martes, diciembre 03, 2013

Francisco y la tiranía del mercado



Mientras en México estamos entrampados, entre otras cosas, por las grillas de coyuntura, en el Vaticano, el papa Francisco ha publicado una exhortación apostólica destinada a hacer historia. Vale la pena, por ello, hacer cuando menos un somero análisis.

La intención de Francisco es doble. Por un lado, desde el nombre mismo de la exhortación, Evangelii Gaudium (la Alegría de los Evangelios), llama a la Iglesia Católica a retomar el espíritu evangelizador, a no encerrarse en sí misma y actuar hacia afuera. Por el otro, retoma temas de encíclicas sociales de papas que lo precedieron –claramente, Rerum Novarum de León XIII y Mater et Magistra, de Juan XXIII- y las pone al día de una manera clara y tajante.

Si el primer tema es de suma importancia para la vida interior de la Iglesia, el segundo es de capital interés para todo el mundo, pero muy principalmente las naciones de cultura católica mayoritaria, como la nuestra.

En el tema evangélico, además de profesar un saludable ecumenismo, el Papa critica abiertamente que “en algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia”.

No sólo se lanza contra aquellos “cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua”; es decir, quienes ven la religión como una serie de prohibiciones, también lo hace contra una Iglesia ensimismada y complaciente consigo misma, ante el avance del fundamentalismo (cristiano y no cristiano) y de las creencias sin religión. Es algo normal, tomando en cuenta la pérdida de fieles en años recientes.

Hay una diferencia entre este llamado de Bergoglio y los más intelectuales que hacía el papa Ratzinger o los puramente carismáticos de Woytila. Pero sobre todo hay una comprensión de que la Iglesia se metió en un problema severo cuando se convirtió en un nuevo tipo de sociedad anónima.

En 2007 escribí: “Por las colinas romanas transitan yuppies. Bueno, tienen reloj de yuppie, zapatos de yuppie, maletín de yuppie, porte de yuppie, lenguaje corporal de yuppie, actitud total de yuppie. Pero en vez del traje Armani, tienen sotana y collarín…”.  Me pregunté: “¿Porqué estos sacerdotes, tan seguros de sí, caminan como si se sintieran los amos del universo (de éste, no del celestial)?”.

Y en esos escritos noté que el Vaticano se había convertido, respecto a tres décadas atrás, en un bunker, en donde la misa era una ceremonia que se veía (sin gran comunión/comunicación), que mientras salían a borbotones los peregrinos de sus camiones de turismo religioso (que habían convertido al Vaticano en una suerte de “Disneylandia de la Fe”), la Plaza de San Pedro de masas, de mis recuerdos, había pasado a ser “plaza de rebaños”. Para concluir: “Es de madrugada. El Vaticano está cercado; una patrulla vigila que nadie entre. Es un Estado sellado herméticamente”.

El Papa Francisco parece entender que así no hay iglesia que resista o que se renueve. Que el carisma no basta. Que tampoco le basta con retener a los fervorosos o a los convencidos. Que la erosión es duradera.

De ahí que se haya volcado en la parte más sustancial de su mensaje a la crítica del sistema económico imperante: el que resultó de la caída del comunismo –que tanto celebró Woytila- y del advenimiento del liberismo (que no liberalismo) a ultranza –que tanto celebró Reagan, su aliado-. El sistema que generó crecimiento desigual por un par de décadas y que terminó dando de sí con la crisis financiera de 2008.

La crítica de Francisco es radical, en el sentido estricto del término. “Hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata”, escribe en su exhortación apostólica. Va más lejos: “Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común”.

Ya no es León XIII defendiendo el derecho obrero a la sindicalización (junto con el derecho natural a la propiedad privada); ya no es Juan XXIII hablando de salarios dignos y de superar la desigualdad excesiva. Francisco habla de una “tiranía invisible” del mercado, “que impone, de manera unilateral sus leyes y sus reglas”. Habla de la necesidad de reformas financieras, de intervención del Estado. Habla –válgame Marx-, de “fetichismo del dinero” y “dictadura de la economía”. 

En otras palabras, el Papa pone en la picota la evolución más reciente del capitalismo, que ha dirigido su cada vez mayor capital excedente a circuitos financieros cada vez más sofisticados, y que se las ha arreglado para ir gestando una recuperación económica sin crecimiento en el empleo.

El análisis radical señala un cambio importante (que también hace diferente a las reflexiones de Francisco de las encíclicas de sus predecesores): “Ya no se trata simplemente del fenómeno de la  explotación y de la opresión, sino de algo nuevo…  los excluidos no son ‘explotados’ sino desechos, ‘sobrantes’”. No se trataría, entonces, de proponer simplemente otra asignación a los factores de la producción, sino de transformar el sistema.

El papa Bergoglio tacha, cuando menos, de burdos e ingenuos a quienes confían en que el crecimiento económico por sí mismo generará inclusión social. Habrá que explicárselo dos veces a los distintos partidos de origen demócrata cristiano que, escudados en los principios de subsidiariedad y solidaridad, han abogado todos estos años a favor de la dictadura del mercado, edulcorada con transferencias a los más pobres de entre los pobres.

No veo una propuesta económica en la exhortación (entre otras cosas porque es precisamente una exhortación, no un programa político), pero sí un llamado a que los líderes políticos y económicos que se dicen cristianos reconozcan que el sistema financiero mundial requiere una restructuración de fondo y que el Estado tiene un papel más activo que jugar, si no queremos ver a nuestras sociedades presas de la desesperanza y de la violencia.

Falta ver si la Iglesia responde al exhorto de su pastor o nada más se llena la boca de aprobaciones fariseas a la exhortación apostólica y si los  empresarios y políticos democristianos abandonan su adoración de clóset por Ayn Rand –que es la antítesis de Francisco- , porque el mensaje del Papa no debe caer en oídos sordos.

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