miércoles, diciembre 02, 2015

La Vergüenza: el íncubo de Bergman



“A veces todo parece un sueño. No es mi sueño, es el de otra persona. Pero tengo que participar en él. ¿Cómo crees que se sienta alguien que soñó en nosotros cuando despierte? ¿Sintiendo vergüenza?”.

Esa frase la dice Eva, una de las protagonistas de la película La Vergüenza (Skammen, 1968), de Ingmar Bergman. Estamos casi al principio del filme y para nosotros es, en ese momento, una violinista convertida en campesina que cuenta un sueño. Poco a poco, en la medida en que nos adentramos en la pesadilla, nos damos cuenta de que la película misma es el sueño que relata Eva. El íncubo de Bergman. El sueño que el cineasta nos hace soñar a los espectadores. Y que al despertar –al salir de la sala o al terminar el video- no queda sino sentir vergüenza por la raza humana.

La historia de La Vergüenza es la del descenso en la guerra y de cómo la guerra se mete en nosotros aunque no queramos, aunque huyamos de ella. Una pareja de músicos se ha refugiado en el campo, mientras ocurre una guerra innominada, de la que quieren estar lejanos y neutrales. Pero la guerra los alcanza, los transforma, los desintegra como humanos, los hace pedazos.

En la guerra hay dos bandos. No sabemos –como suele ocurrirle a la mayoría de la población civil- quién tiene la razón, pero entendemos, a lo largo del filme, que en ambos hay atrocidades, hay vejaciones, hay injusticia. Que la gente lo vive como un callejón sin salida y, en el proceso de huir, acomodarse, intentar vivir o cuando menos sobrevivir, se va degradando.

La película se hizo cuando estaba todavía relativamente fresca la huella de la Segunda Guerra Mundial y cuando la Guerra de Vietnam estaba en su apogeo.  Pero trata de todas las guerras, del caos que generan, un desorden en todos los sentidos. Es una guerra de ningún lado y de cualquiera. Externa e interna, porque hay destrucción emocional de por medio. Es una guerra que no tiene fin, porque no se puede huir de uno mismo, de sus sueños quebrados y –ahora- distorsionados por la experiencia traumática.

Hay razones escondidas por las que uno no ve determinada película en su momento. Resulta verdaderamente impactante ver La Vergüenza  en 2015, porque 47 años después de haber sido filmada es de total y absoluta actualidad  (la misma barcaza que salió de una isla sueca en esa guerra ficticia, sale hoy de las costas del norte de África por las mismas razones, con los mismos sueños rotos y los mismos, espeluznantes, resultados).  

Al final queda uno con un sentimiento amargo. La humanidad no tiene remedio. Qué vergüenza. 

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