ese futuro).
En octubre de ese año había ocurrido en Italia una
tragedia que los diarios de la época narraron con fascinación y horror y que
fue conocida como “El Crimen del Circeo”: dos jóvenes de barriada romana fueron
violadas y torturadas por tres jóvenes fascistas de clase alta. El asunto se
supo porque una de las chicas, que los niños ricos habían creído muerta, pudo
gemir para pedir ayuda desde la cajuela en la que estaba encerrada, junto al
cuerpo inerte de su compañera. La policía rescató a la muchacha y capturó a los
asesinos, que regresaban despreocupadamente hacia el auto, después de cenar
unas pizzas.
La importancia del suceso reclamaba grandes plumas,
como la de Italo Calvino, que hablaba de la facilidad con la que los jóvenes
ricos de derecha podían pasar, con la certeza de su impunidad, de las bravatas
de café a las golpizas a la salida de la escuela, a las carnicerías en las
casas de fin de semana. Pier Paolo Pasolini respondió a Calvino, criticándolo
por facilón, diciendo que pretendía fijar la inferioridad humana del “enemigo”,
que el fascismo antiguo que Calvino anatemizaba era menos peligroso que el
fascismo “de genocidio cultural” de la TV y que la violencia no era exclusiva
de los frutos podridos de la burguesía, porque esa misma violencia la podían
ejercer –y de hecho la ejercían cotidianamente- los pobres de barriada.
Dos días después de publicado el artículo-respuesta
de Pasolini, moriría precisamente a manos de un pobre de barriada. De una
manera sorprendente, con su propia muerte, ganaba el debate. La violencia no es
exclusiva de una ideología o de un grupo social: es una enfermedad social
generalizada que hay que combatir.
Pasolini veía en el proceso de “genocidio cultural”
ligado al consumismo una reserva de violencia ciega, no solamente asocial y ni
siquiera política, sino una vía de destrucción de todo lo que no es superfluo.
Para él, la sociedad de consumo que se desarrollaba era
un nuevo totalitarismo, que hacía a todos renegar de sus modelos culturales, de
su diversidad, para homogeneizarse en un “hedonismo neo-laico” ajeno a los
valores humanos. Preveía una sociedad en la que las diferentes maneras de ser
persona eran paulatinamente desprovistas de realidad. Preveía el dominio de la
sociedad de la imagen, que llevaría a la mercantilización de todos o casi todos
los aspectos de la vida cotidiana. Mercantilización en el sentido de
convertirnos nosotros mismos en mercancía.
A esta sociedad de consumo corresponde una
democracia “descaradamente formal”. El formalismo democrático se presenta sin
pudor alguno, ni siquiera esconde la esencia de convertir también a los
electores en mercancía.
Contra esta visión, Pasolini oponía –algunos dicen
que de manera bucólica- el mejoramiento de los derechos reales y concretos de
las personas en su diversidad, el combate a la desigualdad, la salvaguardia de
la salud, del trabajo, de los bienes artísticos y urbanos de todos.
Si vemos el mundo de hoy, encontraremos esa
violencia difusa, ciega –al menos en apariencia-, que suele no tener siquiera
asidero en ideologías (o sólo en el “neutro” dinero). Encontramos también que,
al culto superficial a la diversidad corresponde un culto todavía mayor a las
fuerzas que nos homogeneízan, y eso deriva en crecientes dificultades para la
organización social.
En las naciones más desarrolladas aparece con cada
vez mayor claridad la existencia de múltiples soledades adyacentes, cada una
conectada a la red, pero con escasa capacidad para armar redes verdaderas,
capaces de cambio. Lo mismo sucede, en la réplica, el eco tercermundista de las
naciones emergentes. El reino de la videoesfera, mucho más allá de la TV que
Pasolini temía.
También la política ha caído víctima del marketing. En
la agenda ya no está el convencer, sino el seducir. Las ideas se reducen a
spots de pocos segundos. Y la ideología –a la que tampoco quería mucho
Pasolini- ha sido desplazada por la creatividad de los publicistas. La retórica
y su hermano el conformismo guían ese camino.
¿El resultado? Una sociedad débil, con dificultades
para cambiar en serio: para (re)organizarse de manera integral, que es la única
manera de salvarse. Y en esa reorganización el centro está, según el poeta y
cineasta, en entender los derechos del otro.
Y para los que dudan de que Pasolini haya sido un profeta, el siguiente poema, que tituló, precisamente,
“Profecía”:
“Alí de los Ojos Azules
uno de los tantos hijos de hijos
Descenderá de Argel, en veleros
y barcos de remos. Con él
estarán miles de hombres
Con los cuerpecitos y los ojos
de perro pobre de sus padres
en barcos encallados en los Reinos del Hambre, traerán consigo a los niños y el pan y el queso, en los papeles amarillos del Lunes de Pascua. Traerán las abuelas y los burros en trirremes robados en los puertos coloniales.
Desembarcarán en Crotone o en Palmi,
por millones, vestidos de harapos,
asiáticos, y de camisas americanas…”
(Ahí lo dejo, mejor, porque en el poema profético “destruirán Roma”).
Hace 40 años mataron a Pasolini, con martirio y todo. Como a todo buen aspirante a Mesías.
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