miércoles, diciembre 18, 2013

Reforma energética: oportunidad y peligro

La reforma energética, tal y como fue aprobada, es al mismo tiempo una oportunidad para detonar el crecimiento económico del país y un riesgo, porque puede traducirse en el debilitamiento de Pemex, la empresa paraestatal de importancia estratégica.

Los capitales, tanto del país como del extranjero, están de plácemes con el resultado. Era la gran señal que habían estado esperando, la que demostraba que el ánimo o el ansia reformista del gobierno de Peña Nieto también tenía algo importante para ellos.

Del otro lado hay más incógnitas y preocupación que respuestas. La certidumbre de que Pemex seguirá siendo nacional y la promesa de que gas y cafecito van a salir más baratos no se comparan con la posibilidad de negocios que resulten, a la postre, inconvenientes para el país.

En congruencia, tengo que decir que me gustaba más la propuesta original del Ejecutivo que la que aprobaron PRI, PAN y sus partidos aliados. En aquella, no había pago en especie, ni pérdida parcial del control de los bienes de la nación. Tengo la impresión de que el esquema aprobado apunta a volver competitivos –y ya no monopólicos- algunos segmentos del mercado de los energéticos, pero lo hace sin darle a las empresas del Estado los suficientes instrumentos para competir.

No veo amarres suficientes en los contratos de producción compartida, que garanticen el beneficio nacional. Tampoco encuentro capacidad de regulación en los agentes estatales designados vagamente para ello. Existe, por supuesto, una amplia ventana para que, al menos una parte sustancial de las ventajas de la apertura se nos escurra de las manos por la vía de la corrupción (de la que, por cierto, tienen fama tanto las grandes petroleras, como los funcionarios mexicanos).

En este contexto, la forma para darle sentido positivo a la reforma –y no sólo en términos del previsible alto flujo de inversión en los próximos años- está en un par de temas que, percibo, quedaron pendientes en medio de la discusión ideológica: la transformación de Pemex y las políticas de transparencia.

Si algo era evidente para todos con un dedo de frente, antes de la reforma, era el deterioro de las capacidades de Pemex, una empresa con subsidiarias de más, exceso de burocracia, un sindicato voraz, una opaca nube de contratistas, un régimen fiscal asfixiante, tecnología en rezago y producción a la baja. Sólo el pensamiento mágico del nacionalismo nostálgico podía pensar que las cosas podían seguir como estaban.

Precisamente por eso, Pemex debió de estar en el centro de las preocupaciones de la reforma, y ser uno de los principales beneficiarios de ella. Se ve que tirios y troyanos tuvieron miedo de atacar sus enraizados problemas, que lo convierten, a la hora de la competencia, en un gordinflón incapaz de enfrentarse a empresas más atléticas. Habrá quien crea que las nuevas condiciones obligarán, por sí solas, a una modificación de hábitos y prácticas en la paraestatal. Es dudoso que así suceda, para decirlo con optimismo.

El otro aspecto a cuidar es el de la transparencia, porque sólo ésta nos puede garantizar a la sociedad resultados netos positivos de la reforma. Sólo con transparencia e información podremos evitar que apertura del sector no degenere en la formación artificial de nuevos agentes dominantes (esta vez disfrazados de “socios” de Pemex) o en la proliferación de contratos leoninos (en contra de los intereses de la nación).

Si estos elementos son abordados con seriedad –y no creyendo que con la reforma constitucional basta-, se habrá abierto el camino no sólo para que el sector energético se modernice y se convierta en palanca de desarrollo, sino para que lo haga de manera equilibrada.

En cualquier caso, la oportunidad existe: sin duda, con lo aprobado se atraerán más inversiones –y no sólo en el sector- y se generarán empleos; se generarán ahorros que pueden destinarse a áreas básicas como la educación y la ciencia y se recuperará, tendencialmente, la competitividad.

En lo político, esta reforma –junto con las aprobadas anteriormente, en varios temas- completa un primer ciclo, que demuestra que sí es posible hacer transformaciones legales, a través de distintas alianzas legislativa, sin caer en el atasque o en el agandalle.

En este caso particular, la energética se parece más a lo que planteó Acción Nacional que a la propuesta de EPN y el PRI (con la electoral, van dos reformas empanizadas… creo que son más que las que logró Calderón en todo su sexenio). Pero en ello también tuvo qué ver la postura del PRD, amarrado a los hitos y mitos de la Historia Patria (y a sus herederos).

El PRD cayó en la trampa de la polarización y, en vez de empujar para limitar a ciertas circunstancias específicas la posibilidad de generar contratos de responsabilidad compartida, de insistir en la necesidad de transparentar Pemex y de abonar para que la redefinición del régimen fiscal de la paraestatal se hiciera en función de las necesidades de la nación, se puso a jugar a las tomas de tribuna y a apostar una futura consulta popular, que difícilmente podrá –en caso de aprobarse la legislación- revertir lo principal de la reforma constitucional. Veremos qué tanto puede limitarla. Pero, por lo pronto, al jugar estilo López Obrador, perdió –junto con él.

La reforma energética amplia y sin tibiezas venció en el Congreso federal y pasó airosa por las legislaturas locales. Requiere de severos controles en la legislación secundaria. Falta que funcione correctamente en la realidad. Ojalá, porque sólo así va a convencer.

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