martes, noviembre 08, 2011

Los mercados y la polis

La agonía del gobierno de Yorgos Papandreu en Grecia ha sido una de las más interesantes en los últimos años. Resulta de una combinación inédita de crisis económica interna, problemas en la conformación de la Unión Europea, luchas de poder dentro de la misma e inestabilidad social, con presiones desde la izquierda y desde la derecha. Encima de eso, la fallida propuesta de un referéndum, le pone el ingrediente extra de enfrentar a la polis, los ciudadanos, con los mercados. Todo un caso.

Tenemos de inicio una economía relativamente débil que entra a la Unión Europea bajo la promesa de ingentes subsidios en un proyecto de modernización de largo plazo. Ayudada por estos subsidios, y por la contratación creciente de deuda, Grecia alcanza altas tasas de crecimiento, acompañadas por un aumento geométrico del gasto corriente del gobierno (cuya burocracia se multiplica) y de las pensiones (que se ubican entre las más generosas de Europa gracias a las presiones de poderosos sindicatos).

Mientras la barca va —es decir, mientras la economía de Europa se mantiene estable—, el sistema funciona, ya que Grecia representa una porción relativamente pequeña del producto (2.2 por ciento del PIB). Cuando estalla la crisis del 2008, y todo mundo empieza a ver con más detalle las finanzas nacionales, resulta que el gobierno griego había mentido acerca de su déficit público (que era 14 mil millones de euros superior) y de su deuda pública (que representaba 127 por ciento del PIB).

En términos del tamaño de la UE son cantidades teóricamente manejables, pero sucede que Grecia no es el único Estado en crisis financiera-presupuestal. En menor grado, Portugal, Irlanda, Italia y España se encuentran en condición delicada. Un plan de rescate demasiado benévolo generaría un efecto-demostración que dificultaría replicarlo en economías más grandes. Además, Grecia ha mentido sobre su situación y, en la lógica de control de los socios principales del Euro, no puede premiársele. Lo lógico es que siga una serie de condicionamientos: ayudas y condonación parcial de las deudas, sí, pero a cambio de severos ajustes presupuestales, que darían al traste con la enorme y carísima red de subvenciones y de protección social armada por los sucesivos gobiernos griegos.

En otras palabras, Grecia por sí sola no ponía en riesgo grave a la zona euro, pero su comportamiento podría provocar olas expansivas que sí generaran dicho riesgo. Es sólo una de las contradicciones derivadas de la coexistencia de naciones-Estado, con una política económica independiente y soberana, dentro de una organización supranacional, que va más allá del bloque económico de comercio, se convierte en unión monetaria y apunta a una federación. Los tratados de Maastricht supuestamente limarían esta contradicción pero, a la hora de la prueba del ácido, se ve que no fue así.

Y ése es el punto toral que está detrás del fallido intento de Papandreu por llamar a la polis a decidir si quería o no los ajustes. No se trató solamente —aunque también lo fue— de la búsqueda de que alguien más compartiera la responsabilidad o el costo político. No se trató nada más —aunque también lo fue— de enviar el mensaje de que el gobierno griego no iba… lo llevaba la UE. Que no era Papandreu, sino Merkel y Sarkozy. Era también un aldabonazo para decir algo que debía ser obvio, a cambio de la entrada a la zona euro y las múltiples subvenciones, Grecia había cedido una parte de su soberanía.

El peligro de que, a pesar de que el gobierno explicara la conveniencia —o la inevitabilidad, como mal menor— del programa de ajustes, la reacción natural de la polis fuera la de rechazar los ajustes, con la consecuencia de la expulsión de la zona euro, la reaparición devaluada del dracma y la aceleración de la espiral de crisis en Grecia y en toda Europa.

Era una respuesta muy posible. Hay que recordar que el electorado griego se ha decantado históricamente por la izquierda. El Movimiento Socialista Panhelénico, de Papandreu, obtuvo el 44 por ciento de los votos, pero a su izquierda están el Partido Comunista, con 8 por ciento, y la Coalición de la Izquierda Radical, con el 5 por ciento. Los conservadores tuvieron el 35 de los votos y el restante 6 por ciento corresponde a una agrupación nacionalista. En ese contexto ideológico, era obvio que toda propuesta de recortes tendría una dura respuesta popular, con el agregado de que los grupos más radicales la utilizarían para cargar agua hacia su molino.

En ese sentido era de esperarse que los mercados reaccionaran con más rapidez que los políticos y que los forzaran a impedir dicha consulta. A los mercados no les interesa la polis, sino la certidumbre de las transacciones. Ya habían castigado a Grecia por dar información falsa (ya se sabe que los mercados funcionan aceptablemente cuando la información fluye y es veraz y causan desastres cuando la información es insuficiente o equívoca), ahora se mostraban dispuestos a lanzarse contra toda Europa. Los mismos bancos europeos se deshacían con rapidez de bonos de deuda soberana de diversas banderas. El capital no tiene patria, ni siquiera continente. No le interesa la democracia más que de manera marginal. Pero tiene sentido común las más de las veces.

Y en este caso, los mercados tienen como aliados a quienes llevan las riendas de la Unión Europea. Alemania y Francia son quienes mayor poder de largo plazo pueden obtener a través de un Euro capaz de imponerse como divisa internacional; quienes mejor pueden utilizar, en los mercados globales, la fuerza de la Europa unida; quienes entienden con más claridad el concepto de hegemonía. En la medida en que la UE camine hacia una federación, en el sentido estricto de la palabra, con políticas supranacionales, más poderosas serán. Eso es también lo que piden los mercados, por su necesidad de certidumbre.

Lo que está en juego no es que Grecia pague sus errores e irresponsabilidad (que el pueblo griego pague con altos intereses los beneficios del pasado). Tampoco, la cuestión estricta de la deuda (naciones como Grecia e Italia tienen enorme deuda pública, pero relativamente baja deuda privada de las familias, lo contrario sucede en Francia y el Reino Unido). Lo que está en juego es saber quién manda: la señora Merkel y los mercados. Ahora los griegos (y portugueses, irlandeses, italianos y españoles) lo saben.

Una pregunta queda en el aire. ¿No era obvio para Papandreu que los mercados matarían el referéndum y sepultarían con facilidad a su gobierno? Tal vez no, Pero tal vez sí, y lo que hizo el primer ministro, muy a la griega, fue cumplir con su trágico destino.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sobre la situacion de Grecia..
http://www.youtube.com/watch?v=KX82sXKwaMg