martes, julio 17, 2012

Barcelona 92. Marcha, sudor y lágrimas

En el verano de 1992 cubrí los Juegos Olímpicos de Barcelona para El Nacional. Han pasado 20 años. Aquí algunas de las reseñas de ese inolvidable evento.


Canto y su triste Gólgota  
1º de agosto de 1992

La tarde no parecía prestarse para la tragedia. El calor pegajoso no acababa de ceder al emprender el largo trayecto de la Plaza Espanya al Paseo de la Zona Franca, donde se realizaría la parte sustancial de la competencia de 20 kilómetros marcha.
Quien ha practicado esta dura disciplina sabe que no solamente requiere de técnica y resistencia, de pulmones y corazón, sino también de una gran capacidad de aguante al dolor.
Los marchistas, a lo largo de su carrera, van desarrollando ampollas que van abarcando las distintas partes del pie de manera progresiva: la parte inferior de los dedos, la planta a la altura de los talones, la parte superior de los dedos y así hasta cubrir todo el pie. Las ámpulas luego son callos y el pie se endurece, se convierte en una máquina de caminar.
Pero eso no es todo, el tipo de movimientos pone mucha tensión en los músculos de la pantorrilla, en el talón (lo que luego provoca fuertes dolores de cabeza) y hace peligrar las rodillas, que se tienen estiradas de manera antinatural. Para terminar, los roces en axilas y en la entrepierna llegan a ser extremadamente molestos, por más crema o aceite que se utilice. En cierta medida, es una disciplina para masoquistas. Tal vez por eso nos gusta tanto a los mexicanos.
Con 26 grados a la sombra -que hacen necesario abastecerse de un litro de agua y unos melocotones- los marchistas están calentando. También el ambiente en el Paseo se calienta. Hay aficionados mexicanos, franceses, británicos, un nutrido grupo de italianos y muchísimos españoles, convencidos de que su Valentín Massana va a hacer la gran hazaña. Entre los marchistas que hacen ejercicios de calentamiento destaca Ernesto Canto, el ex campeón olímpico y mundial. Con la seña del pulgar levantado responde a las palabras de aliento de sus compatriotas. Cerca de él pasa el dirigente de la Conade, el gran marchista Raúl González.
-¿Cómo la ves, Raúl? -le preguntamos.
-A ver cómo nos va -responde con una sonrisa que no proporciona mucha esperanza.
Hay un buen sonido y, por él, un animador -quien, como buen español, no se calló la boca durante toda la competencia- presenta a los atletas, comenta las reglas de la marcha y nos recuerda que el recorrido constará de nueve vueltas a un circuito de dos kilómetros, después de los cuales los marchistas harán la subida hasta el estadio de Montjuic. Los nervios de los competidores, segundos antes de la salida, se propagan quinientos metros a la redonda. Salen y en el bloque delantero está Ernesto Canto, quien compite con una fuerte gripe. Dos kilómetros después empiezan a rezagarse varios competidores: un etiope, un británico, un estadunidense, un brasileño y, sobre todo, un pobre laosiano que está muy lejos de la categoría olímpica. El bloque de punta es todavía grande y compacto.
Tercera vuelta: nuestro archirrival Maurizio Damilano va en la punta del bloque de líderes, acompañado por los españoles Massana y Plaza, los chinos Chen y Li, el polaco Korzeniowski, el ruso Shchennikov, el campeón mundial Blazek y los tres mexicanos. Los jueces -vestidos, como siempre, de color mamey- rondan sobre los pies de los competidores. Hay una gorda que parece maestra de geografía. Ninguno tiene tipo de atleta.
En el séptimo kilómetro, Canto empieza a rezagarse de manera notable, en su rostro se adivina desesperación. Ya está lejos de aquel hombre tan confiado en sí mismo y en sus triunfos. Los otros mexicanos, Joel Sánchez y Daniel García, están todavía pegados al grupo de siete líderes. Lejos están los tiempos en que nos reíamos de la táctica del quebequense Guillaume Leblanc, quien en Panamericanos y Semanas Internacionales de Caminata solía irse en punta para luego tronar. Ahora le lleva 30 metros al mexicano mejor colocado, Daniel García, en quien menos fe se tenía en México.
Siguen las vueltas y el grupo se hace pequeño. El anunciador catalán insiste en comparar los tiempos con las marcas mundiales, olvidando el ascenso que le espera a los atletas. Los españoles en la calle animan ruidosamente a sus hombres, que están peleando hombro con hombro con Leblanc y el gigante Damilano.Shchennikov, el chino Li y Korzeniowski desaparecen de escena. Otro italiano, De Benedictis, quien camina entre rictus de dolor, pero a un rápido ritmo constante, es el único que parece no estar perdiendo terreno. El joven Daniel García, cada que pasa frente a un grupo de mexicanos hace un esfuerzo por acelerar, pero se ve que las fuerzas no le dan. Joel Sánchez se ha rezagado más, está detrás de un húngaro desconocido. Y Canto está desconocido. Sus piernas parecen moverse en cámara lenta. No se sabe si enjuga el sudor, la flema o las lágrimas. La proverbial soledad del corredor de fondo se multiplica en él. Es el hombre más solo del mundo y un australiano que flota descaradamente está por rebasarlo frente a sus seguidores mexicanos.
"¡Vamos chavales!", grita el público local a los catalanes Plaza y Massana. Los aplausos son de estruendo cuando dejan, junto con Leblanc, atrás a Damilano, mostrándole a él también que los años no pasan en balde. El laosiano, a quien todos los demás competidores llegaron a sacarle una vuelta de dos kilómetros de ventaja, ya desapareció. Un brasileño pelón, que a la postre será el último en entrar al estadio, hace esfuerzos para respirar. El pequeño grupo de adelante no baja su ritmo. El único mexicano que está cumpliento las expectativas es Daniel García: pelea el séptimo lugar con un alemán y un irlandés. Joel está muy atrás. Canto es una sombra penosa.
Al terminar la última vuelta y tomar el asenso al Estadi, el alto Plaza y el chaparrito Massana, alumnos de los caminantes Marín y Llopart, están haciendo el 1-2 para España, ante el clamor popular. Los sigue Leblanc. De Benedictis está manteniendo su ritmo y ha desplazado a Damilano. Hay un largo vacío entre estos cinco y el resto (García va 500 metros detrás del líder, en la séptima posición). Al pasar, contrito el rostro del esfuerzo y el dolor, los tenis dejan huellas de sudor en el pavimento. La humedad los está deshidrantando. Pasan húngaros, germanos, un lituano, el australiano correlón, Querubín el colombiano, pasa Joel, pasan muchos más. Abajo aparece la triste gorrita verde de Canto. La subida al Montjuic será su Gólgota. Hoy la prensa lo crucificará y no parece tener oportunidad de resurrección.
Faltaba el numerito de los jueces. Precisamente en la parte inmediata anterior a la entrada del estadio, a la que no se permitió el paso al público, aparece uno de los de mamey con la tercera y última amonestación para Massana (y yo creí que el pobre hombre no tenía chance), para descalificarlo a la Bautista sin presión popular. Plaza será oro y Leblanc plata. Como hace doce años, el máximo beneficiado resultó ser un italiano: De Benedictis, quien a base de mantener el ritmo se hizo con el bronce. Es demasiado para ser casual. ¿Opinará lo mismo la máxima autoridad de la Federación Internacional de Atletismo, el italiano Primo Nebiolo?
Mientras una parte del público festejaba especialmente esta medalla (la primera medalla catalana, decían), quise comer el último de los melocotones. Estaba podrido.

