Tal vez el más claro indicador del fenómeno de globalización
que vivimos desde hace un par de décadas es el uso masivo de internet, que ha
implicado una difusión, como nunca antes vista, de todo tipo de información.
Uno podría pensar que, dadas las características del sistema
–el hecho de que se trata, precisamente, de una red-, el intercambio global de
información iba a tener un efecto cultural de diseminación: que la cultura
masiva dominante sería mediada por la intervención de fuerzas culturales
emergentes. Que los usuarios serían cada vez más ciudadanos de una red
variadísima y que los patrones culturales nacionales y tradicionales irían
perdiendo terreno frente al florecimiento de una gran cantidad de diversidades.
Hay que pensarlo dos veces. La brecha digital, por un lado,
y la capacidad diferenciada para producir contenidos en la red, por el otro,
muy probablemente estén reforzando el predominio de las culturas de los países
occidentales más ricos, y no sólo eso: pueden estar en vías de sentar un canon
universal.
Todo esto me vino a la mente a partir de una revisión de los
resultados del proyecto Pantheon, del MIT, que intenta calcular la influencia
de la producción cultural (en sentido amplio) de personas y países, a partir de
mediciones en la red.
Lo que hace el proyecto es tasar la popularidad global de
distintos personajes, expresada en internet, a través de dos medidas: por un
lado, el número de lenguajes en los que hay artículos de Wikipedia sobre
determinada persona; por el otro -para tratar de disminuir el sesgo hacia las
personas de habla inglesa y los famosos más recientes-, una compleja fórmula
que mide el uso efectivo de varios idiomas en las páginas sobre la persona, la edad
histórica y el coeficiente de variación en las visitas de los últimos cinco
años.
Esto sirvió entre otras cosas –explican los analistas- para sacar de la lista a personas importantes en un solo país (como los jugadores de futbol americano en EU) o en una sola región (como Chespirito, en América Latina). Sin embargo, fue incapaz de evitar el sesgo de Wikipedia (que, ejemplifican, incluye en su versión en español al 78% de los futbolistas del equipo chileno Unión Española, pero sólo al 5.5% de los científicos del MIT) y, por más que le hizo para evitar el sesgo de lo reciente, terminó con muchísima gente que es famosa ahora, pero que difícilmente será trascendente.
A mi entender, estos sesgos, casi naturales para cualquier
investigación que tome como base la red, son importantes para comprender el
papel que juega internet en la conformación de la cultura mundial.
Para comprender mejor el problema, veamos un ejemplo:
¿Quiénes son los mexicanos más influyentes culturalmente, según el proyecto del
MIT? 56 personas nacidas en lo que hoy es México alcanzaron la lista
(deberíamos de considerar 57, con Carlos Fuentes, nacido en Panamá).
La lista es encabezada por la pintora Frida Kahlo. La sigue
el guitarrista Carlos Santana. En tercer lugar está el tlatoani Moctezuma II.
Le siguen, en el orden, Emiliano Zapata, Salma Hayek, Anthony Quinn, Carlos
Slim, Octavio Paz, Pancho Villa y Antonio López de Santa Anna.
De entrada, podemos percibir que en el top ten de mexicanos
influyentes (o populares) en la cultura global, están –salvo un par de
excepciones notables- los mexicanos que más influyen en la cultura de Estados
Unidos. El efecto mundial es de rebote.
Si seguimos bajando en la lista, nos encontraremos con cosas
entre chuscas y dramáticas. Thalía se cuela entre Porfirio Díaz y Benito
Juárez; Gael García Bernal, entre Juárez y Diego Rivera; Miguel Hidalgo y
Costilla está hecho sandwich entre Anahí y Maité Perroni; Paulina Rubio
comparte influencia con Juan Rulfo y Lázaro Cárdenas, mientras que Enrique Peña
Nieto supera, por poco, a Jonathan Dos Santos (Gio, por supuesto, está mucho
más arriba que ellos). El único científico que logra llegar es Mario Molina. Y
de la Época de Oro del cine mexicano, ni el polvo. Eso sí, el 20% de los
grandes personajes mexicanos en internet son futbolistas.
Esto no habla mal de nuestra producción cultural.
Simplemente nos dice que el canon mundial, la gran fábrica de la cultura
popular es Hollywood, antes de internet y después de internet. También nos dice
–basta revisar las listas de otros países- que el futbol es un fenómeno
cultural global casi arrasador. Que los consumos en red son, demasiadas veces,
sobre lo actual e inmediato, no sobre lo importante. Pero sobre todo, nos
explica que a menudo la gente acude a internet para satisfacer demanda de
información generada por medios más tradicionales: el cine, la radio, la
televisión.
La sociedad de la información permite que se multipliquen
los puntos de vista y que el alcance de las expresiones de las diversas
culturas sea cada vez mayor, pero no ha evitado que en la aldea global haya
quienes tienen el megáfono y hacen que su voz se escuche en todos lados. Esos son
los países que van adelante en su desarrollo digital.
Los otros –sobre todo los que, como ya saben cuál, dejaron
perder tiempo valioso y todavía no terminan de adecuar su legislatura- no han
podido aprovechar la ocasión para dejar la periferia. No es casual, en ellos,
que la popularidad cultural en el mundo de su Padre de la Patria, esté al nivel
de la que tienen un par de jóvenes estrellitas destinadas a la intrascendencia
de corto plazo.
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