9 de agosto de 2012
El hockey sobre pasto es uno de esos deportes incomprendidos que tienen su momento de máximo brillo en los juegos olímpicos. Una disciplina prevalentemente amateur, en la que priva entre sus jugadores un espíritu de amistad y compañerismo que raras veces se observa en otros deportes. En esta ocasión el partido se llevó a cabo en la pequeña ciudad de Terrassa, a 39 kilómetros de Barcelona.
El partido del viernes en la noche era la finalísima entre España y Alemania, en la categoría femenil. Antes de los juegos, nadie daba un quinto por las españolas. La historia del hockey en España había sido de apoyo unilateral a los varones, las escuadras femeninas languidecían en sus clubes y muy pocas jóvenes practicaban este deporte. La obligación de contar con un equipo para los juegos olímpicos forzó a los españoles a voltear los ojos hacia sus mujeres deportistas. La idea era cumplir dignamente, Y ahora iban por el oro.
El estadio de Terrassa, chico pero muy bien hecho y con buena visibilidad en todos lados, se mostraba lleno a reventar desde la segunda parte del juego por el bronce entre Corea del Sur y Gran Bretaña, que ganaron las últimas en tiempo extra. Calor sí, pero sin la humedad avasallante de Barcelona: jornada perfecta para el espectáculo deportivo. En las porras, hay convivencia pacífica y hasta sonrisitas entre las diferentes nacionalidades.
Ni coreanas ni británicas ni españolas son muy altas. Tienen, eso sí, una magnífica condición física. Son rápidas, son luchadoras, son muy hábiles, son fuertes. Las alemanas, adicionalmente, superan como norma el 1.70. Es un juego de conjunto que rara vez permite el estrellato, pero que requiere técnica, picardía, saber jugar por abajo. A diferencia del futbol, la complexión física es definitivamente secundaria y, aunque hay golpes con el stick, y pelotazos, el contacto personal es menor.
Justo a donde estamos sentados llega una alegre familia madrileña, todos con el número 2 en la espalda. Son los padres y hermanos de una de las delanteras titulares, Natalia Dorado, "que en el apellido llevamos el resultado de hoy". El área reservada a los VIP está a reventar, el señor Dorado los mira y sólo justifica a Pasqual Maragall, alcalde de Barcelona, quien era el único funcionario con fe en el equipo, por la sencilla razón de que una de las titulares es su sobrina. "No se pararon en todo el torneo, solo les llama el olor a medalla", dice Dorado.
Quienes presenciamos en México la final de los Juegos Centroamericanos entre las nuestras y las jamaiquinas, no podemos sino notar la enorme diferencia de juego que las separa de estas olímpicas. No es el cuerpo ni el espíritu de lucha, tampoco parece ser la fuerza: es la velocidad y la técnica pero, sobre todo, el hambre de gol. En el abismo comparativo, mexicanas y jamaiquinas jugaron en cámara lenta, alejadas de toda opción real de gol porque atacaban menos de lo que se defendían.
El hockey olímpico es total. Movimientos de fuelle con sólo tres defensas y dos delanteras en posición relativamente constante. Las emociones y posibilidades de gol se suceden una tras otra. Frente a este juego, el futbol es un ensayo sobre la estática.
Entre el griterío de Terrassa, España anota un gol tempranero y se ve sometida a una constante presión germana. Las valkirias gigantescas se ven enteras y decididas. Cada que la árbitra marca un corner corto en contra de España, la señora Dorado le grita: "¡Está ciega, vieja bruja!". Su esposo acota:
-Mira, que esa jueza tiene cara de tío.
Es precisamente en un corner corto que con un disparo durísimo las teutonas logran el empate con el que termina el primer tiempo. Poco después se arma el revuelo en la tribuna. Todos dirigen la mirada al palco central. Estallan en aplausos.
-Es el Rey, la Reina y Felipe, ¡hombre, qué honor! -dice una señora que hasta antes de ese momento había hablado sólo en catalán.
En el medio tiempo, una muchedumbre rodea el palco para mirar al rey de todos los españoles. Cuando don Juan Carlos aparece, las senyeras callan. A veces da la impresión de que el rey quiere demostrar, con su mera presencia, que España es una alrededor de su figura, y no un rompecabezas balcánico pegado con engrudo.
-Seguro ganamos, quién sabe qué tiene el Rey que adonde va el tío, gana España -dice el madrileñio señor Dorado-. Por eso le llaman El Ubicuo. ¡Miren, está con La Llorona (la infanta Elena)!
-Oiga -le preguntamos- ¿y si el príncipe Felipe decide escoger consorte entre las medallistas de oro?
-¡Hala, chicas, que si ganan tienen todo! -responde a su modo el señor Dorado.
El segundo tiempo es parejo y disputado. Mantienen velocidad y fuerza. No piden ni dan tregua. El señor Dorado se confiesa:
-No es que sea egoista, pero a cada jugadora le van a dar cuatro y medio millones de pesetas por el oro, más 12 millones que da la Caixa, el principal banco de Barcelona.
-Pero eso se los dan cuando cumplan 50 años -acota el padre de Mariví, la portera, sentado detrás de nosotros.
-No pienso morirme antes de eso -dice el señor Dorado.
-Pues yo, cuando oiga el himno español, me voy a cagorrinar -exclama el papá de la guardameta.
Nos comenta Dorado que las muchachas llevan apenas cino o seis años jugando hockey. Pero esta vez ha habido apoyo. Tienen, por ejemplo, sticks a su medida y estuvieron concentradas en Terrassa seis largos meses antes de los Juegos -los padres tuvieron que ser comprensivos-. El hockey no es un deporte elitista, un buen bastón cuesta menos de 40 dólares.
Con el marcador 1-1 van a tiempo extra. En una jugada de mucha habilidad Eli Maragall -sí, la sobrina del alcalde- anota el gol dorado. Las chicas no se repliegan ante los embates alemanes, pero el tiempo pasa a su favor. Cuando faltan 26 segundos, el entrenador español cambia a su portera y la convierte en la deportista mejor pagada del mundo: 20 millones de viejos pesos por segundo. Y no tocó la pelota. Lo mejor es que ese dinero lo cubrirá una aseguradora estadunidense que hizo con los españoles una apuesta peor que la que hizo Nike con Sergei Bubka. La única chica que se quedó sin jugar fue Celia Corres y lo más probable -dicen los familiares de las demás- es que no la alinearon al final por una bofetada que le propinó la mamá de la jugadora al entrenador. Le salió caro el sopapo.
Las españolas se llevaron triple premio: la medalla, las pesetas y el más inesperado: un beso personal del príncipe Felipe. El papá de la portera se ha de haber cagorrinado.
Dan unas ganas enormes de que en el hockey mexicano ya se dejen de grillas y se pongan a trabajar, porque es una deporte precioso y, por sus características, es propicio para que los mexicanos destaquen. España dio el ejemplo con su equipo femenino. Sí se puede.
Aquí, para los muy clavados en el hockey, el partido completo (empieza al minuto 55 del video):
1 comentario:
Soy el hijo del Sr. Dorado, estaba en ese partido y tengo que darle las gracias por que lo viví exactamente como lo cuenta.
Un saludo
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