La agonía del gobierno de Yorgos Papandreu en Grecia ha sido una de las
más interesantes en los últimos años. Resulta de una combinación inédita
de crisis económica interna, problemas en la conformación de la Unión
Europea, luchas de poder dentro de la misma e inestabilidad social, con
presiones desde la izquierda y desde la derecha. Encima de eso, la
fallida propuesta de un referéndum, le pone el ingrediente extra de
enfrentar a la polis, los ciudadanos, con los mercados. Todo un caso.
Tenemos de inicio una economía relativamente débil que entra a la Unión
Europea bajo la promesa de ingentes subsidios en un proyecto de
modernización de largo plazo. Ayudada por estos subsidios, y por la
contratación creciente de deuda, Grecia alcanza altas tasas de
crecimiento, acompañadas por un aumento geométrico del gasto corriente
del gobierno (cuya burocracia se multiplica) y de las pensiones (que se
ubican entre las más generosas de Europa gracias a las presiones de
poderosos sindicatos).
Mientras la barca va —es decir, mientras la economía de Europa se
mantiene estable—, el sistema funciona, ya que Grecia representa una
porción relativamente pequeña del producto (2.2 por ciento del PIB).
Cuando estalla la crisis del 2008, y todo mundo empieza a ver con más
detalle las finanzas nacionales, resulta que el gobierno griego había
mentido acerca de su déficit público (que era 14 mil millones de euros
superior) y de su deuda pública (que representaba 127 por ciento del
PIB).
En términos del tamaño de la UE son cantidades teóricamente manejables,
pero sucede que Grecia no es el único Estado en crisis
financiera-presupuestal. En menor grado, Portugal, Irlanda, Italia y
España se encuentran en condición delicada. Un plan de rescate demasiado
benévolo generaría un efecto-demostración que dificultaría replicarlo
en economías más grandes. Además, Grecia ha mentido sobre su situación
y, en la lógica de control de los socios principales del Euro, no puede
premiársele. Lo lógico es que siga una serie de condicionamientos:
ayudas y condonación parcial de las deudas, sí, pero a cambio de severos
ajustes presupuestales, que darían al traste con la enorme y carísima
red de subvenciones y de protección social armada por los sucesivos
gobiernos griegos.
En otras palabras, Grecia por sí sola no ponía en riesgo grave a la
zona euro, pero su comportamiento podría provocar olas expansivas que sí
generaran dicho riesgo. Es sólo una de las contradicciones derivadas de
la coexistencia de naciones-Estado, con una política económica
independiente y soberana, dentro de una organización supranacional, que
va más allá del bloque económico de comercio, se convierte en unión
monetaria y apunta a una federación. Los tratados de Maastricht
supuestamente limarían esta contradicción pero, a la hora de la prueba
del ácido, se ve que no fue así.
Y ése es el punto toral que está detrás del fallido intento de
Papandreu por llamar a la polis a decidir si quería o no los ajustes. No
se trató solamente —aunque también lo fue— de la búsqueda de que
alguien más compartiera la responsabilidad o el costo político. No se
trató nada más —aunque también lo fue— de enviar el mensaje de que el
gobierno griego no iba… lo llevaba la UE. Que no era Papandreu, sino
Merkel y Sarkozy. Era también un aldabonazo para decir algo que debía
ser obvio, a cambio de la entrada a la zona euro y las múltiples
subvenciones, Grecia había cedido una parte de su soberanía.
El peligro de que, a pesar de que el gobierno explicara la conveniencia
—o la inevitabilidad, como mal menor— del programa de ajustes, la
reacción natural de la polis fuera la de rechazar los ajustes, con la
consecuencia de la expulsión de la zona euro, la reaparición devaluada
del dracma y la aceleración de la espiral de crisis en Grecia y en toda
Europa.
Era una respuesta muy posible. Hay que recordar que el electorado
griego se ha decantado históricamente por la izquierda. El Movimiento
Socialista Panhelénico, de Papandreu, obtuvo el 44 por ciento de los
votos, pero a su izquierda están el Partido Comunista, con 8 por ciento,
y la Coalición de la Izquierda Radical, con el 5 por ciento. Los
conservadores tuvieron el 35 de los votos y el restante 6 por ciento
corresponde a una agrupación nacionalista. En ese contexto ideológico,
era obvio que toda propuesta de recortes tendría una dura respuesta
popular, con el agregado de que los grupos más radicales la utilizarían
para cargar agua hacia su molino.
En ese sentido era de esperarse que los mercados reaccionaran con más
rapidez que los políticos y que los forzaran a impedir dicha consulta. A
los mercados no les interesa la polis, sino la certidumbre de las
transacciones. Ya habían castigado a Grecia por dar información falsa
(ya se sabe que los mercados funcionan aceptablemente cuando la
información fluye y es veraz y causan desastres cuando la información es
insuficiente o equívoca), ahora se mostraban dispuestos a lanzarse
contra toda Europa. Los mismos bancos europeos se deshacían con rapidez
de bonos de deuda soberana de diversas banderas. El capital no tiene
patria, ni siquiera continente. No le interesa la democracia más que de
manera marginal. Pero tiene sentido común las más de las veces.
Y en este caso, los mercados tienen como aliados a quienes llevan las
riendas de la Unión Europea. Alemania y Francia son quienes mayor poder
de largo plazo pueden obtener a través de un Euro capaz de imponerse
como divisa internacional; quienes mejor pueden utilizar, en los
mercados globales, la fuerza de la Europa unida; quienes entienden con
más claridad el concepto de hegemonía. En la medida en que la UE camine
hacia una federación, en el sentido estricto de la palabra, con
políticas supranacionales, más poderosas serán. Eso es también lo que
piden los mercados, por su necesidad de certidumbre.
Lo que está en juego no es que Grecia pague sus errores e
irresponsabilidad (que el pueblo griego pague con altos intereses los
beneficios del pasado). Tampoco, la cuestión estricta de la deuda
(naciones como Grecia e Italia tienen enorme deuda pública, pero
relativamente baja deuda privada de las familias, lo contrario sucede en
Francia y el Reino Unido). Lo que está en juego es saber quién manda:
la señora Merkel y los mercados. Ahora los griegos (y portugueses,
irlandeses, italianos y españoles) lo saben.
Una pregunta queda en el aire. ¿No era obvio para Papandreu que los
mercados matarían el referéndum y sepultarían con facilidad a su
gobierno? Tal vez no, Pero tal vez sí, y lo que hizo el primer ministro,
muy a la griega, fue cumplir con su trágico destino.
1 comentario:
Sobre la situacion de Grecia..
http://www.youtube.com/watch?v=KX82sXKwaMg
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