La puesta en escena no era de las mejores. La producción era aceptable, pero Blanche, Stella y Kowalski estaban totalmente sobreactuados, al grado que el drama me provocaba risas involuntarias, que no podía evitar, a pesar de que había sido invitada a una audición especial, casi privada, y me daba un poco de pena con los demás asistentes.
“Siempre dependo de la amabilidad de extraños”, decía la actriz que hace de Blanche, doblando la mano sobre la frente, con una afectación de caricatura. Kowalski caminaba con las piernas bien separadas, como charro, y se rascaba el sobaco, como chango. Y Stella siempre tenía una mirada de borrego, caminaba con la cabeza un poco gacha, para que supiéramos que era una mujer ofendida y abnegada. En fin, que habían convertido Un Tranvía Llamado Deseo en una feria de tópicos.
Pero Cuando llegó el momento en el que Stanley Kowalski rompe el plato y le grita a Stella, ordenándole que nunca más le hable así, apareció un nuevo personaje en escena. Era nada menos que Laura Bozzo.
-¡No le grites a tu mujer, desgraciado! –grita ella.
-Usted cállese, vieja loca, ¿qué hace aquí? –responde Stanley.
-Vengo a defender a estas pobres mujeres de tu violencia machista.
-Ni madres. Esta es una obra de teatro, no un talk-show de la televisión. Usted no sabe nada de nuestra historia. No sabe que Stella y yo éramos felices hasta que llegó esta loca –y señala a Blanche.
-¡Señorita Laura, señorita Laura, ayúdenos! –grita Blanche- Este hombre es subhumano, es primitivo, es muy violento.
-Y esta mujer está loca, y sólo dice mentiras. ¿A ver, por qué no le dices cómo conseguiste esos vestidos elegantes, esas perlas y brazaletes? ¿Por qué no le hablas de que tuviste que venir a Nueva Orleáns porque en tu pueblo tenías fama de puta?
-¡Stanley, no andes hablando de esas cosas! –reclama Stella.
-Pero si el público ha visto la obra y ya las sabe, si serás pendeja.
-Oye, no permito que insultes a mis invitadas –advierte Laura.
-¿Cuáles invitadas? Si esta es mi casa, y a usted nadie la invitó, pinche vieja.
Laura hace caso omiso de Kowalski, y se dirige a Stella:
-A ver, Stella, ¿por qué aceptas todos los malos tratos que te da tu marido?
-Ay señorita Laura, no sé. Es muy violento, pero eso también me gusta un poco, porque es muy masculino.
-¿No estarás confundiendo lo masculino con ma-chis-ta? –Laura grita la última palabra, mirando a una cámara inexistente frente al centro del escenario.
-Es que fíjese que ha de ser porque nada más quiero sobrevivir. Es que soy muy ignorante.
La obra da otra vuelta de tuerca. Aparece en el escenario Jorge Ortiz de Pinedo, caracterizado como el personaje de su escuelita, pero armado con la regleta de sus supuestos profesores. Da un reglazo en la mesa de los Kowalski.
-No Stella, tú no eres ignorante. La escuela te enseñó lo que tenía que enseñarte, amiga. Lo que pasa es que te falta carácter.
Kowalski se levanta y se carcajea, burlándose de Ortiz de Pinedo.
-¿Y ahora tú? ¡Qué pinche ridículo! Con bigotes y vestido con pantalones cortos. Y amenazando con esa reglita de utilería. Te me vas a la chingada ahorita mismo.
Ortiz de Pinedo da otro reglazo, con autoridad.
-No has entendido nada, obrerito. Te pareceré ridículo, pero yo soy un hombre exitoso. Tengo mucho dinero, soy muy conocido, soy famoso, tengo las viejas que quiera. Yo soy la verdadera escuela de este país… junto con mi amiga la señorita Laura.
Mientras la obra descendía al delirio, afuera se escuchaban ruidos. Al parecer, atraída por la popularidad de los actores, mucha gente intentaba dar portazo. Volteé a mi alrededor, y los pocos espectadores parecían esconderse detrás de las butacas. Algo penoso. Tuve ganas de salirme, pero temía que si lo intentaba, los guardias de seguridad que estaban conteniendo a los fans, y que al parecer eran de la Policía Federal, me lo impedirían.
-¡Qué hermoso país hemos construido! –exclama Ortiz de Pinedo y, lo que faltaba, era la llamada para que entre la compañía del Bicentenorio, con Daniel Bisogno y los Mascabrothers al frente, junto con una Doña Inés escotada y de minifalda y un grupo de bailarinas. Algunas, emplumadas con penachos que quieren imitar al de Moctezuma; otras, con sombrero y cananas: una, disfrazada de Ángel de la Independencia. Todas con grandes tacones y muy poca ropa.
Los Mascabrothers empiezan a dar pasitos de baile, queriendo ser cachondos, pero sin lograrlo. Se escucha una tonada pop:
México, doscientos años,
México, doscientos años,
Qué feliz tu cumpleaños
Vive tu Bicentenario
-¡Támos caóooones! –grita un Mascabrother, disfrazado de Igor, el asistente de Frankenstein.
-Esto es México –avanza Bisogno, vestido de Juan Tenorio, al centro del escenario, mientras se despliegan las bailarinas-. Es alegría. Es el sabor de los pambazos. Es la vista de los volcanes. Es nuestro orgullo prehispánico (y es el turno de acercarse, enseñando pierna, de las emplumadas).
-Estarán muy gatas, pero yo sí les daba pa’ sus whiskas –exclama el Mascabrother Frankenstein.
-Es también la gesta de independencia (la tonada cambió, era el “Rock del Angelito”, y la vedette disfrazada de ángel se puso a rocanrolear, enseñando sus pechos)… y hay que decir que la libertad está buenísima.
-¡Basta! –grité, exasperada, y los actores se quedaron pasmados, congelados, inmóviles. Sólo Kowalski alcanzó a hacer un gesto, como diciendo “ya era hora”.
-¿Qué te pasa, no te gusta la función? –escuché una voz a mis espaldas, y luego sentí dos manos que me tomaban los hombros.
-Es un revoltijo, es una mierda –alcancé a decir, antes de darme la vuelta y encontrarme cara a cara nada menos que con Silvio Berlusconi.
-Es circo. El pueblo quiere más circo que pan. Es una ley,
-Pero antes el circo era entretenido, esto es infame.
-Es lo que le gusta a la gente, cara. Ya ves cómo se pelean por entrar. Todo lo que toco yo es un éxito.
-¿Usted produjo esto? –le pregunté, extrañada- ¿Pero si usted es italiano?
-Eh sí, yo lo produje. Soy italiano y universal –respondió al momento de tenderme una copa de champaña, que rechacé.
-¿No quieres venir a mi villa? Te gustará –dijo, pero de inmediato debió de haber notado mi cara de asco.
-Ya sé que soy viejo, que ya no estoy guapo, pero mira, tengo mucho dinero y mucho poder. ¿Tú sabes que el poder es el máximo afrodisíaco?
-Mire. Tal vez esté feo y viejo, y no haya maquillaje que esconda eso. Pero sobre todo está podrido: usted es malvado.
-Pero soy el dueño del mundo, mujer estúpida y grosera –respondió Berlusconi, dio dos palmadas y la obra continuó.
Sentí otra mano sobre el hombro. Un guardaespaldas me invitó amablemente a abandonar el teatro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario