Tomo el barco de la revolución, que hace el
trayecto de Tuxpan a La Habana. Tengo un boleto azul, clase especial. El muelle
da directamente a la zona de tercera clase, que tiene varias barras y asientos
giratorios blancos frente a ellas. No se cansarán mucho, pues el viaje es sólo
de una noche y un día. Bajo a segunda, y ahí hay varias sillas alrededor de un
chapoteadero, alguien me pide que le regale mi maleta deportiva vacía, se la
doy y él se la vende a una muchacha costeña que ha quedado en la orilla. En
primera clase distingo a algunos miembros del PSUM sinaloense: uno de ellos,
extraña combinación de Rubén Rocha, mi ex alumno-taxista Yacamán y González
Cosío mi compañero de servicio militar (todos ellos parecidos entre sí), me
habla de un viaje con los Guevara y otra pareja. Se divirtieron, pero tuvieron
desavenencias.
Mi boleto es todavía más abajo: primera especial.
Llego a esa zona y, en un auditorio azul parecido al del Colegio Nacional de
Economistas, pero más amplio e iluminado, la dirigencia del PSUM discute con
miembros de ICA los proyectos de inversión de esa empresa. Después de estar ahí
un rato, pregunto por los dormitorios, que imagino amplios y cómodos. En vez de
ello hay unos barracones muy limpios, con literas estilo Vips, de plástico, con
rayas verdes y azules. Me quejo y alguien me dice que mi lugar es mejor: un
dormitorio con cinco camas. Imagino que habrá hasta suites.
Decido dar una vuelta por el barco,
atravieso por un restaurante servido por meseros de camisa blanca. Llego a la
sección de primera y desde la claraboya veo los pozos petroleros (tal vez
estamos pasando por la Sonda de Campeche). Me deslumbran. Tienen luces
alrededor, el azul que irradian es nitidísimo. It glitters. ¡Qué bella es la producción en la revolución! Allí
están los trabajadores petroleros. Subo hasta tercera, donde a la gente se le
está regalando un recuerdito: pequeños cascos con los emblemas de los equipos
de futbol americano profesional. Allí están Eduardo Mapes y Manuel de Alba. Eduardo
está tranquilo, pero Manuel reclama que le hayan regalado un casco de los
Dallas Cowboys, pinche equipo reaccionario. Me pregunto: si Eduardo y Manuel
tienen lana, chance y más que yo ¿qué están haciendo en tercera clase? Luego
recuerdo que es el barco de la revolución y que por eso. (Por cierto, ¿cómo
conseguí los 17 mil dólares para pagar el boleto?).
Llego otra vez a Primera Especial. Tengo
hambre. Paso por el restaurante y veo a muy poca gente, no reconozco a nadie.
Se oye un rumor cercano. Avanzo y hay un salón de baile, donde se efectúa un ball, un sarao. Para mi sorpresa, no
conozco a nadie. Es más, tienen más tipos de liberales que salen de la muestra
de cine que de revolucionario. De pronto veo a Valdés Villarreal, compañero de
la secundaria, con una rubia que evidentemente proviene del Vallarta (es
abogado liberal, pienso); a pocos pasos de él (están tres o cuatro escalones
arriba de mí) reconozco a Oceguera, otro compañero del Patria. Miro a mi
alrededor y me voy dando cuenta: estoy entre la vieja nueva clase dominante.
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