Adiós a la pesadilla del cero
8 de agosto de 1992


Barcelona es una ciudad que en la noche no quiere dormir y que despierta tarde. Ayer a las siete de la mañana sólo dos tipos de personas habitaban sus calles: las prostitutas de regreso del trabajo y los interesados en asistir a los 50 kilómetros de marcha olímpica.
A pesar de la hora, la temperatura ya es de 25 grados, con una humedad cercana al 80 por ciento. Partirán, de seguro rumbo al dolor y la deshidratación, 42 atletas. Sólo tres encontrarán también la gloria de una medalla. Saldrán en grupo. No todos llegarán, y los que lo hagan entrarán bien seprarados al estadio.
En la primera y la segunda vueltas al circuito de Zona Franca, el atleta ruso Potashev toma la delantera, pero los tres mexicanos no dejan que se les despegue. Cuando el robusto del Equipo Unificado es amonestado por primera vez, a la altura del quinto kilómetro, es absorbido por el grupo de líderes que encabezan los tres mexicanos. Hay cooperación entre los nacionales. En términos ciclísticos, Germán Sánchez y Miguel Ángel Rodríguez trabajan como gregarios de la carta fuerte de México: Carlos Mercenario.
El ritmo es intenso y la temperatura ha subido ya un grado. México no duerme, pendiente de sus televisores. Sánchez y Mercenario cruzan en primer lugar la marca de los diez kilómetros. A esas alturas tempranas del día, quien se decidía a subir al estadio de Montjuic tardaba media hora y llegaba bañado en sudor. A esas alturas tempranas de la competencia, el cuerpo de los marchistas empieza a sentir los efectos de la deshidratación. Intentarán beber, cubrirse de esponjas húmedas, pasar bajo una ducha; sentirán que el cuerpo les explota por dentro y seguiran caminando.
Son 15 kilómetros y tres ex-soviéticos son los primeros: Potashev, Perlov y Spitsyn. El primero, de stalinianos bigotes, tiene ya tres amonestaciones. La estrategia de los mexicanos es evidente: trabajando en conjunto, de manera solidaria, impedirán que alguien se les escape definitivamente. Poco después. con dos ex-soviéticos absorbidos y Potashev descalificado, hay un nuevo jalón: es el finlandés Kononen, al que persigue un grupo de diez comandado por Germán Sánchez. Pasan los 25 kilómetros, media prueba, con Mercenario en segundo lugar; la mejor carta mexicana no está dispuesta, de plano, a que ningún otro competidor se le vaya. El cansancio, sin embargo, comienza a hacer sus estragos en Carlos. Bebe agua con desesperación, la sed se lo está comiendo. Pero no ceja.
A las dos horas de la competencia, Mercernario es alcanzado por el grupo de persecusión, en el que también va el gregario Rodríguez. Ya son 27 grados a la sombra y humedad en 83 por ciento. Kononen va adelante, seguido por el canadiense Guillaume Leblanc y Mercenario, líderes del grupo. Leblanc será descalificado poco después. Rodríguez recibe su segunda amonestación, pero mantiene su labor de apoyo a Mercenario.
Es el kilómetro 32 y se desarrolla el movimiento táctico más importante de toda la prueba. Tres marchistas: Mercenario, el ruso Perlov y el polaco Korzeniowski se separan del pelotón de perseguidores. Emprenderán la caza del finlandés solitario.
Kononen les lleva un minuto, luego 49 segundos, luego 17. Los tres fugados lo alcanzan poco antes del kilómetro 35. El calor hace mella y el finlandés truena. Hay un rictus de dolor en los rostros de Mercenario y Perlov. No sabemos si el polaco es el menos cansado o el más estoico de los tres. Korzeniowski lleva ya dos amonestaciones. El mexicano Sánchez, más atrás, es descalificado.
Los últimos 15 kilómetros son los peores de la prueba. El marchista no sabe qué cosa predomina, si el cansancio o el dolor. Los pies son pura agonía. El aliento falta. Los poros se sienten obturados. El marchista tiene, entonces, tres prioridades: resistir, resistir y resistir. En tanto, atrás, el alemán Weigel y el ruso Spitsyn empiezan a descontar la ventaja de los fugados del kilómetro 32.
Como si leyera el reloj, al entrar a la cuarta hora de la caminata, Perlov jala intentando quitarse a sus rivales. Carlos está decidido a no dejarse y el que se sienta es el polaco. El ruso y el mexicano pasan juntos la marca de los 40 kilómetros.
No han completado otro circuito y Perlov da otro jalón. Esta vez es insostenible y Mercenario no aguanta el ritmo. Ya para entonces no se sienten las piernas y es cuestión de enfrentar con la voluntad el cuerpo que ya pide paz, evitar la deshidratación y cuidar la velocidad.
En ese momento difícil, y de manera tal vez paradójica, el polaco Korzeniowski ayuda a Mercenario alcanzándolo. Carlos se le pega y mantiene el ritmo. El alemán Weigel, quien va en cuarto lugar, tiene dos minutos de retraso. La medalla es ya, esencialmente, combate contra el agotamiento. Pero Carlos -animado por Raúl González desde el camellón- quiere un buen metal.
Kilómetro 47, uno antes del ascenso a Montjuic, el polaco ataca y se despega. Perlov, en tanto, se ve tieso y extremadamente adolorido, pero no cede su ventaja hasta tomar el monte. Será la agonía dentro de la agonía; los tres protagonistas enfrentando el reto más duro cuando ya casi no les quedan fuerzas.
Perlov va a sabiendas de que el ascenso no es su fuerte, de que está amonestado y de que el cansancio no debe traicionarlo. El oro olímpico está de por medio. Dejará que la ventaja disminuya, pero no soltará el primer lugar.
Korzeniowski, que tan estoico se veía, está desfalleciente, pero no quiere dejar que Carlos Mercenario lo cace. El mexicano, a pesar del dolor evidente que siente en todo el cuerpo, mantiene el ritmo. Raúl González, quien también está subiendo el monte, le dice que lo presione. Acorta distancias. El polaco voltea, siente pasos, acelera, se apresura. Perlov ya llegó al estadio, Korzeniowski no quiere ser cazado al final.
Quien termina cazando al polaco, casi a las puertas del Estadi, es un juez. Lo descalifica cuando ya acariciaba la plata. Lo sabe el estadio. Lo sabe México cuando Mercenario cruza por la puerta de Maratón. El sudor que trae en cada célula, en poro pegajoso, en cada glóbulo rojo, es contagioso. La plata de los 50 kilómetros es de Carlos Mercenario. Es del equipo. Es de México. Los semblantes de los mexicanos en Barcelona, empezando por el del director de la Conade, cambian. La angustia desaparece. La pesadilla del cero olímpico ha terminado. Carlos Mercenario es un río de sudor y su sonrisa es un río de cansada felicidad. Ha cumplido con honor y pundonor.

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